La de Kitsault es una historia tan rocambolesca, tan de desmanes, desarrollos meteóricos y defenestraciones aún más aceleradas, que si no estuviera bien documentada parecería una fábula con moraleja: se levantó casi de la nada en los años 70, en Canadá, y antes de que sus colonos se hubiesen adaptado a los rigores del clima ya se había convertido en un pueblo fantasma.
Para entender su crónica fugaz hay que conocer primero la fiebre del molibdeno que sacudió a la industria minera a finales de los años 70. El también conocido como "molly", un metal plateado y resistente, se usaba en aleaciones para reforzar su dureza y aguante frente a la corrosión y no resultaba raro encontrarlo en la proa de los cohetes en plena carrera armamentística.
Tras algún que otro vaivén con los precios y ver cómo en Alaska, EEUU o incluso Canadá había ya yacimientos que mostraban síntomas de agotamiento, el sector decidió buscar depósitos alternativos. Y uno de los buenos lo localizó en la Columbia Británica, en la desembocadura del río Kitsault.
Parto meteórico, caída fulgurante
La compañía estadounidense Phelps Dodge sacó la calculadora, echó cuentas y estimó que acogía unas 109 millones de toneladas de aquel preciado metal que se agotaba en otras latitudes.
Eso sí, había un problema grave para explotarlo. El yacimiento estaba en una zona remota, inhóspita y en la que faltaba lo más elemental para poner en marcha cualquiera mina: mano de obra.
La región tenía un interesante pasado minero y de sus tierras ya se había extraído plata, plomo, zinc y cobre. Entre los 60 y principios de los 70, de hecho, algunos mineros habían arañado unas cuantas toneladas de molibdeno. Por aquel entonces los trabajadores llegaban a la reserva en bote desde el cercano pueblo de Alice Arm, situado a solo un par de kilómetros de allí; pero hacia 1979 la localidad estaba ya medio abandonada y no solucionaba el grave problema de la Phelps Dodge.
¿Solución? Crear un pueblo prácticamente de cero.
En juego había mucho dinero, así que el conglomerado estadounidense decidió poner toda la carne en el asador: escogió una amplia planicie, seca, elevada y en un paraje idílico de bosques boreales y fiordos, y se puso manos a la obra para construir 100 viviendas unifamiliares y dúplex, siete edificios de apartamentos, tendido telefónico, cablevisión y una planta de tratamiento de aguas residuales.
Como hubiese sido difícil convencer a los mineros de que se mudasen con sus familias a un lugar remoto solo para trabajar y dormir, sin más distracción que la pesca, la compañía planificó también una oferta de ocio y servicios que daban a Kitsault ya sí, definitivamente, el aspecto de un auténtico pueblo de nuevo cuño. Entre otros reclamos acabó dotándose de un centro comercial y otro comunitario, biblioteca, hospital, una escuela y gimnasio. Incluso tenía su propia piscina.
El material llegaba en barco y se trazaron caminos a través de las montañas.
Las obras arrancaron en 1978 y en un tiempo récord, hacia 1980, con la pintura y el yeso todavía frescos, se mudaron los primeros colonos. En muy oco tiempo Kitsault se convirtió en lo que había planificado Phelps Dodge: un pueblo en toda regla, con sus corros de escolares y sus familias depositando cada mes los ahorros en una sucursal abierta a propósito por el Royal Bank.
El experimento, por desgracia, duró incluso menos de lo que se había tardado en levantar Kitsault.
Y eso ya es decir.
Durante la recesión de 1982 los precios se desplomaron y el panorama cambió de forma radical para el molibdeno. El otrora deseado mineral oscuro perdió interés y, con él, lo hizo la viabilidad de aquel pueblo remoto cuya razón de ser —y base económica— no era otra que la explotación minera.
Año y medio después de su apertura el yacimiento cerró.
here is me giving a home tour in the ghost town i went to because it is important to show people a deeper look at kitsault and also i don’t understand what work life balance is pic.twitter.com/uNtAxlMOhQ
— Justin McElroy (@j_mcelroy) August 8, 2022
Cuando los lugareños de Kitsault se vieron sin trabajo, privados de sueldos y aislados, volvió el trasiego de camiones, aunque de otro tipo: los de mudanzas tomaron el relevo de los de materiales de construcción y en vez de dirigirse a la planicie pusieron rumbo a otras latitudes de Canadá.
¿Cuánto costó el experimento frustrado de Kitsault? Se cree que unos 50 millones de dólares de la época, lo que a día de hoy equivaldría a unos cuantos cientos de millones. Pese a toda esa inversión Kitsault acabó convertido en un pueblo fantasma, vacío, sin actividad, una peculiar cápsula del tiempo con olor a nuevo y estética de los 80. De esa guisa salió a la venta en 2005.
Su historia y edificios llamaron la atención del millonario Krishnan Suthanthiran.
Gracias a una considerable inversión en mantenimiento hoy el pueblo se mantiene casi congelado, con un aspecto no muy diferente al que tenía cuando se marcharon sus últimos colonos, hace cuatro décadas. Por quedar, quedan incluso las fichas de préstamos en los casilleros de la biblioteca.
Eso no quita que no renuncie a una segunda oportunidad. En 2013 sus responsables planteaban revivirlo convirtiéndolo en un referente de la industria del gas natural licuado (GNL).
Lo que sí puedes hacer si tienes suerte y estás dispuesto a desplazarte hasta la remota Columbia Británica, como le ha ocurrido a Justin McElroy, es visitarlo cámara en mano para volver a casa con un auténtico álbum de un pueblo canadiense de de los 80... Reconvertida en urbe fantasma.
Imágenes | Kitsault.com