Preocupado por los bajos niveles de consumo cultural de los jóvenes italianos, el gobierno de Matteo Renzi va a entregar 500 euros durante prácticamente un año a todos aquellos que cumplan o hayan cumplido 18 años en 2016. La base teórica de la medida, que costará alrededor de 300 millones de euros a las arcas públicas italianas, es clara: si los jóvenes no visitan más museos y no acuden más al teatro es porque no tienen dinero para ello. De modo que entregándoles un presupuesto anual a cargo del estado, la tendencia debería ser revertida.
¿Va a funcionar? Según el subsecretario del Consejo de Ministros de Renzi, Tommaso Nannicini, sí, porque la iniciativa enviaría un mensaje claro a la juventud: su participación en la vida pública del Italia, desde las artes y las culturas, es esencial "para fortalecer el tejido social del país". Según el ejecutivo de Renzi la medida se aplica de forma automática a más de 500.000 jóvenes sin complejos trámites burocráticos, y todos ellos contarán con una aplicación, 18app, donde podrán dispensar de la cuantía a su gusto.
Dentro del programa el abanico de posibilidades es amplio. El Ministerio Italiano de Bienes Culturales ha dejado puertas abiertas a otras formas no tan convencionales de consumo subvencionado por el estado, como libros no académicos o conciertos de música. La paleta de actividades incluye visitas al teatro, proyecciones de películas en salas de cine, acceso a museos de toda condición (tan numerosos y celebrados en Italia), exposiciones o ferias. Al ser una aplicación cerrada, los jóvenes italianos sólo podrán gastarlo ahí.
El dinero es un obstáculo, pero no el único
La limitada participación cultural de los jóvenes ha sido una preocupación constante en todos los países europeos, y en el propio seno de la Unión Europea. El más reciente informe sobre la juventud de Eurostat identificaba diversos obstáculos que los jóvenes encontraban a la hora de acceder a productos culturales (entre ellos su alto precio, pero también otros que veremos más adelante), y enumeraba diversas iniciativas que los estados estaban llevando a cabo para solucionarlo. Ninguno ha sido tan agresivo como Italia.
De hecho, pocos gobiernos se lanzan a entregar dinero sin condiciones a sus ciudadanos, menos aún a sus jóvenes. Algunos ejemplos recientes incluyen a Canadá y, en Europa, a Países Bajos y a Finlandia, pero son experimentos más relacionados con la renta básica y el ataque a las desigualdades dentro de sus estados que con una cuestión aparentemente más trivial como acudir a un museo o ver un concierto. La idea italiana es atrevida.
Y lo es porque a la hora de identificar la relativa baja participación de los jóvenes (en 2013, el 30% de los europeos entre 15 y 24 años de edad habían ido al cine al menos cinco veces al año; por encima de los 55 años, la cifra caía al 6%) en actividades culturales el dinero no es la única variable. Un extenso informe encargado por la Comisión Europea en 2008 identificaba otros elementos clave: desde la escasa involucración de los jóvenes en el diseño de los programas culturales hasta su poca capacidad de acceder a información relacionada.
Aunque la dotación económica ayuda, se aseguraba desde el estudio, había más razones: las actitudes del público hacia los jóvenes, la imagen que los medios proyectan de ellos, las limitaciones geográficas (dicotomías entre el mundo urbano y rural y falta de acceso a transporte que facilite su movilidad), tiempo o un apoyo familiar que fomente el aprecio a la cultura. Y otro aspecto clave: conocer mejor qué quieren los jóvenes y qué intereses tienen, frente a programas dirigistas que no se molestan en preguntarles sobre sus gustos o inquietudes.
Se trata, según los autores del informe, de un "better knowledge" antes que de una dotación presupuestaria general, algo tan relevante como el propio dinero para favorecer la involucración de los jóvenes en la cultura, especialmente en países envejecidos donde están apartados de la toma de decisiones y de posiciones de influencia política o cultural.
Quizá debemos redefinir el concepto de "cultura"
Los patrones han cambiado. Es lugar común definir a los millennial como la generación que no compra o no gasta, pero lo cierto es que las preferencias de los jóvenes de hoy distan de las que solían tener sus padres o abuelos. Desde la irrupción de la tecnología hasta una radical transformación en el concepto de entretenimiento y socialización, más enfocada a las experiencias que a las compras o adquisiciones de objetos o productos culturales, es probable que las soluciones tradicionales no funcionen con esta generación.
Un ejemplo: el cine. El programa de 500 euros en mano de Italia incluye el acceso a las salas, y tiene consonancia con estudios, como este realizado en Estados Unidos, que identifica el alto precio de las entradas como el principal factor para no acudir. El 53% de los encuestados afirmó que vio menos películas en 2014 que en 2013 por ser más caras. Sin embargo, de media y como se explica aquí, su precio tan sólo pasó de 8,13 dólares a 8,17. ¿Es el dinero el factor determinante, o ejerce tan sólo de excusa principal frente a otras?
El resto de motivos argüidos por los participantes ofrece más pistas: tras el dinero, los factores de no asistencia citados más comúnmente fueron una carencia de interés en las películas actuales (quizá la nostalgia 80's permanente haya influido), la preferencia de articular formas de visionado más flexibles (en casa y cuando se quiera, sin limitaciones) o simplemente el deseo de gastarse ese dinero en una cena antes que en una entrada al cine.
Quizá la clave sea revisar el concepto de "actividad cultural" desde las instituciones, e incluir otro tipo de experiencias más frecuentadas por los jóvenes actuales. Otro estudio de 2014 realizado en Estados Unidos hallaba que el 80% de los jóvenes estadounidenses consideraba acudir al parque con los amigos un acto cultural, y que el 64% de ellos definía de igual modo salir a cenar o a beber en buena compañía. El cambio de preferencias de una generación a otra en lo relativo a consumo cultural no sólo tiene como respuesta su menor presupuesto.
Como explicaba la autora del trabajo, LaPlaca Cohen: "Si algo enriquece sus sentidos, si engrandece su mundo y si lo hacen con la compañía que desean, están abiertos a ello. Esto supone un reto para las instituciones que tratan de mantener la lealtad de sus audiencias, pero excelentes noticias para organizaciones que estén dispuestas a escuchar lo que el público tiene que decir". Cuadra con la dinámica general de "experiencias vs. objetos", e ilustra cómo los retos culturales de las instituciones van más allá de poner más dinero sobre la mesa. Aunque ayude, claro.
Imagen | Vicente Villamón