A medida que se reducen los casos de COVID-19 en los países desarrollados, la propagación del virus se acelera en los países en vías de desarrollo, puesto que tres de cada cuatro nuevos casos detectados cada día se producen en dichos países. A medida que el virus se propaga, los gobiernos tienen que hacer sopesar las consecuencias sanitarias con las económicas, puesto que está pasando de ser una crisis sanitaria a una crisis económica.
Nuestra investigación muestra cómo el impacto de la crisis en la pobreza se va a notar pronto en tres aspectos clave: es probable que la pobreza aumente, es probable que empeore y, como consecuencia, también es probable que cambie la ubicación de la pobreza mundial.
Tras examinar las estimaciones de diversas fuentes (entre ellas, el Banco Asiático de Desarrollo, Goldman Sachs, el FMI y la OCDE), nos planteamos las consecuencias de la COVID-19 en tres posibles escenarios económicos en los que los ingresos y el consumo mundiales se contraerían en un 5%, un 10% o un 20%, respectivamente. Descubrimos que el impacto económico en el peor de los escenarios podría aumentar la cifra de personas en extrema pobreza hasta a 1.120 millones en el mundo, frente a los 727 millones en 2018.
Con esto se confirman nuestras estimaciones previas de que el coronavirus podría llevar hasta a 400 millones de personas a la pobreza extrema, algo que el Banco Mundial define como aquellas personas que viven con menos de 1,90 dólares al día. O lo que es lo mismo, el umbral de pobreza medio en países en desarrollo con ingresos bajos. Esta cifra se elevaría hasta más de 500 millones de personas si utilizáramos umbrales de pobreza más altos según el Banco Mundial para los países en desarrollo con ingresos medio-bajos (3,20 dólares al día) y medio-altos (5,50 dólares al día).
El posible aumento de la pobreza extrema se debe a que hay millones de personas que viven justo por encima del umbral de pobreza y es probable que dichas personas se vean gravemente afectadas, puesto que muchas trabajan en sectores no regulados con poca cobertura de seguridad social. Tal aumento de la extrema pobreza marcaría el primer aumento absoluto de las cifras mundiales desde 1999 y el primero desde 1990 en cuanto a la proporción de población mundial que vive en la pobreza.
En cuanto a la intensidad de la pobreza, los recursos necesarios para elevar los ingresos de las personas pobres por encima del umbral de pobreza podrían aumentar en un 60%: de los 446 millones de dólares previos a la pandemia a más de 700 millones de dólares diarios. En el caso de aquellas personas que ya se encontraban en situación de pobreza extrema y aquellas que recientemente han caído en dicha situación, su pérdida de ingresos podría ascender a 500 millones de dólares diarios.
En cuanto a la localización de la pobreza, es probable que aumente de forma dramática en países asiáticos en desarrollo con ingresos medios, como la India, Pakistán, Indonesia y Filipinas. Esto se debe a el gran número de población de dichos países que había salido recientemente de la pobreza. En otras palabras, el crecimiento económico reciente de estos países ha sido relativamente débil y también es probable que veamos un aumento de la pobreza en países que han mantenido altos niveles de pobreza durante las últimas tres décadas, como Tanzania, Nigeria, Etiopía y la RDC.
Cómo responder a la pandemia de la pobreza
La COVID-19 supone una importante amenaza para los países en desarrollo, puesto que sus sistemas sanitarios tienden a ser más precarios. Los casos más graves de la enfermedad también se han vinculado a predisposiciones como la hipertensión arterial, la diabetes y la contaminación atmosférica, factores prevalentes en los países en desarrollo. Al mismo tiempo, también hay quien sugiere que el coronavirus podría dificultar el tratamiento de otras enfermedades como la tuberculosis, el VIH/SIDA y la malaria crónica.
Sin embargo, los países en desarrollo suelen tener una proporción menor de personas con alto riesgo de padecer la enfermedad en términos de edad (>70 años). Por lo tanto, una crisis económica podría suponer un mayor riesgo relativo para la población y deberíamos preguntarnos si el confinamiento es la mejor forma de contener el virus en los países en desarrollo si va a implicar graves pérdidas de ingresos. Se estima que la proporción de puestos de trabajo que se pueden realizar desde casa es inferior al 25% en muchos países en desarrollo, una cifra muy por debajo del cerca de 40% de puestos de trabajo que pueden realizarse desde casa en países como Estados Unidos y Finlandia. En países como Madagascar o Mozambique, la cifra apenas llega al 5%.
Por consiguiente, también existe una clara necesidad de contar con políticas sociales de redes de seguridad. Son medidas que ya existen en muchos países en desarrollo, pero es necesario ampliar considerablemente su cobertura y financiación. Entre esas políticas se incluyen programas de transferencia de efectivo, ayudas puntuales para toda la población, cupones de alimentos, comedores escolares y programas de empleo público. En los países en desarrollo con ingresos medios, estas medidas están financiadas por el gobierno nacional, mientras que en los países con ingresos bajos suelen estar cofinanciadas por donaciones. Todo conjunto de políticas también debería incorporar planes de "ayudas por quedarse en casa" o "compensaciones por hacerse las pruebas".
La larga crisis
Mirando hacia el futuro, los efectos de la pobreza más allá de 2020 están estrechamente relacionados con la evolución del desarrollo de una vacuna eficaz. Incluso en el mejor de los casos, si se descubriera una vacuna para finales de año, es incierto cuánto tiempo tardaría en llegar a toda la población mundial. Podría tardar años.
Tampoco es seguro que los países en desarrollo puedan acceder a la vacuna a un precio razonable, ni que toda la población de dichos países la vaya a recibir gratuitamente. Podríamos acabar en un nuevo apartheid COVID-19, con vacunados y no vacunados viviendo en zonas separadas y trabajando en diferentes mercados laborales. Se trata de una posibilidad sorprendente pero real de la que apenas nadie habla todavía.
Aunque pueda parecer algo lejano, ya existen países, como Chile, donde se expiden "pasaportes de inmunidad". Dichos pasaportes podrían determinar el trabajo que puede realizar una persona, determinando su libertad de movimiento. Se trata de una medida que podría dejar a la población más pobre sin acceso a oportunidades laborales o solamente con acceso a ingresos bajos si se restringe su libertad de movimiento. Esta crisis parece cada vez más que va a ser una crisis larga.
De ser así, tendrá repercusiones en la pobreza mundial durante años.
Fotos: Themba Hadebe, Jerome Delay, Gtres.
Autores: Andy Sumner, Profesor de Desarrollo Internacional en King's College de Londres; Christopher Hoy, investigador y político por la Universidad Nacional Australiana; Eduardo Ortiz-Juárez, doctorando del King's College de Londres.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.