Por qué llamamos (injustamente) a la dopamina la droga del siglo XXI

Por qué llamamos (injustamente) a la dopamina la droga del siglo XXI

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Por qué llamamos (injustamente) a la dopamina la droga del siglo XXI

Contaba este reportaje en The New York Times hace ahora un año que en lo que al consumo de drogas se refiere, Estados Unidos estaba viviendo una curiosa paradoja: en medio de la creciente oleada de consumo de opiáceos que tiene al país en crisis, los movimientos por la legalización de la marihuana y las drogas sintéticas también el alza, los adolescentes americanos son cada vez menos propensos a probar o a consumir drogas con regularidad.

Y tras señalar este dato, el autor se preguntaba: ¿podría se que los adolescentes estén consumiendo menos drogas porque toda la evasión que necesitan se la está dando su móvil? ¿Son los móviles la droga del siglo XXI?

Se trata de una hipótesis que merece la pena explorar, aseguraba el autor, porque los móviles se han expandido a la vez que los adolescentes daban de lado a las drogas. Correlación no explica causalidad, pero merece la pena echar un vistazo.

Claro que hablar de los móviles en este caso no sería del todo exacto, puesto que para hablar de una adicción necesitamos una sustancia. En ese caso, cambiemos móviles por dopamina, una sustancia química que libera nuestro cerebro y que está asociada con distintos procesos, entre otros el de expectativa y recompensa, como las que sentimos cada vez que nuestro móvil vibra porque tenemos un nuevo mensaje, un nuevo like, una nueva notificación.

Dicho esto, ¿es la dopamina la droga del siglo XXI? Hay quien opina que sí, siempre asociándola al uso excesivo de la tecnología, las apps y las redes sociales. En este vídeo que se hizo viral, el ponente, Simon Sinek, menciona la dopamina directamente como responsable de la adicción a la tecnología de los millennial. ¿Tiene razón?

Qué es la dopamina

La dopamina es un neurotransmisor, es decir, que se encarga de transmitir la información de unas neuronas a otras. Está involucrada en distintas funciones y procesos, uno de los cuales se creía hasta hace poco que era estimular los centros de placer del cerebro. Ahora, los neurocientíficos creen que la cosa es algo más compleja.

Se creía hasta hace poco que [una de las funciones de la dopamina] era estimular los centros de placer del cerebro. Ahora, los neurocientíficos creen que la cosa es algo más compleja

La dopamina se encargaría de estimular nuestro instinto natural de buscar y consumir estímulos nuevos, impulsándonos a aprender y a adaptarnos a los cambios. En cambio, sería el sistema opioide el que se comunica directamente con nuestros centros del placer.

Ambos instintos, el de buscar cosas nuevas y el del placer, trabajan coordinados: uno nos lleva a buscar cosas nuevas y a aprender, y el segundo nos hace sentirnos contentos y satisfechos, de forma que dejamos por un rato de buscar. El problema es que el primero es más fuerte y en ocasiones ignora al segundo, metiéndonos en un bucle de búsqueda incesante de nuevos estímulos.

Notificaciones, dopamina y cómo las empresas lo aprovechan

Los smartphones favorecen esto porque nos ponen la búsqueda de novedades más fácil de lo que podríamos soñar: haz un scroll y tendrás 10 tuits nuevos que leer; sube una foto a Instagram y cada vez que mires el móvil tendrás varias notificaciones nuevas.

Y las empresas detrás de esas apps que nos recompensan lo saben y lo aprovechan: dosificándonos las notificaciones para que siempre volvamos, o mandándonos notificaciones propias cuando pasamos mucho tiempo sin entrar.

Existe incluso una startup, Dopamina Lab, orientada a ayudar a las apps a utilizar la producción de dopamina de los usuarios a su favor para que las usen más veces y más tiempo. Aseguran haber desarrollado un algoritmo de inteligencia artificial que insertado en cualquier aplicación aplica el condicionamiento operante (recompensa del comportamiento positivo) para enseñar a los usuarios a utilizar más la aplicación.

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"Instagram utiliza nuestro ansia de 'likes' a su favor"

Hace unas semanas, Dopamina Lab se convertía en el centro de una conversación en Twitter sobre este tema. Una usuaria citó un extracto de una entrevista con su portavoz, Matt Mayberry, en la que éste explicaba que es vox populi que Instagram explota nuestro ansia de notificaciones a su favor racionándonos los likes: si la app decide que debes entrar más a menudo, te manda notificaciones solo de unos pocos likes, y no de todos los que has recibido, con la esperanza de que la escasez te decepcione y así vuelvas a entrar en la app un par de minutos más tarde.

Mike Krieger, CTO de Instagram, corrió a desmentir esta información. "Las cosas a veces no son instantáneas, pero no es algo intencionado. Intentamos encontrar un equilibrio entre mandar las notificaciones en el momento oportuno y no pasarnos enviando notificaciones".

Dopamine Labs recogió el guante y explicó que las declaraciones de Mayberry no provenían de elucubraciones suyas, sino de declaraciones públicas de la propia Instagram y de otras aplicaciones similares. "Como el propio CTO de Instagram ha dicho, Instagram no te envía las notificaciones cuando ocurren, sino que las aúna, y para decidir cuándo enviar ese puñado de notificaciones utiliza un algoritmo", explicaban en su mensaje, y para afinar ese algoritmo se emplean métricas de interactuación de los usuarios.

Es decir, que para decidir cuándo y cómo enseñarnos las notificaciones, utilizan todo lo que saben sobre cómo usamos su aplicación y lo manipulan. "Un programador entiende cómo funciona el cerebro y sabe cómo escribir un código que haga que el cerebro actúe de determinada forma".

Las redes sociales, el nuevo tabaco

La idea de que las tecnológicas manipulan nuestro cerebro a su antojo no debería pillarnos por sorpresa (empresas de todo tipo practican el neuromarketing desde hace décadas), pero es normal que nos dé tanto miedo porque en definitiva les hemos abierto las puertas de nuestra vida hasta el punto de que lo saben todo sobre nosotros.

Y quizá en eso hayamos sido demasiado confiados. ¿Llegará un día en que miremos atrás y pensemos en Facebook como ahora pensamos en el tabaco, algo a lo que debimos poner límites mucho antes? Algunos aseguran que sí.

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Marc Benioff es el jefe de Salesforce y en el pasado foro de Davos declaró que las redes sociales deberían ser reguladas "exactamente de la misma forma que lo está la industria tabaquera". En su opinión hay muchos paralelismos entre ambos sectores: "hay un producto adictivo, que no es bueno para ti, y en el que es probable que haya distintos intereses empujándote a hacer determinadas cosas". Y añadió: "hay diseñadores de producto intentando hacer estos productos aun más adictivos, y tenemos que frenar eso todo lo posible".

No es el único. Roger McNamee, inversor en tecnológicas, entre ellas Google y Facebook, publicaba hace unas semanas una columna en The Guardian titulada ¿Por qué no regulamos las redes sociales como el tabaco o el alcohol? en la que decía: "Con muy poca o ninguna supervisión o regulación en la mayor parte del mundo, compañías como Facebook, Google, Amazon, Alibaba o Tencent utilizan técnicas habituales en la propaganda y en el juego de los casinos, como las notificaciones constantes o las recompensas variables, para fomentar la adicción psicológica".

Dejad a la dopamina fuera de esto

Existen en este debate algunas cuestiones que pueden ser opinables, como si las redes sociales son en su conjunto una herramienta positiva para el debate y la libre expresión de los ciudadanos o si son elementos de distracción y manupulación mediados por las grandes empresas y agentes políticos con oscuras intenciones.

Pero otras deberían ser analizadas bajo una lupa científica con un poco más de rigurosidad. Y ahí entra la idea de que la dopamina es de alguna forma adictiva sin la cual viviríamos mucho mejor. Porque no lo es.

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La dopamina es una sustancia que genera nuestro cerebro de forma natural y cuyas funciones son complejas. Entre otras cosas, actúa como vasodilatador. La falta de dopamina puede desembocar en trastornos neuromusculares degenerativos. Algunos medicamentos psiquiátricos actúan inhibiendo la producción de dopamina pero no porque esta sea adictiva, sino porque algunos enfermos mentales pueden ser muy sensibles a sus efectos. Es posible que los trastornos por déficit de atención también se deban en parte a bajas dosis de dopamina en determinadas partes del cerebro.

Es decir, que tildar la dopamina de droga adictiva es, en el mejor de los casos, una simplificación hasta el absurdo que además supone medicalizar un problema, el del enganche al móvil (científicamente es incorrecto también hablar de adicción al móvil) o a la tecnología.

Sería fácil pensar que se trata simplemente de una forma de hablar, pero llamar adicción a lo que no lo es tiene consecuencias importantes. Por un lado, banaliza las verdaderas adicciones, que son un serio problema de salud. Por otro, es una forma en que los usuarios nos descargamos de responsabilidad sobre el modo en que utilizamos estos dispositivos, así como a la hora de educar a las siguientes generaciones en su uso.

Imágenes | iStock
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