El gigantesco reto logístico que plantea el coronavirus, muy especialmente en la identificación temprana de brotes, ha provocado que numerosos gobiernos se hayan echado en brazos de la tecnología. Algunos de los países más exitosos en el control de la epidemia, como Corea del Sur o Singapur, han cimentado su triunfo, en parte, sobre apps que rastrean los movimientos y los contactos de sus ciudadanos.
¿La solución pasa por una app? Islandia ofrece otro punto de vista.
Islandia. La pequeña nación se cuenta entre las más efectivas de Europa reduciendo a la pandemia. Registra 1.800 casos y 10 muertes (29 por cada millón de habitantes), cifras muy por debajo de la media continental. Gran parte de su estrategia se ha basado en la identificación temprana de casos y en los tests masivos (más de 166 por cada 1.000 habitantes, una de las cifras más altas de todo el planeta).
La app. Lanzada a principios de abril bajo la supervisión del gobierno, Rakning C-19 rastrea la localización de sus usuarios y elabora un registro histórico de sus movimientos. Cuando un islandés da positivo, las autoridades pueden recurrir a los datos de su teléfono móvil y descubrir qué lugares ha visitado y dónde ha podido transmitir la enfermedad. Hasta aquí, la teoría, sin duda muy alentadora.
El problema. Sucede que, en la práctica, los rastreadores islandeses han optado por un método más tradicional: papel, boli y teléfono. Lo cuenta Gestur Pálmason, inspector de la policía islandesa, encargada de supervisar el rastreo y la identificación de contactos, en MIT Technology Review.
La tecnología es más o menos... No diría inútil, pero es la integración de las dos [aplicación y llamadas telefónicas] la que ofrece resultados. Diría que Rakning ha resultado útil en unos pocos casos, pero que no ha sido determinante para nosotros.
Gran parte del problema deriva de su escasa penetración. Sólo un 40% de islandeses la ha descargado. Su utilización no es obligatoria. Es un porcentaje altísimo para cualquier otra app, pero insuficiente para asegurar un registro nacional de contactos y focos de transmisión. Y eso que la app islandesa es la que más ha penetrado en su población, fruto de su reducido tamaño (360.000 personas).
Lectura. El caso islandés es ilustrativo sobre las barreras que afronta la tecnología como solución al coronavirus. Otros países europeos cuentan con aplicaciones similares o se han abocado a su desarrollo. En España, por el momento, no existe nada similar. Las comunidades disponen de apps de autodiagnóstico y el gobierno ha solicitado al INE un informe sobre la movilidad durante la cuarentena. Pero nada más.
Funcionamiento. El ejemplo más recurrente es el de Singapur. Su app, Trace Together, se basa en el Bluetooth para vincular a dos usuarios que hayan estado a una distancia de menos de dos metros durante más de media hora. Una vez das positivo, los rastreadores pueden reconstruir tus pasos e identificar a tus contactos potencialmente contagiados. Israel cuenta con un sistema similar; República Checa, también.
Corea del Sur es un ejemplo aún más extremo. El gobierno puede solicitar los registros GPS de sus ciudadanos desde la crisis del MERS. Los datos se almacenan en una app que permite la monitorización de sus movimientos. En el brote de Itaweon, las autoridades recurrieron directamente a las teleoperadoras para identificar a 10.000 teléfonos. De un contagio sacaron 7.200 contactos y 69 positivos.
Problemas. Sin una arquitectura similar a la coreana, el resto de países dependen de que sus ciudadanos se descarguen la app. E Islandia es la mejor prueba de las enormes dificultades que apareja. A todo esto hay que sumar las barreras legales: la Comisión Europea ya ha advertido que apps como la checa o la finlandesa, generadoras de un "mapa de movimientos", pueden violar la privacidad de sus ciudadanos.
Imagen: Neharai5/Flickr