Cuando el gobierno de Italia decretó las primeras medidas de confinamiento en el norte del país, a finales de febrero y principios de marzo, Venecia se vació. El carnaval se había cancelado. Los turistas habían huído. Sus calles, siempre bulliciosas, se convirtieron en desiertos. Se trataba de "nada menos que una catástrofe", como una comerciante local confesaba a The Guardian pocas semanas después. La otra muerte de la ciudad.
Cuatro meses después, su sino bien podría ser distinto.
Contrastes. Lo ilustra este reportaje del New York Times, donde recopila las opiniones de empresarios, vecinos y tenderos locales. "Es hora de recuperar esta ciudad", explica Claudio Scarpa, presidente de la Associazione Veneziana Albergatori, la patronal hostelera de la ciudad, "o en un par de años volveremos a quejarnos del turismo". La idea permea a todos los niveles. Hay que actuar ahora. El coronavirus ha ofrecido una ventana de oportunidad sobre la que la ciudad llevaba debatiendo años.
Es una encrucijada histórica.
Pérdidas. Una con consecuencias. A principios de marzo, el propio Scarpa cifraba en €2.000 millones las pérdidas de la inustria turística. Italia, en su conjunto y en apenas dos semanas de confinamiento, se dejaba unos €7.500 millones. La ciudad entró su temporada alta (carnavales y Biennale) cerrada. Una bendición para sus (cada vez menos) habitantes, pero un problema para una economía orientada exclusivamente al turismo (20 millones de visitas anuales, más de €3.300 millones).
Proyectos. Frente a ideas tan pomposas como "el fin del turismo", ¿qué pueden hacer ciudades como Venecia, Barcelona o Praga? Primero, reconvertirse. El 65% de los vecinos de la urbe italiana trabajan en el sector. Como ilustra este reportaje de DW, las opiniones sobre qué hacer son dispares. Algunas asociaciones como We Are Here Venice reclaman imponer ahora un cupo de turistas anual; idea que encuentra oposición entre los negocios que dependen de cuantos más turistas mejor.
En Venecia, casi todo el mundo depende del turismo, con más de 25.000 empleos directos. Incluso aquellas profesiones independientes, como los abogados o los contables, ofrecen sus servicios al sector. Los turistas son un incordio, pero llenan religiosamente los más de 8.400 apartamentos ofertados en Airbnb, al nada módico precio de 137€ la noche. Quienes más tienen que ganar son también quienes más tienen que perder.
En Barcelona. Similares dilemas afronta Barcelona. A 30 de junio sólo había 37 hoteles abiertos en la ciudad, con el 10% de las plazas ocupadas. La oportunidad ha permitido a los "barceloneses" reconciliarse con el patrimonio de su ciudad, como el Parque Güell o la Sagrada Familia, siempre atestados de turistas; y ha ofrecido escenas inéditas, como las plazas del barrio gótico repletas de niños jugando a la pelota.
Es "un sueño", explican vecinos y organizaciones a El Diario. "La epidemia nos ha dado la razón a los vecinos que nos oponemos a que haya más turismo, porque ha demostrado que sin ellos ocupamos las calles que nos quitaron", argumenta uno. Pero el equilibrio es complejo. El turismo representa el 20% de la facturación del comercio, de ahí que el ayuntamiento haya apostado por reactivarlo desde la sostenibilidad "social y ambiental", signifique lo que signifique.
Deseos. Venecia o Barcelona buscan así un imposible, el santo grial del turismo: disfrutar de sus ingresos, pero al mismo tiempo preservar el carácter auténtico y local de sus calles. En palabras de Laura Scarpa, presidenta de Venezia da Vivere, otra asociación pro-rehabilitación de Venecia:
Queremos un turismo más consciente. Queremos que la gente nos visite con intencionalidad, que conozcan nuestra historia y tradiciones artesanas, no que simplemente posen en la plaza de San Marcos para hacerse un selfie.
Es un ideal muy bonito, si bien difícil de cumplir. Scarpa y otros grupos y líderes vecinales plantean una apuesta por el "slow tourism", por el pago de una tasa para todos los visitantes de día (en su mayoría proveniente de los cruceros, auténticos vomitorios de gente), y por la instalación de sensores que controlen el número de turistas en un momento dado, para así regular en la medida de lo posible su flujo.
¿Es posible? Lo mejor de ambos mundos. O dicho de otro modo: un tipo de turista muy específico, más educado. Más rico. Es la crítica que esbozan figuras como Paola Somma, urbanista, a raíz de los debates sobre el futuro de la ciudad. El turismo de "calidad" no es sino un eufemismo del turismo de élite, interesado en la Biennale, en las exposiciones de arte, en los espectáculos de baile, en la arquitectura y en el teatro. Millonarios y famosos en lugar de gente común, clases populares:
Cuando hablamos de repoblar Venecia, ¿hablamos de la mezcla de actividades económicas y clases sociales que caracterizaba a la ciudad hace cincuenta años o hablamos de cualquier persona que tenga dinero y esté dispuesta a registrarse como residente?
Resurgir. Somma se refiere a la pérdida de unos 110.000 habitantes desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días. El turismo ha sido más devastador para la demografía veneciana que la peste. ¿Pero cuál es el plan a futuro, recuperar la Venecia que fue o sustituir una clase de visitante por otro, más acaudalado, menos estacional? Otras ciudades europeas, como Ámsterdam, apuestan sin tapujos por un turismo más específico y reducido. De calidad. O lo que es lo mismo, rico.
Quizá sea la única forma de modular el turismo sin recurrir a tornos. De cuadrar un ansiado círculo, beneficios compatibles con preservar una ciudad para sus residentes, que Venecia y otras ciudades llevan años buscando. Y que quizá ahora puedan encontrar.
Imagen: Manuel Silvestri/AP