Mesut Özil no lo sabía, pero cuando el silbato marcó el final del encuentro entre Alemania y Corea del Sur su carrera dentro del combinado germano había llegado a su fin. Aquella derrota puso punto y final a la breve y decepcionante aventura del país en la Copa del Mundo, y abrió una crisis deportiva y política sin precedentes en la historia reciente de Alemania. Un maremoto mediático que ha terminado con su renuncia irrevocable a la selección, entre acusaciones de racismo.
¿Qué? Ayer Özil publicaba un comunicado en el que anunciaba su decisión. Los motivos no eran deportivos, sino políticos: ante las continuas críticas recibidas tanto por parte de los medios de comunicación como del propio presidente de la federación de fútbol teutona, Reinhard Grindel, optaba por hacerse a un lado. Las críticas, a su juicio, no tenían tanto que ver con su desempeño sobre el terreno de juego como con su identidad: alemán de nacimiento, turco de herencia familiar.
¿Por qué? Hace algunos meses tanto Özil como su compañero Ilkay Gundogan mantuvieron un encuentro informal con Recep Erdoğan en plena campaña electoral turca. La reunión culminó con una fotografía de todos los implicados sonriendo a cámara. Aquellas imágenes desataron una tormenta en Alemania: Grindel acusó a ambos futbolistas de deslealtad a su propia patria, y grupos como los Verdes o Alternativa para Alemania les criticaron sin concesiones.
Tanto Özil como Gundogan tienen orígenes turcos, y para muchos su reunión con Erdoğan era problemática no tanto por su carácter dictatorial como por el simbolismo que la fotografía guardaba. Gritaba a los cuatro vientos que dos de los jóvenes alemanes hijos de inmigrantes turcos más prestigiosos y admirados del país seguían atados política e identitariamente a Turquía.
¿Y ahora? Pese a que el equipo técnico de Alemania logró aplacar las críticas y mantuvo a Özil y Gungodan en la convocatoria para Rusia, el pésimo desempeño del equipo recuperó la polémica. Las fuertes críticas internas de Grindel han motivado finalmente que Özil se retire de la selección, acusando al dirigente de "racismo" y lanzando un dardo envenenado a la esfera pública alemana: "Soy alemán cuando gano, pero un inmigrante cuando pierdo".
El affair Özil no es tanto la polémica sobre una figura individual como un interrogante abierto en torno a la integración de los inmigrantes de segunda y tercera generación en Alemania. ¿Se habría recuperado la foto y las acusaciones de deslealtad de haber ganado Alemania el Mundial, o el relato público habría mimetizado el francés sobre la feliz integración social de sus inmigrantes?
Otros casos. Despechado, Özil se marcha de su selección quizá antes de tiempo. Sus palabras evocan, sin embargo, las de otras figuras hijas de inmigrantes en otros países de Europa. Benzema respondió a las críticas sobre su rendimiento y su compromiso con Francia en similares términos (intercambiando "inmigrante" por "árabe"), y Lukaku, delantero estrella de la flamante Bélgica, escribió en una columna previa al Mundial algo similar. Para todos ellos, la integración en sus países natales depende de su éxito profesional o personal. De lo contrario, son extranjeros.
Es la otra cara de los hijos de inmigrantes en el fútbol europeo.
Imagen | Kirsty Wigglesworth/AP