Japón continúa explorando las turbulentas profundidades de Fukushima. Ocho años después del accidente, un robot ha entrado en contacto por primera vez con el combustible fundido en el interior de los tres reactores afectados por el tsunami de 2011. Es un hito por diversos motivos. El principal: permitirá a los técnicos japoneses estudiar opciones para su retirada. Japón quiere limpiar Fukushima.
¿Por qué? Porque su aproximación al accidente está siendo muy distinta a la planteada primero por la Unión Soviética y más tarde por la comunidad internacional en Chernobyl. Las autoridades japonesas llevan años rehabilitando el terreno de la central, y su objetivo a largo plazo es desmontarla y permitir el regreso de parte de la población evacuada en 2011 (unas 200.000 personas).
¿Cómo? Es la gran pregunta. La solución a Chernobyl fue simple, si bien torpe: un sarcófago que contuviera el núcleo fundido del reactor 4. En su interior, el combustible nuclear se había fusionado a altísimas temperaturas con toda suerte de materiales químicos y de construcción. El resultado fue el "corium", una suerte de lava extremadamente radioactiva que arrasó con todo lo que encontró a su paso.
El primitivo sarcófago improvisado por la URSS será sustituido por uno más sofisticado (y costoso) que debería durar otro siglo.
La vía Fukushima. Japón no quiere enterrar el problema. Numerosos robots han entrado durante los últimos años en el interior de la central. El año pasado un equipo de científicos logró fotografiar por primera vez el inquietante corium. Hasta entonces no se sabía muy bien dónde estaba, en qué estado y cuál era su recorrido. Quedaba un importante escollo: saber si seguía caliente o si se había solidificado.
¿Y bien? Aún no hay respuesta. La exploración de la semana pasada, en la que un robot tocó por primera vez el combustible fundido, ofrecerá pistas. A priori, TEPCO y el gobierno de Japón quieren extraer el magma radioactivo de al menos un reactor a lo largo de 2021. Es una operación ambiciosa y sin precedentes. Se espera que el proceso de limpieza y la evacuación del combustible se prolonge hasta 40 años.
¿Para qué? En parte, para rehabitar Fukushima. Las autoridades japonesas no quieren parches o enterrar el problema, à la Chernobyl. Se sabe que los niveles de radiación a los que se exponen los humanos hoy en el entorno de la central son bajos (en su interior, de hecho, los protocolos de acceso se han relajado). Solucionar Fukushima también representa un reto para Japón, tras el caos y la humillación de 2011.