La reapertura de las aulas en septiembre se ha convertido en una batalla tan política como educacional. A apenas un mes vista del inicio del curso, la ausencia de protocolos y de herramientas para minimizar el riesgo de contagio ha generado un escenario de incertidumbre y polémica. ¿Se puede volver al colegio en pleno repunte de casos? Y si la respuesta sólo puede ser afirmativa, como pretende el ministerio, ¿cómo hacerlo?
De fondo, una alternativa. La educación a distancia. Una opción que no todos los expertos desean por sus implicaciones pedagógicas. ¿Pero qué sabemos realmente sobre el impacto de la educación online?
Brecha. La primera parada es la más evidente de todas. En torno al 8% de los hogares españoles no disfruta de una conexión a Internet regular, y al menos el 11%* de los menores de quince años sigue sin tener acceso a un ordenador, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. UNICEF calcula que alrededor de 140.000 niños no se conectan a la red. Son porcentajes minoritarios y que se han empequeñecido con el paso de los años, pero generan una situación de desigualdad de base.
Rendimiento. Asumamos que todos los niños tienen un ordenador disponible y una conexión estable. ¿Cómo afecta la distancia a su rendimiento? Una cosa es tener Internet y otra muy distinta saber utilizarlo. Un estudio elaborado por Pew Research en 2016, en Estados Unidos y sobre 2.700 encuestados arroja algo de luz al respecto. Los investigadores evaluaron no la conectividad, sino la "preparación digital", y dividieron a los participantes en función de sus capacidades:
- El 14% de los encuestados cayeron en la categoría de "poco preparados". Sin habilidades digitales y sin la confianza necesaria para encontrar información fiable en la red.
- Un 5% fueron identificados como "aprendices tradicionales". Pueden estar interesados en estudiar lejos del aula, pero prefieren recurrir a herramientas más convencionales.
- Y un 33% simplemente se mostraron "reacios". Disponen de mejores herramientas digitales que los "poco preparados", pero no están familiarizados con los recursos digitales ni saben explotarlos.
Diferencias. Ante todo, la encuesta ilustra las diferentes actitudes y aptitudes de los alumnos frente a Internet, diferencias muy condicionadas por la renta familiar. Otros estudios han subrayado esta idea. Este, por ejemplo, analizó la composición demográfica de los estudiantes dados de alta en cursos digitales de la Universidad de Harvard. De media, provenían de barrios cuyos ingresos superaban en 14.000$ anuales la media de Estados Unidos. Atraen a estudiantes más ricos.
Su interés está condicionado a su origen. Este otro trabajo analizó a los 150.000 alumnos que participaron en uno de los cursos digitales del MIT entre 2012 y 2014. Los investigadores encontraron una correlación alta entre la prosperidad de sus barrios de origen y su interés en la educación telemática. Por cada 20.000$ añadidos a la renta media de su vecindario, la probabilidad de apuntarse a un curso aumentaba un 27%.
¿Por qué? Una respuesta intuitiva: cuando dispones de las herramientas y los conocimientos para aprovechar un curso, te apuntas. De lo contrario, no. Los alumnos más ricos tienen mejores recursos, lo que les permite exprimir no sólo un curso en concreto, sino identificar aquellos más valiosos o que mejor se adaptan a sus intereses. Como explican otros investigadores: "Tal información puede provenir de su conocimiento personal o a través de amigos, colegas o familiares (...) Los alumnos de contextos más pobres tienen menos acceso a esa información".
Resultados. Todas estas cuestiones no son nuevas. Llevan siendo objeto de debate desde los noventa. El coronavirus las ha puesto de actualidad. Algunos investigadores han aprovechado el confinamiento para evidenciar la brecha. Este reciente estudio compara los resultados en matemáticas antes y después del confinamiento (a partir de marzo en Estados Unidos), y disecciona los resultados académicos por la renta familiar.
El impacto es dramático no sólo para los alumnos pobres, sino también para los provenientes de clases medias. La participación de los primeros se desplomó hasta un 60% tras la cuarentena, y la de los segundos hasta un 40%. En contraste, la de los alumnos ricos cayó de forma puntual para aumentar ya a mediados de mayo casi un 10%. Lo mismo para las notas (gráfico): hasta un 40% a la baja para los alumnos con menor renta; hasta un 40% al alza para los estudiantes con mayor renta.
Causas. ¿Pero por qué sucede? En marzo, nuestros compañeros de Xataka hablaban con diversos padres y maestros sobre el impacto de la educación telemática. En ocasiones ni siquiera se trata de la disponibilidad de herramientas (Internet, ordenador), sino de procesos en apariencia elementales no asimilados por los alumnos más desfavorecidos:
"Muchos de mis alumnos no están en contacto con la realidad digital. Vemos que no saben ni adjuntar un archivo a un correo, o generar un documento en PDF. Son procesos básicos que les suenan a chino".
No todos los padres tienen el conocimiento necesario para guiar a sus hijos en tareas rutinarias y cruciales. Procesos que se pueden aprender, pero que, como hemos visto, lastran el rendimiento (les descompasan al resto de la clase) y desincentivan la participación. Todo ello sin entrar en el equipamiento. Desde alumnos que sólo pueden seguir las clases por el móvil hasta tarifas de datos abiertamente insuficientes.
Convergencia. Tales desigualdades ya existían antes de la educación telemática. Los niños provenientes de familias pobres tienden a rendir peor que aquellos provenientes de hogares más prósperos. La inestabilidad, la falta de herramientas pedagógicas por parte de los padres, la carencia de recursos de apoyo, todo ello juega un papel clave a la hora de predecir el rendimiento académico de un niño.
Sucede que la escuela corrige, al menos parcialmente, esa brecha. Ejerce de igualadora social, avanzando las perspectivas sociales de los niños más pobres (en especial cuando la segregación por renta es baja y la mezcolanza en el aula alta). Un hipotético cierre de las escuelas para el próximo curso ahondaría en desigualdades ya presentes en el día a día de los colegios. Un apagón para el que, de momento, el sistema educativo no tiene respuesta efectiva. No al menos en la parte telemática.
Imagen: Daniel González/AP
En una versión del artículo, se decía erróneamente que el 89% de los niños españoles no tenían acceso a un ordenador. El porcentaje era el inverso.