"Hay décadas en las que no sucede nada, y luego hay semanas en las que suceden décadas". La cita anterior se atribuye con frecuencia a Vladimir Ilyich Ulyanov, Lenin, y sirve como definición perfecta de lo acontecido en Reino Unido durante el último mes. A la inesperada decisión del electorado de salir de la Unión Europea le siguió una cascada de dimisiones y la caída repentina de la economía británica. Y a la incertidumbre sobre un futuro borroso se suman ahora las sombras del pasado reciente de Reino Unido, las proyectadas por la invasión de Irak y por el informe Chilcot, hecho público ayer.
Tras siete años de investigación, la investigación pública iniciada en 2009 por el Consejo Privado del Reino Unido a su punto final. Ayer, John Chilcot, cabeza visible del proceso de investigación, reveló sus hallazgos sobre la actuación del gobierno de Tony Blair en el contexto de la guerra de Irak, tanto antes como después de la invasión. Y el resultado fue devastador para el ex Primer Ministro: Reino Unido entró en guerra sin las suficientes pruebas, obviando todas las señales que aconsejaban precaución y, en el mejor de los casos, sobre una negligencia flagrante (en el peor: sobre múltiples mentiras).
Para entender su relevancia, acudamos al origen.
¿Qué fue la invasión de Irak?
Durante la primavera de 2003, una coalición de países internacionales liderada por Estados Unidos inicia la invasión de Irak. A priori y según lo argumentado por el presidente estadounidense, George W. Bush, principal instigador de la operación, la ocupación obedece a la posesión de armas de destrucción masiva por parte del gobierno iraquí. Irak, por aquel entonces, estaba controlada por una élite militar y de carácter laico liderada por Sadam Husein, dictador de carácter inestable en cuyo historial figuraban invasiones a países vecinos, utilización de armas químicas contra población civil e incluso un posible genocidio.
Apenas dos años después de los atentados de las Torres Gemelas y escasos meses más tarde de la operación militar internacional en Afganistán contra el régimen talibán, la invasión de Irak se enmarca dentro del contexto de lucha contra el terror alentado por la administración Bush. Según el gobierno estadounidense, Irak es un peligro para la seguridad internacional. A la llamada de Estados Unidos se suma Reino Unido de la mano de Tony Blair y un puñado de países cuya participación será menor, pero de hondas repercusiones políticas. Entre ellas, la España gobernada por José María Aznar.
Juntos acuerdan la invasión en las Azores, en una foto para la historia.
¿Quién era Sadam y por qué era un objetivo?
Husein formaba parte de la amplia nómina de gobernantes autoritarios de carácter no islámico de Oriente Medio. Al igual que el padre de Al-Asad o que Gadafi, se alzaron con el poder de sus estados recién independizados tras la Segunda Guerra Mundial, y evitaron el control de sus precarios sistemas parlamentarios por la vía militar. Sadam no siempre había sido un enemigo de los países occidentales: durante su larga guerra contra el régimen islamista de Irán, tras la revolución de 1979, cuenta con el apoyo de Estados Unidos. Finalizada, sin embargo, su situación cambia, dado su carácter impredecible.
Durante finales de los ochenta y principios de los noventa, se tiene constancia de que Husein utiliza armas químicas contra población civil, además de reprimir de forma brutal a las minorías étnicas no alineadas con su gobierno en el interior de Irak (kurdos y chiíes: el régimen de Sadam podía ser laico, pero la élite que se alimentaba de él era suní). En 1990 decide invadir Kuwait y, casi simultáneamente, bombardear a otros países vecinos (entre ellos, Israel). Naciones Unidas aprueba una operación militar para reestablecer la autonomía de Kuwait en la que participan casi todas las naciones occidentales, lideradas por EEUU.
Sadam pierde la guerra pero no cae. Y su posición es cada vez más delicada. Aislado, se convierte en un elemento problemático dentro de Oriente Medio.
¿Por qué se va a la guerra contra Irak?
Este es el punto clave. Los antecedentes previos permiten a la administración Bush, en el contexto inmediato post-11S, articular un relato en torno al régimen de Sadam Husein: es un dictador peligroso que cuenta con un arsenal de armas de destrucción masiva capaces de poner en peligro no sólo la región, sino también a otros países del mundo, y que, además, tiene vínculos con Al-Qaeda, la mayor amenaza internacional del momento. El objetivo de la coalición encabezada por EEUU es entrar en Irak, deponer al dictador e instaurar un régimen democrático.
No todo el mundo opina igual. Otros países aliados de EEUU muestran su suspicacia. En última instancia, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no aprueba la operación. Todos ellos dudaban de la veracidad y de la consistencia de las pruebas aportadas por Estados Unidos y sus aliados. Los gobiernos de Francia, China, Rusia o Alemania juzgan insuficientes los hallazgos de las investigaciones estadounidenses. No creen que Irak suponga un peligro inminente para otros países, ni que esté en condiciones de utilizar sus armas, en caso de que las posea, ni que tenga estrechos vínculos con Al-Qaeda.
En un contexto de alta oposición a la intervención (muy especialmente en España), la coalición decide iniciar las hostilidades e invadir el país. Desde los grupos opositores se cree que la intervención responde a intereses políticos y económicos mucho antes que militares o de seguridad. Irak es un país que cuenta con amplias reservas de petróleo, y por tanto un actor importante en el tablero energético del planeta. También es un firme enemigo de Israel o Arabia Saudí, dos países aliados de EEUU. Así, se inicia segunda guerra del golfo.
¿Qué investiga exactamente Chilcot?
La guerra termina pronto. Pero es una ficción.
Desde el momento de la invasión, el caos se apodera de Irak. Los sucesivos gobiernos locales organizados por Estados Unidos, de carácter parlamentario, nacen en plena escalada de violencia interétnica. Irak, un país donde conviven diversas sectas religiosas (las dos más destacadas, suníes y chiíes, en una convivencia que no se replica en los países de su entorno) y etnias (especialmente los kurdos, al norte), estalla por los aires: los atentados en Bagdad y otras ciudades se suceden día a día, y se llega a una situación de virtual guerra civil alrededor de todo el país. Esencialmente, el plan post-invasión no funciona.
A la altura de 2009, finalizado el periodo de Bush al frente de la Casa Blanca, es evidente que la intervención ha sido un fracaso. En Reino Unido, país envuelto de forma más profunda que España en la contienda, el Consejo Privado del país decide investigar la participación del gobierno británico en la invasión. El objetivo, descubrir por qué se actuó del modo en que se hizo, cuánto había de cierto en las pruebas blandidas por Tony Blair para justificar la operación militar y hasta qué punto su gobierno fue negligente tanto antes, como durante y después de la guerra. Tras múltiples retrasos, recursos y obstáculos planteados por los sucesivos gobiernos, Chilcot presenta el informe... ayer.
¿Qué ha averiguado Chilcot sobre la invasión?
The Guardian cuenta con un breve pero muy ilustrativo resumen. A grandes rasgos:
Los servicios de inteligencia justificaron la invasión sobre pruebas inconsistentes. Es decir: la certidumbre sobre las armas de destrucción masiva que Sadam poseía y de las que no tenía intención de librarse se presentó de forma exagerada. Estados Unidos y Reino Unido no fueron capaces de producir pruebas consistentes en su momento, como el rechazo de sus aliados internacionales mostró, y las que ofrecieron partían de un sesgo de base.
El régimen de Sadam Husein no suponía un peligro inminente. Por un lado, sí se había deshecho de las armas que motivaron la invasión. Por otro, en términos de desarrollo de capacidad nuclear, estaba lejos de otros países "del eje del mal" con mayores recursos tecnológicos, como Irán, Libia o Corea del Norte. Se presentó a Irak como una amenaza real, pero no lo era. Según el informe "el juicio sobre las capacidades de Irak... se presentaron con una certidumbre que no estaba justificada".
La coalición internacional no agotó todas las vías diplomáticas existentes antes de aventurarse a la operación militar. El interés por llegar a la invasión, por tanto, era superior a la posibilidad de encontrar una vía dialogada al conflicto. "La acción militar no fue la última opción", en palabras del propio informe.
No se había definido un claro plan posterior a la invasión. Y, para colmo de males, ni el gobierno de Tony Blair ni el ejecutivo estadounidense escucharon las sugerencias del funcionariado británico sobre cómo articular un gobierno iraquí tras la caída de Sadam Husein. Propuestas que, por ejemplo, habrían informado a Bush y Blair de los riesgos de deshacerse de forma sistemática del servicio de inteligencia de Sadam en un contexto de alta volatilidad.
No se tuvieron lo suficientemente en cuenta las bajas civiles. O lo que es lo mismo, la invasión no tuvo el suficiente cuidado a la hora de atacar objetivos militares sin causar bajas entre la población civil iraquí, aquella que, a priori y según lo establecido por la coalición internacional, debía ser la beneficiaria última de la intervención y de la caída de Sadam Husein.
De forma resumida, el informe Chilcot confirma que la invasión no estaba justificada (no desde los términos desde los que fue planteada), que en el transcurso de la intervención se cometieron diversas irregularidades y que la organización política, económica y social del Irak post-Sadam se hizo sobre la base de ningún plan y provocando una situación caótica y de alta inestabilidad dentro del país. Es decir, un desastre. A las pruebas inconsistentes, en el largo plazo, hay que sumar el vacío de poder y la escalada de violencia en Irak, una situación que aún hoy colea en forma de Estado Islámico.
¿Qué consecuencias tiene el informe Chilcot?
Limitadas. Irak ya se cobró la cabeza política de Blair. A la altura de 2007, el insatisfactorio desarrollo de los acontecimientos de Irak, sumado a las propias dudas del electorado y del propio Partido Laborista en su momento sobre la invasión, motivó su dimisión y la llegada al poder de Gordon Brown. Desde un punto de vista político, sin embargo, destruye la reputación de Blair y pone pruebas allí donde muchos otros ciudadanos o políticos sospechaban de las motivaciones injustificadas y amorales de la intervención.
Protesters and police outside Tony Blair's house ahead of the publication of the Chilcot report into the Iraq war pic.twitter.com/tGR6Xqc4Ck
— Press Association (@PA) 6 de julio de 2016
Dentro de Reino Unido, sin embargo, la vida política rota aún en torno al Brexit y el complejo proceso negociador que el país, en plena crisis política de dimensiones históricas, tiene por delante. Para los ciudadanos de Irak es improbable que el informe Chilcot tenga impacto alguno en sus vidas diarias. Sí lo sigue teniendo la situación posterior a la intervención: pese al retroceso del Estado Islámico, sus ataques, ahora terroristas, continúan causando un altísimo número de muertes en Bagdad y otras ciudades del país (el último, en una heladería, se ha cobrado la vida de más de 250 personas el pasado domingo).
Tanto Blair como Bush mantienen que, en su momento, su actuación atendió a motivaciones honestas. Tan sólo estaban equivocados. Para Blair es posible que Chilcot vaya más allá: en base al informe, hay algunos diputados de la Cámara de los Comunes que han propuesto la posibilidad de juzgar criminalmente al ex-Primer Ministro. El Partido Verde ha definido la guerra como "ilegal", y ha acusado a Blair de mentir deliberadamente. El líder del SNP escocés, Alex Salmond, ha sugerido activar un recurso de impeachment en la Cámara de los Lores inédito desde el siglo XIX. La idea sobrevuela la prensa, pero es improbable que suceda.