Una versión anterior de este artículo fue publicada en 2018.
La huella medioambiental que genera nuestro modo de vida, la forma en la que consumimos y en la que nos relacionamos con nuestro entorno, es a menudo invisible. No la vemos de forma directa. Pocos elementos representan lo abstracto de la contaminación como un smartphone: silencioso, diminuto y ubicuo, el teléfono que portamos siempre en el bolsillo es uno de los vectores contaminantes del planeta. Y sus emisiones asociadas se van a disparar en el futuro.
El CO2 de un smartphone. Es cierto, un terminal móvil no genera gases contaminantes. Pero construirlo sí: un estudio realizado por la Universidad McMaster revela cómo la industria de las telecomunicaciones ha triplicado sus emisiones durante la última década. El elevado consumo de teléfonos a lo largo del mundo podría disparar su responsabilidad en la huella de carbono al 14% para 2040. Son las cifras en las que ahora se mueve la industria agroalimentaria.
Teléfono grande, ande o no ande. Hay diversos motivos para preocuparse. El principal es la tendencia: las grandes compañías de telecomunicaciones están interesados en que la rueda del consumo siga girando. Y ese consumo se realiza cada vez con teléfonos más grandes, ergo más contaminantes: las enormes pantallas de las últimas generaciones emiten casi un 60% más de gases (es el caso del iPhone 6s comparado con el 4s). La única noticia positiva: compramos (algo) menos.
El coste de fabricar. La mayoría de las emisiones asociadas a un terminal (entre el 85% y el 95%) se da durante su proceso de fabricación, para el que se requieren complejos procesos industriales y raros materiales de alto valor. ¿Solución? No compres tanto. Si la vida media de un smartphone es de dos años, alargarlo uno más ayuda de forma marginal al planeta. Con los coches sucede lo mismo: el coste medioambiental de fabricar uno nuevo es más alto que el de utilizar uno viejo.
Los datos son peores. Con todo, el estudio apunta hacia un motivo de preocupación mayor: la nube. Toda la información que volcamos constantemente en Internet no se sostiene sola, sino que se almacena en los data centers de los gigantes tecnológicos, enormes ciudades conectadas a la red que necesitan de un montón de electricidad para funcionar. Electricidad generada, a menudo, con energías no renovables. Para 2040 representarán el 45% de las emisiones de la industria.
Todos se han comprometido a sostener sus data center con renovables. A corto plazo.
Pasa en todas las industrias. El caso del smartphone puede parecer sorprendente porque, al contrario que un coche, no es un elemento al que asociemos una alta huella medioambiental a diario. Sucede algo similar con la ropa: es la segunda fuente de emisiones y contaminación a gran escala, muy especialmente de agua. Las razones son similares: un ciclo de consumo desbordante y un proceso productivo que prioriza reducir costes frente a reducir daños medioambientales.
La gran pregunta es, ¿tiene solución? La respuesta probablemente sea no. Gran parte de las medidas destinadas a paliar los efectos del cambio climático obligan a cambios drásticos, cuando no a un empeoramiento relativo de nuestra calidad de vida.
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