A los 64 años, justo cuando España y Portugal ingresaban en la entonces denominada Comunidad Económica Europea, José Saramago sorprendía a sus lectores con una novela en la que planteaba un punto de partida inquietante: la Península Ibérica convertida en una gigantesca plataforma flotante, desgajada del resto del continente europeo y vagando —mecida por las olas, entre bancos de peces, al capricho de las corrientes y las ráfagas de viento— por el vasto Océano Atlántico.
La balsa de piedra, el título que escogió para el libro, trasluce la profunda filiación iberista que el sabio luso llevó siempre por bandera. Dos décadas después de publicarlo —y ya con el Nobel de Literatura en su estantería, lo que amplificaba si cabe el impacto de sus declaraciones— Saramago aseguraba en una entrevista al periódico lisboeta Diário de Noticias su convicción de que era cuestión de tiempo que España y Portugal terminasen fusionadas en una única entidad política: Iberia.
Sus ideas enraizaban en el terreno ya abonado por otros grandes literatos de ambos países, como Fernando Pessoa, Miguel de Unamuno o Miguel Torga.
La ideología que abrazaron algunas de las plumas más capaces de la España y Portugal del siglo pasado dista mucho sin embargo de ser un invento del XX. El iberismo hiende sus raíces —para algunos autores, ya que no hay unanimidad al respecto— en los albores de la Edad Moderna, cuando en junio de 1494 los Reyes Católicos y Juan II de Portugal acordaron evitar conflictos mutuos y repartirse el Nuevo Mundo. Otros historiadores fijan la génesis del iberismo en la política dinástica del XV o en el siglo XIX, durante los años en los que se expandían con fuerza las teorías liberales y los nacionalismos unificadores que dejaron huella en Alemania o Italia.
Lo que suscita algo más de consenso es el significado del iberismo. El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) lo define como la "doctrina que propugna la unión política o una especial relación sociopolítica entre España y Portugal". En una línea similar —aunque bastante más sucinta— apunta el diccionario luso Priberam. Sus autores explican que se trata del movimiento bajo el que se aglutinan los diferentes partidarios de la "unión ibérica".
Un movimiento vivo en el siglo XXI
Más allá de ser una de las piezas del bagaje ideológico de intelectuales de la talla de Saramago, Unamuno o Pessoa, o de figurar como una entrada en el diccionario, el iberismo es una doctrina viva que cuenta en pleno siglo XXI con una red de asociaciones y agrupaciones políticas que intentan colarlo en la agenda pública de ambos lados de La Raya.
Desde principios de la década está respaldado por dos partidos “hermanos” que trabajan de forma estrecha: Movimento Partido Ibérico (mPI), constituido en 2013 por Paulo Gonçalves; y Partido Íber, impulsado en España por Casimiro Sánchez Calderón, un político veterano que durante años ejerció de alcalde de Puertollano y militó durante cerca de medio siglo —solicitó la baja en 2014— en el PSOE.
A ellos se suman entidades más o menos activas y de mayor o menor recorrido que alientan el debate y difunden la doctrina, como Asociación Iberista, Sociedad Iberista, Plataforma por la Federación Ibérica o Ibernexus. Su objetivo es común: caminar hacia un nuevo paradigma en el que juntos, España y Portugal, alcancen un mayor peso a nivel internacional. Prueba de la vitalidad del movimiento es que Íber tiene previsto celebrar un Consejo Nacional el 10 de noviembre en Puertollano, cita en la que se abordará su papel en las elecciones municipales de 2019.
“El iberismo del siglo XXI aspira a sumar los anhelos de todos los ibéricos y presentar soluciones”, defiende Paulo Gonçalves, figura clave del mPI, antes de enumerar los cuatro pilares en los que reposa esa aspiración: “El respeto a la diversidad, la lealtad institucional entre los países y la solidaridad”. A diferencia del discurso del “iberismo clásico”, que perseguía la unión política entre España y Portugal, el MPI —explica Gonçalvez— “propugna una confederación ibérica”.
“Hoy el iberismo clásico no tiene conexión con la realidad, pero el iberismo para el siglo XXI como abogan el mPI e Íber es una fórmula de éxito. Desde que en 2012 esta tarea vio la luz, nunca se escribió ni habló tanto como ahora de iberismo. Estamos seguros de que es un asunto cada vez más presente en la sociedad ibérica”, reflexiona Gonçalvez, desde Portugal, en referencia a los primeros pasos dados por el mPI hace ya más de un lustro.
Al otro lado de La Raya, Sánchez Calderón reconoce que alcanzar los objetivos que se marca el iberismo supone una “tarea difícil”, pero al igual que su colega luso marca distancias entre el discurso del iberismo decimonónico y el actual. “Ha cambiado, ha dejado un paradigma cargado de sentimientos y soluciones a problemas dinásticos para mirar al futuro, que pasa por lo tecnológico”, subraya: “Tenemos un atraso tecnológico muy grande y creemos que la unión nos daría la fuerza suficiente para ofrecer una Iberia mucho más tecnológica y moderna”.
Además de España y Portugal, el iberismo incluye en su ecuación a Andorra. En la Declaración de Lisboa —aprobada durante una cumbre celebrada en la capital lusa en 2016— se aboga por componer una “Comunidad Ibérica de Naciones” con los tres territorios.
“Portugal, Andorra y España [tienen] intereses comunes en el seno de la UE, comparten un mismo espacio multinacional iberófono”, subraya el texto. Su mirada es de hecho “paniberista”, aspira a una “articulación intergubernamental de la iberofonía y fomentar un punto de encuentro en el que converjan Hispanoamérica y países de lengua lusa —Brasil, Angola, Mozambique...— además de España, Portugal y Andorra y territorios con un “pasado iberófono”, como Filipinas o Puerto Rico.
Potencial para sumarse al club del G8
“La economía de los países que hablan español representa un 10% del PIB mundial, mientras que la comunidad de países de lengua portuguesa representa un 4% del mismo. Por tanto, la iberofonía representa un 14% del PIB mundial”, incide la Declaración de Lisboa, que anima a los países implicados a “tener otra vez la inteligencia y humildad que tuvimos el 7 de junio de 1494, cuando, con el Tratado de Tordesillas, olvidamos lo que nos alejaba y escogimos lo que nos hacía grandes”.
Su convicción en el potencial de la alianza entre España, Portugal y Andorra lleva a los impulsores del iberismo a asegurar que "una economía integrada" colaría a Iberia en el selecto club del G8.
Antes de plantearse escenarios panibéricos, la pregunta del millón por solucionar es ¿Cómo lograr los objetivos del iberismo? ¿Cómo caminar hacia una mayor convergencia entre Portugal, Andorra y España? “El problema de la unión es muy complicado, se trata de una labor de años, seguramente siglos”, reconoce Sánchez Calderón: “Sabemos que estamos ante una meta muy difícil, pero a lo que tenemos que llegar españoles y portugueses es a un conocimiento de lo que tenemos en común”. Un detalle en el que el fundador de Íber pone énfasis. “España y Portugal hemos estado viviendo de espaldas”.
“Hay que ir con mucha cautela, cariño y capacidad de perdón para los posibles agravios que se cometan. Hablamos de crear poco a poco cosas comunes: un ministerio, una Liga Ibérica de Fútbol, un Banco Central Ibérico, materias comunes en la enseñanza, unificación de servicios… Ir preparándose conjuntamente”. El objetivo último, apunta Sánchez Calderón, pasaría por alcanzar un modelo confederado en el que cada nación mantuviera sus peculiaridades. “Es una labor de encaje de bolillos, pero se puede conseguir”, defiende el veterano político.
Como objetivo a corto plazo el mPI se plantea reunir un equipo de cara a los comicios municipales previstos para 2021 en Portugal. En España, Íber estudia su papel en las elecciones locales del próximo año, aunque Sánchez Calderón reconoce que no será fácil. El partido dispone de cerca de 250 afiliados y afrontar una campaña requiere un desembolso importante de fondos.
A pesar de esas dificultades y de que el futuro se conjugue en futuro, el político se muestra optimista. Le invitan a serlo, explica, pequeños logros como la colaboración mostrada entre España y Portugal para combatir los incendios forestales que asolaron ambos países en 2017. “Se produce un acercamiento, aunque muy lento. Habrá pasos adelante, pero también atrás”, valora.
“La configuración estatal que propugnamos es la confederación de países en un tratado o convenio de coordinación avanzada donde las opciones políticas y su ejecución serán puestas en marcha desde el punto de vista ibérico. El encaje social, nacional y administrativo será paulatino, tendrá algún revés, pero en general se llegará al objetivo”, coincide Gonçalves.
Esa unión reforzaría la influencia de Portugal y España en el seno de la Unión Europea. El iberismo —abunda el fundador del mPI— no plantea abandonar la UE, sino “tener más peso y que ese peso resulte en ventajas para todos los ibéricos” al defender sus posiciones en Bruselas. A modo de ejemplo, Gonçalves recuerda los acuerdos y proyectos impulsados de forma conjunta por ambos países, entre otros, en materia pesquera o investigación. En el polo opuesto sitúa la dura competencia entre los puertos lusos y españoles para captar tráficos.
“No se trata de solaparse con la UE, sino de tener más fuerza e influencia. Un ejemplo es el Banco Central Ibérico, que servirá para tener una gran potencia a la hora de negociar políticas económicas y monetarias en las citas del Banco Central Europeo. Ahora los Bancos Centrales de España y Portugal van con objetivos quizás algo divergentes; con el Banco Central Ibérico la cosa cambiaría mucho, con evidentes ventajas para las negociaciones”, defiende Gonçalves.
La otra pregunta del millón es, ¿resulta viable el discurso iberista cuando hace apenas un año España veía como Cataluña, una de sus comunidades con mayor peso económico y demográfico, se sumía en un proceso de ruptura unilateral? La postura de Sánchez Calderón sobre los nacionalismos es tajante: “Lo que pretenden es volver a la Edad Media”. “El iberismo del siglo XXI va a ser tecnológico porque el futuro será tecnológico. Quienes no estén preparados, quienes estén pensando en crear fronteras, van en contra de esa realidad”.
Una vez aclarado ese punto, Sánchez Calderón reconoce la necesidad de reformar el estado de las autonomías. Su propuesta pasa por “renovarlo profundamente” y apostar por la "coordinación de las provincias".
“La diversidad es nuestra riqueza más grande, debe traer ventajas y no pérdidas. La unión por la que abogamos es la unión de intereses comunes y no política”, señala Gonçalves. En su opinión los diferentes idiomas de la península —portugués, español, gallego, catalán, vasco…— no tienen por qué suponer un problema a la hora de estructurar el proyecto iberista. “En Suiza hay cuatro idiomas oficiales y lo llevan bien”, recuerda. Sánchez Calderón va más allá y aspira a que el iberismo brinde “un ejemplo de unidad” a nivel europeo que el resto de socios de la UE puedan seguir.
Movimiento transversal y "poliédrico"
Los nacionalismos no son la única dificultad con la que debe lidiar el iberismo.
El impulsor de Íber reconoce que uno de los grandes retos es la necesidad de articular un discurso transversal, capaz de englobar las diferentes sensibilidades ideológicas. Cuando el objetivo es tan ambicioso no queda mucho margen para las divisiones habituales del espectro político entre izquierdas y derechas, conservadurismo y progresismo. “Es complicadísimo”, admite Sánchez Castellón: “Lo que planteamos es buscar el mayor consenso y debate posible. Aceptamos a cualquier persona demócrata y creemos que el debate es necesario”.
¿Y cómo se percibe el iberismo en la calle? Al margen de las organizaciones cívicas o políticas que defienden de forma activa la doctrina, ¿Cómo la valora la sociedad? ¿Se ve como una opción deseable o como una planteamiento quijotesco, una postura que difícilmente dará para algo más que un debate de sobremesa? Algunos estudios revelan que tanto en España como en Portugal amplios sectores de la población se muestran partidario de buscar espacios de encuentro.
El Barómetro de la Imagen de España elaborado por el Real Instituto Elcano entre mayo y junio de 2016 revela que el 74% de los portugueses consultados opinan que España debe ser su mejor aliado en la UE y ocho de cada diez (83%) consideran que ambos países comparten intereses comunes en política internacional. Esa sensibilidad contrata —al menos a ojos de los entrevistados— con la realidad. De los lusos que participaron en la consulta, solo el 63% creía que España y Portugal se coordinan bien a la hora de hacerse valer en la esfera internacional.
El dato más relevador sin embargo es que más de dos tercios, el 68%, comparte que los dos estados deberían avanzar hacia “alguna forma de unión política ibérica”. Esa vocación choca de nuevo con lo que la sociedad percibe en su día a día. El informe muestra que los lusos creen que su país despierta escaso interés al otro lado de La Raya. De los encuestados por el Real Instituto Elcano, el 60% opina que los españoles permanecen poco atentos a lo que ocurre en Portugal, mientras el 39% cree que a los lusos no les importa lo que acontece en España.
“En Portugal existe una base social importante para avanzar hacia una mayor cooperación política y económica entre ambos países”, concluye el informe elaborado por el Real Instituto Elcano.
En España se percibe también una sensibilidad similar. El Barómetro de Opinión Hispano-Lusa de 2011, desarrollado por las universidades Complutense y de Salamanca, Centro de Estudios Sociales Casus y Centro de Investigaçao e Estudos de Sociologia, concluye que los españoles “están mayoritariamente a favor” de todas las opciones planteadas para la cooperación con Portugal, salvo de la homogenización fiscal. Los autores del informe apreciaban no obstante un apoyo mayor a las propuestas de colaboración bilateral en territorio luso.
En 2011 el 51,4% de sus habitantes estarían de hecho a favor de que el idioma español fuese material de enseñanza obligatoria.
“En el Barómetro de 2009 la idea de una Federación de Estados era apoyada por el 30,3% de los españoles y el 39,9% de los portugueses (sumando ‘muy de acuerdo’ y ‘de acuerdo’). En 2010, los porcentajes se elevaron hasta el 31%, en caso de los españoles, y hasta el 45,6% entre los portugueses. En el Barómetro actual, los porcentajes vuelven a subir: un 39,8% entre los españoles y un 46,1% entre los portugueses”, abundaba el informe de opinión hispano-lusa de 2011.
La Raya no se nota en la relación comercial
En el ámbito económico el vínculo entre ambos países es también innegable. Según los datos de la Cámara de Comercio Hispano Portuguesa, durante los siete primeros meses de 2018 las exportaciones españolas a Portugal sumaron 12,05 mil millones de euros y las importaciones españolas del vecino luso rozaron los 6,8 mil millones. El ICEX corrobora la intensa relación entre ambos lados de La Raya.
“En cuanto a la posición de la inversión global española, Portugal ha ido ocupando en los años pasados posiciones entre el 5º y 6º lugar como país de destino por stock de inversión. El último dato de 2016 arroja una posición de 17.058 millones de euros y 7º lugar en el ranking”, concluía el informe del ICEX. Bastante menor es la inversión lusa en España, que alcanzaba los 2.700 millones, lo que lo situaba en el 17º ranking de la posición inversora.
En la esfera institucional España y Portugal comparten también lazos que los convierten en socios preferentes. Desde 1983 ambos países celebran Cumbres Ibéricas que rotan alternativamente de un país a otro y permiten a los dos Gobiernos buscar acuerdos en cuestiones comunes, como infraestructuras que trascienden la frontera. Tras la cita del año pasado, que se celebró en el municipio lusa de Vila Real, la próxima cita bilateral está programa para el 21 de noviembre en Valladolid.
Otro ejemplo son las Eurorregiones, que buscan precisamente ahondar en la cooperación trasfronteriza. En 2008 se constituyó la formada por Galicia y el Norte de Portugal y un año después Euroace, entre Alentejo, el centro de Portugal y Extremadura.
Se comparta o no que el origen del iberismo se remonta al siglo XV, lo que es innegable es que es un anhelo con una sólida tradición detrás. El historiador José Antonio Rocamora, autor de varios trabajos sobre el movimiento, explica que “el último rebrote” del iberismo en España se fraguó durante los años de la Transición.
“Fue tibio y poco duradero. En buena medida, la UE da respuesta a muchas cuestiones planteadas originalmente por el iberismo, como la relativa pequeñez de los Estados ibéricos para hacer frente a los nuevos tiempos. Ahora bien, puede haber personas insatisfechas por el escaso peso de ‘lo ibérico’ en un contexto europeo. En este caso se puede plantear, como se ha hecho, un marco panibérico”, comenta el profesor.
El “punto álgido del iberismo”, señala Rocamora, se alcanzó en la década de los 60 del siglo XIX. “Era la época en la que se buscaban unificaciones nacionales que a veces se lograron (Alemania o Italia) y otras no (Iberia o Escandinavia). A partir de ahí hubo un fuerte retroceso del iberismo en Portugal, aunque sin desaparecer, y en España, aunque ya no hubo ocasiones propicias para plantear la idea, permaneció con cierta fuerza hasta la Segunda República. Franquismo y Salazarismo fueron antiberistas por más que firmaran el llamado Pacto Ibérico”, recuerda.
Una deriva similar habría seguido el iberismo catalanista, que en su momento planteó el modelo para dar encaje a una Cataluña con mayor grado de autonomía. “Hace tiempo que se desplomó, pero de vez en cuando hay algún afloramiento puntual de la idea”, anota Rocamora. En tierras de Fernando Pessoa y José Saramago —señala Rocamora— el iberismo “sigue estando satanizado en el nacionalismo portugués y, por lo tanto, resulta políticamente incorrecto hablar de ello”.
“Sin embargo las encuestas sí indican la existencia de un sector minoritario, pero significativo, de partidarios de algún tipo de iberismo”, apunta el profesor, para quien el rechazo del movimiento por parte del nacionalismo portugués se fraguó en el último tercio del siglo XIX. “Un nacionalismo necesita un ‘otro’ al que se enfrente el ‘nosotros’. Y en el caso de Portugal, el enemigo fue España. Identificó el iberismo con absorcionismo español”.
En una línea similar a Partido Íber o el MPI, la Asociación Iberista está convencida sin embargo de que son más las cosas que unen que las que separan a las sociedades española y portuguesa. “Creo que el respaldo está ahí, que hay cierta apetencia y una percepción clara de simpatía por la causa. Hay estadísticas y estudios que lo demuestran”, explica Juan Manuel Sánchez, su presidente. Para ahondar en ese camino el movimiento deberá sin embargo encajar su “carácter poliédrico” y la amalgama de posturas que desde sus propias filas abogan por diferentes formas de unión e itinerarios.
“El iberismo es muy transgresor porque altera el estatus quo. Hay que construirlo mirando al futuro”, invita Sánchez.