Miwa Sado, una periodista japonesa que trabajaba para la radio pública NHK, murió en 2013 de un infarto. La encontraron tumbada en su cama sujetando el móvil. Tenía 30 años.
omo sabrán los que alguna vez hayan oído hablar de las condiciones laborales del país asiático, los japoneses están intentando poco a poco combatir el karoshi, término con el que denominan las muertes por fatiga laboral causado por unas interminables horas extra y una presión por parte de su cultura empresarial que les acaba llevando a problemas cardiovasculares o derrames cerebrales, cuando no el suicidio por estrés.
El karoshi tiene otros nombres, como guolaosi para los chinos y gwarosa para los coreanos. Es un síntoma del malestar de una sociedad que aún no ha conseguido poner las condiciones para una conciliación entre vida personal y laboral para sus ciudadanos. De éstos, quienes se lo están tomando más en serio son los japoneses, cuyos gobiernos han creado listas de escarnio público de las empresas a las que, tras un fallecimiento, se relacione con estas condiciones laborales, y han decretado indemnizaciones forzadas a las familias por parte de los responsables.
Según estadísticas oficiales, se reconoce que en los últimos tiempos mueren entre 1.000 y 2.000 personas por karoshi cada año, aunque las cifras reales podrían ser muchas más, debido a que tanto empresas como algunos familiares procuran borrar todo rastro de muerte por sobrecarga laboral. Para ciertas personas que alguien no sea capaz de soportar el ritmo de trabajo nipón se considera un fracaso personal hacia la comunidad.
Así han sido las muertes de algunos de los casos más sonados y perfiles típicos de los empleados que acaban encontrando descanso sólo después de terminar con sus vidas.
Miwa Sado, periodista
Miwa Sado se encargaba de atender la política local en Tokio. En menos de un mes antes de fallecer le tocó cubrir las elecciones al Gobierno de Tokio y las de la Cámara Alta del Parlamento, que se celebraron el 21 de julio, tres días antes de su fallecimiento. Dos tipos de eventos bastante estresantes para los profesionales de su ramo.
En esos 30 días anteriores a su muerte había trabajado, según cifras oficiales, 159 horas y 37 minutos extra. O 336 horas totales. Es decir, que habría estado trabajando más de 15 horas diarias si hubiese disfrutado de fines de semana, pero teniendo en cuenta que sólo se pidió dos festivos en 30 días se hizo jornadas de casi 13 horas diarias durante un mes antes de sufrir una insuficiencia cardiaca congestiva.
Joey Tocnang, operario especializado
Él era un joven Filipino de 27 que trabajaba desde hacía tres años en una empresa de Gifu como becario cortando acero y aplicando productos químicos. Durante casi 16 horas al día. Son unas condiciones que comparten muchos inmigrantes de baja cualificación en Japón. Un fallo cardíaco se lo llevó mientras dormía en uno de los dormitorios de la empresa. En el mes anterior había realizado 122.5 horas extra.
Jiang Xiaodong, operario de metales
El primer becario extranjero al que se reconoció por parte del gobierno japonés como una muerte por karoshi. Xiaodong, de 31 años y con un estilo de vida por todo lo demás excepcional, murió entre gritos de dolor que escuchaban sus compañeros de la línea de producción de metales justo antes de que la ambulancia declarase que se trataba de un fallo cardíaco.
Aunque los registros de la empresa de los meses anteriores indicaban que sólo había hecho una pequeña cantidad de trabajo extra, la investigación que siguió al caso determinó que Xiaodong había estado haciendo más de 150 horas extra a lo largo de los meses.
Kenichi Uchino, ingeniero en Toyota
Uchino es la imagen del salarymen que todos tenemos en la mente. El hombre-samurái que ha sacrificado toda su vida por el empleo. En Toyota en este caso. A los 45 sufrió una muerte fulminante por isquemia, aunque no pilló por sorpresa a su familia. Como declararon, el ingeniero llevaba años trabajando metódicamente 80 horas extra mensuales, pero además de eso a veces también debía quedarse jornadas hasta más tarde o fines de semana si era necesario, así como recurrentes viajes de negocios que se consideraban una deber ineludible de su puesto.
La compañía hizo un comunicado en el que expresaban su tristeza y su compromiso para revisar las condiciones laborales de sus trabajadores.
Matsuri Takahashi, publicista digital
El caso de Takahashi es interesante por varios aspectos. El primero, que consiguió que se registrase como karoshi cuando la chica se suicidó, motivo por el cual muchas de las muertes investigadas en este ámbito acaban siendo liberadas de esta categoría. El segundo, que los padres de la chica no descansaron hasta ganar la batalla causando una gran alerta social en Japón.
Takahashi trabajaba en Denstu, una de las empresas con el distintivo negro por sus conocidas prácticas abusivas. Entró con buenas notas a la firma a sus 24 años, pero ocho meses más tarde se quitó la vida. En las semanas anteriores a su muerte dejó en sus redes sociales mensajes como “He perdido todo el sentimiento excepto el deseo de dormir” o “Tal vez la muerte es una opción mucho más feliz”. A sus amigas les dijo que durante las pasadas semanas sólo había dormido una media de dos horas al día.
La compañía advirtió unos dos meses antes que debido a la importancia del proyecto que se les venía encima cualquier tipo de descanso sería denegado. Ni fines de semana ni los días de navidades que estaban a la vuelta de la esquina. El departamento de la joven cayó de 14 a 6 trabajadores, repartiendo aún más carga de trabajo. 100 horas extras mensuales fueron suficiente para que se quitara la vida. En Twitter un profesor universitario dijo al poco de salir la noticia, “¿Karoshi por sólo 100 horas extra? ¡Patético!”.
Kiyotaka Seriwaza, supervisor de conserjes
Seriwaza, de 34 años, trabajaba como supervisor de los empleados en tres localizaciones al noroeste de Tokio. Y como dijeron sus amigos poco antes de que muriese, no habían conocido a nadie tan entregado a sus empleadores. Seriwaza llevaba tiempo intentando dimitir de su puesto, pero la compañía no iba a dejar escapar al agente que había aceptado poco a poco empeñarse 90 horas semanales, siendo capaz de manejar lo que dos empleados normales.
Un día no pudo más y se quitó la vida.
Naoya Nishigaki, ingeniero de sistemas
Nishigaki, de 27 años, escribió en su blog: “no puedo hacer nada. No tengo ganas de hacer nada. Sólo me siento irritado, exhausto y disgustado. Trato de suprimir estos sentimientos con medicamentos, pero siento que el medicamento se ha vuelto cada vez menos efectivo. Estoy tan malhumorado. ¿Qué debería hacer?” Lo que hizo fue causarse una sobredosis.
La madre de Nishigali descubrió más tarde que 13 de los 74 compañeros de trabajo de su hijo habían tenido que dimitir o estaban de baja. El jefe le declaró a la mujer: "todos sufrimos algún tipo de depresión aquí. Hay que trabajar con medicamentos. Aprender a trabajar con la depresión es una señal de auténtica profesionalidad".
Mina Mori, camarera
Mina Mori, de 26 años, llevaba dos meses trabajando en un “izakaya”, un tipo de pubs de estilo japonés. Un día de junio Mori decidió tirarse de un edificio. Había sido por agotamiento. Como se descubrió después, cada mes había trabajado 140 horas extra no compensadas, como en todos los casos anteriores. A veces también tenía que completar algo de trabajo para el pub desde casa.
Tras una dura batalla judicial, la cadena Watami tuvo que pagar a los padres de Mori 152 millones de yenes, algo más de un millón de euros, por la pérdida de su hija. Y sobre todo, reconocieron que la chica había muerto por karoshi.
Mita Diran, redactora publicitaria
Mira Diran no era de Japón, sino de Indonesia. Tampoco sabemos durante cuánto tiempo anterior había estado trabajando jornadas maratonianas, pero sí que en los tres últimos días en su agencia Y&R había estado echando muchas horas de más de cara al deadline de un jugoso contrato publicitario. Tras tres días sin apenas descanso, rodeada de bebidas energéticas y apenas una hora después de que su director creativo le diese un masaje relajante, la chica de 24 años entró en un coma que derivó en muerte poco después. Llevaba contabilizadas 30 horas seguidas de jornada desde la última vez que descansó.
Una manifestación multidisciplinar
Por último, en un trabajo sobre el karoshi por parte de la Organización Internacional del Trabajo se recogieron perfiles reales pero ilustrativos de las clásicas víctimas de este mal endémico que afecta sobre todo a las sociedades asiáticas. En estos casos la identidad de los fallecidos ha querido mantenerse oculta.
El Señor A trabajaba en una importante empresa de procesamiento de alimentos para bocadillos durante nada menos que 110 horas a la semana (ojo, no al mes) y murió de un ataque al corazón a la edad de 34 años. Su muerte se reconoció como relacionada con el trabajo por la Oficina de Regulación Laboral.
El Señor B era un conductor de autobús cuya muerte también fue reconocida como relacionada por el karoshi. Trabajó 3.000 horas al año (la media anual española son unas 1.700 horas). No disfrutó de ningún día libre en los 15 años antes de sufrir un accidente cerebrovascular a la edad de 37 años.
El Señor C trabajaba en una gran empresa de impresión en Tokio durante 4.320 horas al año, incluyendo las horas nocturnas. Murió de un derrame cerebral a la edad de 58 años. Su viuda recibió una compensación por parte de la empresa 14 años después de la muerte de su esposo.
La Señora D era una enfermera de 22 años que murió de un ataque al corazón después de acabar una jornada de 34 horas de servicio continuado por quinta vez en el mismo mes.
Imagen: Carl Nenzén