En los compases iniciales de una de las últimas películas nominadas a los Oscar, El Reverendo, el cura protagonista se ve abocado a pulso dialéctico con un activista ecologista carcomido por la desesperanza. Para este hombre, al que vemos deprimido y rodeado de materiales científicos, es evidente que estamos llevando el mundo a la destrucción medioambiental. El joven pregunta: “Padre, ¿cree ético traer al mundo a un niño en estas circunstancias?”.
La sobriedad de la cinta de Paul Schrader nos ayuda a comprender un argumento que, bajo otras circunstancias, a muchos les resultará risible, pero que está calando entre una parte de la población: estamos destruyendo el planeta de tal forma que tener hijos puede ser un acto absolutamente irresponsable. Una forma de condenar la salud ambiental del futuro y de garantizarle a nuestra prole un futuro aciago.
Una postura creciente: Business Insider realizó una encuesta sobre el tema. De ella se extrajo que el 38% de los norteamericanos de entre 18 y 29 años creían que el cambio climático debería ser un factor a tener en cuenta antes de tener hijos. Para los que estaban entre 30 y 44 años, el porcentaje era del 34%. La política estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez es una de las pocas que ha abordado este asunto formalmente, y en uno de sus recientes videos de Instagram afirmó que, dadas las evidencias, es una “pregunta legítima” que puede hacerse la gente.
Extinction Rebellion: se trata de un movimiento social que trata de influir en las políticas medioambientales del gobierno británico mediante acciones de resistencia no violenta. Este grupo ayudó a fundar BirthStrike, una organización que cuenta actualmente con 140 personas que han tomado la decisión de no tener hijos (aunque sí abren la puerta a la adopción) “debido a la gravedad de la crisis ecológica”. Es decir, ya hay personas que están chantajeando con un retroceso en los índices demográficos a no ser que los políticos se tomen en serio la lucha contra el calentamiento global.
Lo personal es político-ambiental: parte de las razones que da alas a estos grupos son los estudios de impacto ambiental. Uno de los más importantes es este de 2017 por el que se comprobó que la forma más efectiva por la que una persona puede reducir su huella en las emisiones de carbono es no tener hijos. Esta sola medida sería más relevante que pasar una vida entera sin viajar en avión, no tener coche y eliminar casi cualquier tipo de uso de envases.
¿Y cuál es ese futuro apocalíptico que se prevé? Previsiones a 300 años vista aparte, ya hemos calentado la tierra un grado desde la época preindustrial y vamos de cabeza a subir el clima otros cuatro de aquí a 2100. Según los científicos, muchos de los efectos previstos ya son inevitables, y como de momento no estamos haciendo lo suficiente para detener la tendencia, el clima se agravará o el proceso se acelerará. Más olas de calor mortal, más catástrofes ambientales, más imprevisibles y más cruentas, más y más grandes incendios forestales, peor aire, tierras sepultadas, más desiertos, peor aire y un larguísimo etcétera.
Sexy, sexy antinatalismo: esta rebelión reproductiva conecta con otra corriente de pensamiento que está volviendo a ponerse de moda, la idea de que vivir es sufrir y, por tanto, tener hijos es un acto egoísta que condena al nuevo ser a una vida de dolor. Son planteamientos que han sido defendidos a lo largo de la historia por filósofos pesimistas, pero también por malthusianistas, clasistas y racistas.
El ángulo nacionalista: las personas no contaminan per se, contamina su huella climática. La huella climática de un estadounidense es 40 veces superior a la de un bangladés, y la del 10% más rico del planeta muy superior a la de alguien de clase baja. Por eso algunos argumentan que, dentro del antinatalismo climático, evitar unos descendientes valdría más que otros. También, lógicamente, cabe la lucha por la reducción de emisiones: si consiguieses reducir en un buen porcentaje el uso de coches en una gran ciudad, estarías haciendo más que evitando tener hijos.