Es una imagen que cuesta extraer de la memoria: un hombre de mediana edad, con cierto sobrepeso y vistiendo chinos y americana negra trata de agarrar por la espalda a una silueta delgada y cubierta de pies a cabeza por una suerte de vetusto chándal claro, mientras el resto de protagonistas de la instantánea observan la escena con una mezcla de desdén, desinterés y franca alucinación ante los acontecimientos.
El lugar es Boston, el evento es la maratón centenaria de la ciudad y la silueta entrecortada que huye de las trabas del hombre de turno es Kathrine Switzer, la primera mujer en la historia que logró inscribirse, participar y finalizar la exigente y prestigiosa maratón de Boston, una carrera coto vedado del género masculino hasta bien entrado el siglo XX, en 1967. ¿El hombre tras ella? Un comisario ansioso por detener su histórico desagravio.
Cincuenta años después de aquella foto, Switzer vuelve a correr por última vez una maratón en Boston. Lo hará, esta vez, sin el obstáculo varón de su primera vez.
La historia de Switzer es una de las tantas que pueblan los libros de historia del siglo XX: una fotografía en blanco y negro en el que el protagonista, alejado de los márgenes del gran relato de la historia de la humanidad, da un paso al frente en pro de algo que, medio siglo más tarde, sólo podrá ser visto con la más justa normalidad.
Joven maratoniana en una época en la que las mujeres aún estaban consideradas demasiado débiles o frágiles como para desempeñarse en igual lid que sus colegas masculinos, y hablamos de los '60, Switzer fue la primera mujer en colgarse un dorsal en Boston. Lo hizo en secreto, utilizando sus iniciales (K. V. Switzer) para ocultar su verdadera identidad, y adelantándose cinco años al reconocimiento oficial de la maratón de Boston para con las mujeres.
Correr contra los elementos (y contra el machismo)
Medio siglo después, la historia ha sido justa con el gesto de Switzer, cuya participación en Boston hoy será la última de su prolífica carrera atlética (venció en la maratón de Nueva York en 1974, fue segunda en la de Boston al año siguiente, donde además bajó de las tres horas y registró su marca personal en la especialidad). Switzer dará el pistoletazo de salida oficial a la carrera femenina, hoy tan, tan relevante en el circuito internacional.
Nada de eso existía en 1967. Aunque Switzer no fue la primera mujer en finalizar la maratón (tal honor corresponde a Bobbi Gibb), sí fue la primera en hacerlo con dorsal. Fue su empeño personal, en contra de las recomendaciones de reputados entrenadores y especialistas en la materia de su tiempo, que o bien consideraban a las mujeres incapacitadas para tan dura tarea o bien se atenían a las reglas para evitar que el mundo sucumbiera en el caos y en la anarquía, el que le valió un puesto preferente en la historia del deporte femenino.
Y fueron los titulares de la época los que catapultaron su ejemplo a la fama. El episodio que abre el post contó con otros dos protagonistas indispensables para la historia: por un lado, el ya mencionado comisario, Jock Semple, quien trató de detener físicamente a Switzer al grito de "fuera de mi carrera". Semple tenía una larga tradición de acoso a corredores no-oficiales, amateur, al considerarlos farsantes que minaban el prestigio de la carrera que co-dirigía. Su estampida contra Switzer fue fotografiada e inmortalizada.
Y se hizo viral a su modo en 1967. Su intentona representa aún hoy los numerosos obstáculos que la mujer ha enfrentado en su camino para la igualdad con el hombre. El reconocimiento nacional de la fotografía impulso el inicio de los trámites para cambiar la normativa de Boston tres años después, y cinco más tarde, la admisión formal de las mujeres.
Al lado de Switzer se cuenta la historia de otro hombre: la de su novio, Tom Miller, un lanzador de martillo profesional de proporciones gigantescas que colaboró con Switzer en su tapadera para participar en la maratón de Boston y que se enfrentó físicamente con Semple para detener su particular e ignominioso boicot.
Cincuenta años después, el relato de Switzer frente a un mundo machista que privaba a las mujeres de algo tan universal como el acto de correr resulta totalmente anacrónico. Mientras el mundo camina mal que bien hacia la igualdad, las mujeres continúan batallando por la igualdad real, en términos de igualdad de oportunidades, en múltiples campos, entre ellos el deportivo. Switzer derrumbó la barrera legal: medio siglo después, pervive la estructural.