Hace tres años estábamos bastante preocupados. Primeras semanas de pandemia, mil muertos por COVID-19 al día y la nostalgia de una vida mejor, con problemas que entonces parecían ridículos ("¿al final en qué quedó lo de la carne mechada? ¿Con el VAR se están alargando demasiado los partidos?"); sin la preocupación constante de fondo sobre algo cuyo fin se desconocía.
En esa época fue cuando empezó a haber un cierto consenso sobre las consecuencias permanentes que iba a traer la pandemia, a menudo reflejadas en las empresas que se aprovecharon de una rápida transición al ocio y el negocio en remoto. Tres años después, con la pandemia siendo un mal recuerdo, la historia ha cambiado bastante: la mayoría de esas consecuencias supuestamente perennes han caído con la primavera que supuso la vacunación masiva y el paso del tiempo.
"Saldremos mejores"
Parecía entonces que el teletrabajo forzoso iba a abrir muchos ojos sobre sus beneficios y que ganaría enteros, pero inoculada la vacuna, se acabó la euforia: el teletrabajo ha ido retrocediendo, sobre todo al calor de grandes tecnológicas (Amazon, Apple, Meta...) que a priori deberían abanderarlo, endureciendo las condiciones de esta figura.
Pese a que el teletrabajo ha dado un salto en penetración que le hubiese costado mucho más tiempo de no ser por la pandemia, no tiene la imagen que parecía que iba a tener en 2023. Tanto por las inversiones que algunas empresas han hecho en sus instalaciones como por la cultura corporativa que incentiva el contacto humano entre empleados. Como también por los recelos que todavía despierta tener personal fuera del alcance de la vista tradicional.
Si el trabajo en remoto parecía el maná que iba a dejar la pandemia, el ejercicio desde casa, sin desplazarse a un gimnasio, le seguía de cerca. Peloton, la empresa más destacada del sector de maquinaria deportiva doméstica en Estados Unidos, fue de las que más se beneficiaron de esa etapa inicial.
La vuelta de la normalidad, con muy pocos matices respecto a la anterior, envió al limbo las ideas sobre lo que iba a ser permanente tras el COVID
En marzo, su acción cotizaba a 19 dólares. En Nochebuena de ese mismo año, tocó máximos por encima de los 162 dólares. A partir de ahí entró en barrena y ahora cada título vale menos de 12 dólares. Quien parecía tocada por la varita de un virus que iba a darle la mayor campaña de marketing indirecta de su historia ahora es una de las mayores víctimas tecnológicas de la pandemia.
También se suponía que el comercio electrónico iba a mantener sus buenas ventas de la pandemia, como otra tendencia que llegaría para quedarse, pero estamos en 2023 y en Amazon estamos viendo lo que nunca antes: contrataciones congeladas, despidos, incluso en puestos corporativos, y planes de expansión paralizados, como en España.
No es algo exclusivamente de Amazon: superadas las crisis de abastecimiento de 2021, la demanda global ha ido cayendo progresivamente, también en parte por una inflación que obliga a las familias a represupuestar su economía.
De hecho, no sostener las cifras de la pandemia es lo que ha motivado las oleadas de despidos de la industria tecnológica: sobrecontrataron entre 2020 y 2021, y con el regreso de la vida ordinaria entendieron que no necesitaban tanto personal. Esos despidos son en muchos casos una fracción de toda esa contratación acumulada en los dos años anteriores, pero también son parte de una tormenta perfecta a la que se ha sumado el resacón de unas cripto que venían de la madre de todas las cogorzas y del capital riesgo congelado tras dos años de otra non-stop-party regada con el mejor champán que puede pagar una etapa de intereses negativos.
Hasta se dijo entonces que la pandemia cambiaría la movilidad, de la misma manera en que la cambió el 11-S. Tampoco quedan muchos de aquellos cambios en los viajes actuales: ni controles de temperatura, ni mascarillas requeridas, ni mayor distancia entre asientos... Volvió la normalidad, también en cabina.
Mención especial para la creencia de que de la pandemia íbamos a salir más responsables y nos pondríamos una mascarilla por iniciativa propia cuando tuviésemos ciertos síntomas de algo que pudiese contagiarse, como tos, estornudos... Risas enlatadas.
Para lo bueno y para lo que no es tan bueno, pero podría haberse corregido o mejorado, y no se ha hecho, volvió definitivamente la vida normal. La vieja normalidad. Con muy pocos matices.
Al menos sí se quedó con nosotros la preciosa costumbre de la hostelería de dejar códigos QR en las mesas para consultar la carta de forma personal sin tener que esperar a que nos llegue. Algo es algo.
Imagen destacada | Javier Lacort con Midjourney.
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