Mientras salvamos al oso panda porque es mono, dejamos extinguirse a los animales feos

Mientras salvamos al oso panda porque es mono, dejamos extinguirse a los animales feos
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La última actualización de la Lista Roja de Especies Amenazadas, elaborada cuidadosamente por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, ha dejado al oso panda gigante fuera de la lista de especies amenazadas. Es un hito histórico: el úrsido asiático, de característico pelaje y dieta, había bordeado el fin de sus días desde hacía décadas. Ahora, los esfuerzos internacionales por preservar su hábitat y mejorar su fertilidad han permitido observar un repunte de la población salvaje. Enhorabuena, humanidad, hemos salvado a otro peluche.

Es una buena noticia. Preservar algunas especies naturales se ha convertido en una prioridad para un buen número de organizaciones, desde ONG's hasta departamentos de investigación de las universidades más prestigiosas del mundo. El oso panda, cuyo modo de vida y acceso a recursos naturales habíamos destrozado de forma progresiva, se ha beneficiado de nuestra conciencia global. Pero también de su aspecto: es grande, es bastante torpe, es muy peludo y tiene dos manchas grandes alrededor de los ojos.

Es un bicho mono.

El éxito en la conservación del panda gigante (hay otro panda: es igual de mono y también está amenazado, pero no es tan importante para el gobierno chino) ensombrece el larguísimo listado de otros animales que no son tan bonitos pero que son tan relevantes para nuestros ecosistemas como él. Y que también pueden desaparecer si no invertimos en programas de conservación.

Tener pelaje: un factor de éxito en conservación

No se trata sólo del panda. Los tigres, los elefantes, los grandes primates, los rinocerontes negros y toda la amplia panoplia de felinos predadores del mundo (gatitos grandes) acaparan la mayor parte de la atención mediática. Los grupos conservacionistas como WWF se centran en ellos en sus campañas dejando de lado a bichos menos atractivos para el gran público como las serpientes, las ranas o los peces feos. Si no has oído hablar de la rana de Morelet no es porque no esté en peligro, sino porque las ranas no son achuchables.

Rana Las ranas no son tan achuchables como los gatitos gigantes, pero son básicas para miles de ecosistemas. Y un número altamente procupante de ellas está en peligro de extinción.

El panda (y sus crías, aún más torpes y bobaliconas que sus progenitores) sí. Como señalan en NyMag, nos recuerda a nuestros bebés: adorable, indefenso y juguetón, necesita que lo protejamos. Por nuestra parte, es un sesgo natural: los pulpos o los cuervos pueden ser todo lo fascinantes que deseen (y en el caso de los primeros, incluso monos), pero no pueden superar nuestra tendencia natural a embelesarnos con gatos de orejas saltonas o nutrias peludas que ruegan por tus caricias. Por parte de la comunidad conservacionista, es un dilema más tramposo.

No sólo se trata de la atención mediática que unos animales obtienen sobre otros, sino también de las horas que dedicamos a investigarlos y saber más de ellos. Un estudio en Conservation Biology realizado por un grupo de científicos de la Universidad de Pretoria, en Sudáfrica, trató de averiguar cuál era la predominancia de los grandes mamíferos, los más queridos, en las investigaciones biológicas. Sobre su muestra, descubrieron que mientras el chimpancé o los leopardos acumulaban miles de menciones a sus espaldas, sólo se había estudiado al 25% de la totalidad de los reptiles amenazados del mundo.

Tigre El tigre es uno de los animales más populares del mundo, especialmente en Occidente. De ahí que sus programas de conservación reciban millones de dólares para prevenir su extinción.

Mientras hay trabajos de todo tipo dedicados solamente a describir anatómicamente al koala o al canguro, nuestro conocimiento sobre los anfibios es muy pequeño. Otro estudio, recogido por Scientific American, indicaba lo evidente: los científicos, que también son humanos, prefieren centrarse en bichos que también les causan placer visual.

Pero eso es un problema. Saber menos de una especie determinada que afronta un peligro de extinción inminente significa tener menos recursos a la hora de articular programas de conservación efectivos. El estudio en cuestión hallaba que alrededor de los 77% documentos de investigación biológica analizados se centraban en especies "bonitas" o "buenas". Los feos recibían una atención mucho menor. Los recursos económicos de la academia no priorizan por razones estrictamente científicas, sino por algo tan elemental como el gusto.

Un Arca de Noé moderna y adorable

En el fondo, se trata de la misma dinámica que afecta a asociaciones como WWF, cuyo logo principal es un panda. Hay una serie de recursos, bastante limitados, para tratar de salvar a una especie. Dado que hay alrededor de 20.000 en peligro de extinción, hay que elegir. Y en muchas ocasiones, el criterio para la elección se basa en cuestiones como el apoyo público, la capacidad de obtener fondos (dependiente en gran medida de la popularidad del público) o el apoyo del gobierno al bicho de turno (porque es importante para el país).

Pez El pez Napoleón, un pez que nos disgusta tanto que le castigamos bautizándole con el nombre de Napoleón.

El resultado, según Ernie Small, un investigador canadiense, es un Arca de Noé contemporánea donde los humanos estamos intentando salvar de forma desesperada a los animales más peludos, adorables y simpáticos que conocemos. "La estética y los estándares comerciales se han convertido los principales determinantes para decidir qué especies en el mundo merecen ser salvadas", afirma en un reportaje de National Post.

Y como ejemplo, bien vale el salmón de Nueva Escocia salvaje, una especie de pez autóctona de Canadá que, pese a que no se comercializa (el que llega a las mesas de los canadienses se cría en piscifactorias), crea más de 3.000 puestos de trabajo y una industria de más de 200 millones de dólares anuales en todo el país. ¿Cómo? Incluyendo las actividades tradicionales de las Primeras Naciones, turismo ecoambiental, e inversiones varias del gobierno, ONG's y universidades en proyectos educativos o de investigación.

Burrito El burro africano somalí es mitad burro mitad cebra. Está en peligro pero su caso es poco conocido, probablemente porque ni llega a burro ni llega a cebra.

Cuando el salmón canadiense quedó reducido a apenas 85 ejemplares, el gobierno invirtió millones de dólares para salvarlo. Era un símbolo nacional: los canadienses se mostraban incluso dispuestos a pagar 86 dólares al año por recuperar la especie.

¿Es el económico o el simbólico el criterio más significativo para invertir en la conservación de una especie? Hay otros factores. Este extenso reportaje de National Geographic aborda la cuestión. Desde la importancia dentro de un ecosistema particular de una especie determinada (hay un sinfín de anfibios, reptiles o insectos que, como las hormigas, son básicos para la cadena trófica aunque no sean especialmente populares) hasta nuestra capacidad real para salvar a la especie, pasando, claro, por su popularidad y el flujo de dinero dedicado a la investigación (un panda siempre acaparará más atención que un pangolín).

Centrarnos en los hábitats, no en las especies

Dado que prevenir la extinción de una especie es caro (requiere buscar a ejemplares, mantenerlos en cautividad y reproducirlos asegurando la diversidad genética de la especie), hay que elegir bien los objetivos. De ahí que haya quien, como este grupo de científicos que publicaron su tesis en Conservation Biology, defienda que las inversiones se realicen "con sentido común". La expresión vacía se refiere a nuestra capacidad para gestionar a la especie. No sólo se trata de su importancia o rendimiento económico, sino de si podemos logística y técnicamente asegurar su viabilidad.

Rino El rinoceronte enano de Sumatra es posiblemente el más feo y menos adorable de los rinocerontes. Y está en peligro crítico de extinción.

Es decir, de ir a planes a gran escala que hablen de la gestión de los bichos una vez en libertad. Si no podemos asegurar que el rinoceronte enano de Sumatra sobreviva o sea sostenible por sí mismo después de invertir millones de euros en su reproducción, no merece la pena.

¿Dónde quedan ahí nuestros peludos amigos favoritos, como el panda? Depende. Desde WWF defienden, por ejemplo, que al luchar por la conservación de animales muy populares, ganan todos. Los pandas o los tigres son grandes mamíferos que requieren de amplios hábitats para sobrevivir. Al protegerlos, protegemos sus gigantescos hábitats, hogar para otras muchas especies más pequeñas. En esencia, los programas de conservación ideales defendidos por las ONG's van por ahí: proteger los hábitats, no tanto a las especies.

Gorila Su apariencia y proximidad al ser humano permite a los gorilas ser muy populares y recibir mucho dinero en forma de investigación para su conservación. Pero eso no impide que su población continúe descendiendo de forma dramática.

Por el momento, son los bichos peludos (o adorables, como los elefantes) los que más se benefician de nuestra conciencia medioambiental. Eso tampoco significa su éxito: al panda le ha costado décadas volver a recuperar población salvaje, pero los grandes primates (como los gorilas de llanura y de montaña de África, por ejemplo) continúan perdiendo ejemplares a un ritmo alarmante.

Su historia y situación es triste, pero al menos la conocemos, y hay programas dedicados a revertir el proceso (si es que aún es posible). Un paseo por Ugly Animals Preservation Society, donde recopilan y difunden la situación de bichos feos que también se están evaporando, da una idea de hasta qué punto otras especies son aún más desgraciadas. Resultan desagradables o poco llamativos, como el mono narigudo, la rana gigante del Titicaca o el burro africano, pero también son determinantes en sus respectivos hábitats. Pese a su fealdad.

Imagen | fortherock, narendra44mail, Paolo Macorig, Eric Kilby, rhinosirf, angela n.

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