Unos padres primerizos entran en una farmacia. Piden algo para los mocos, para un niño de 9 meses, tiene fiebre y algo de tos productiva. La farmacéutica les dice que claro, que cómo no, que tiene algo fantástico. Les da un jarabe homeopático. Ellos lo compran, incluso sabiendo que es homeopatía, muchas veces recetado por su pediatra.
Hasta aquí nada que no hayamos visto y denunciado en incontables ocasiones. No es extraño: en la última encuesta de percepción social de la ciencia, un 59% de la población respondió que los productos homeopáticos eran eficaces. Pero este artículo no va sobre los "creyentes". Va sobre las personas que defienden la homeopatía precisamente porque saben que no funciona.
"Yo no soy homeópata, pero..."
"Yo no soy homeópata, no creo que funcione. Empecemos por ahí". Francisco es médico en un pueblo de la provincia de Albacete y, pese a no ser homeópata, reconoce que indica homeopatía de forma habitual. Mi cara debía ser un poema. Mi postura y la de Xataka es (y ha sido siempre) contra la infiltración de la pseudociencia en la salud. Pero Francisco no está sólo. Hay todo grupo de expertos (algunos de gran prestigio internacional) que defienden que la homeopatía, bien utilizada, puede ser una gran herramienta de la medicina de verdad.
Pero antes de examinar sus argumento, empecemos por lo más evidente: la homeopatía pretende ser un tipo de 'medicina alternativa' basada en en la idea de que las mismas sustancias que causan las enfermedades pueden sanarlas también. Creada por Samuel Hahnemann en 1796, utiliza técnicas de diluciones sucesivas para poder administrar sustancias patogénicas sin provocar envenenamientos en el proceso. De hecho, las sustancias están tan diluídas que, en términos prácticos, los productos homeopáticos solo tienen excipiente, no contienen principio activo. Es decir,según todo lo que sabemos de física, química y biología, no funcionan.
¿Cómo responden los homeópatas a esto? Con la idea (la idea central de la homeopatía, de hecho) es que el agua tiene "memoria": de esta forma, aunque diluyamos la sustancia inicial hasta hacerla desaparecer, se mantandrían los efectos curativos. La memoria del agua pudo ser una idea interesante en el siglo XVIII, pero hoy por hoy está desacreditada.
No solo no tiene sentido a la luz de la ciencia moderna, es que no funciona. Más de 200 años después de su invención, los homeópatas han sido incapaces de demostrar sus teorías en ensayos clínicos rigurosos. Es más, algunos productos homeopáticos se han revelado peligrosos. Tanto que la FDA (la agencia norteamericana del medicamento) ha tenido que reforzar el control de este tipo de productos.
Con esto en mente, es mucho más fácil entender el escepticismo que producen planteamientos como los del ensayista y matemático Nassim Taleb, el defensor más conocido de esta postura. Frente al rechazo rotundo de la comunidad científica, Taleb sostiene que el hecho de que la homeopatía no funcione no significa que no pueda ser beneficiosa.
Es más, defiende que, en el contexto actual de sobremedicalización, una homeopatía realmente inocua podría usarse para reducir el daño causado por la intervención médica y contribuir a la sostenibilidad económica de los sistemas sanitarios. Analizando sus argumentos vemos que es una idea que se está aplicando en algunos lugares, pero cuya argumentación está llena de huecos y puntos problemáticos.
El emergente movimiento contra la sobremedicación
En los últimos años, cada vez más voces alertan una "sociedad cada vez más medicalizada". En 2013, el British Medical Journal organizó una campaña llamada ‘Demasiada Medicina’ en la que denunciaban “la amenaza para la salud humana que plantea el sobrediagnóstico y el desperdicio de recursos en cuidados innecesarios”. En España, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), la plataforma NoGracias y el laboratorio Polimedicado.org lanzaron 'Pastillas Las Justas', una campaña muy parecida que reúne argumentos científicos, económicos y sociales contra este problema.
En Reino Unido, un informe de 2013 descubrió que la mitad de todos los encuestados tomaba medicamentos semanalmente. Eso se resume en que, según la Academy of Medical Royal Colleges, el NHS inglés gasta 2.000 millones de libras al año en tratamientos innecesarios y expone a los pacientes a demasiadas pruebas perjudiciales (rayos X, biopsias, etc...) sin motivos médicos reales.
Según ese mismo informe, se podrían ahorrar mil millones solo con las prescripciones adecuadas. China se enfrenta a un problema similar en la medida en que su enorme población se incorpora de lleno en un servicio sanitario moderno: las ineficiencias son también enormes.
Por desgracia, no tenemos estudios fiables que evalúen la sobremedicalización en España. Aunque cosas como el alto consumo comparativo de medicación contra la osteoporosis, hipnosedantes, ansiolíticos u omeprazoles señalan que como todos los países de nuestro entorno, la sobremedicación también es un problema.
¿Por qué es un problema?
La respuesta más precisa que tengo a mano es de Joan-Ramon Laporte, director del Instituto Catalán de Farmacología y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona: “los remedios no siempre curan, usualmente tampoco matan” pero producen secuelas para el paciente, para su economía y para la salud pública.
Por eso, el consenso médico actual reconoce que hay situaciones en las que la decisión médica responsable es “no hacer nada” y dejar que la enfermedad evolucione sin más. En esas ocasiones usar medicamentos puede ser contraproducente porque ocultan los síntomas y exponen a los pacientes a efectos secundarios innecesariamente. Además son caros.
El problema es que la dinámica médica ha caído en el "activismo"; es decir, en un hacer cosas, pautar tratamientos y realizar pruebas que se saben innecesarias, pero que ayudan a gestionar las enfermedades veniales. Puede sonar chocante, pero una buena parte de los problemas que se ven en las salas de urgencias se gestionan con un par de horas de observación, un suero y quizás un respirador. Hasta aquí, con distintos énfasis, hay cierto consenso.
Una propuesta llena de problemas
Donde no existe ese consenso es en cómo abordar esos problemas. Ahí es donde están ganado tracción este tipo de ideas. Taleb plantea que, si la homeopatía se entiende como “medicina complementaria” y es realmente inocua, puede usarse para reducir los tratamientos innecesarios. Es la misma argumentación que se hizo el Gobierno Chino cuando decidió impulsar la medicina tradicional en todo el país.
Para Taleb, la homeopatía (como la medicina tradicional china) podría funcionar como "un sistema barato, inocuo y efectivo" de abordar el problema de la sobremedicación y el daño iatrogénico. Justo esa es la explicación que nos da Francisco: "la fiebre es un sistema de defensa del organismo, la tos también, incluso los mocos. La enfermedad, controlada, no es un problema, pero controlar a los padres es mucho más difícil".
"Yo lo digo de broma, pero los jarabes homeopáticos son un excelente tratamiento para la ansiedad... de los padres", continúa Francisco. No me resisto a recordarle el reciente análisis de la Universidad de Yale que señala que aquellos que abandonan o retrasan el tratamiento convencional para usar otros tratamientos alternativos tienen una mortalidad hasta cinco veces más alta. "¿No es jugar con fuego?", le pregunto.
La respuesta no deja lugar a dudas: "Sí. Mi caso es muy particular: esto es un pueblo, yo trato a niños, padre y abuelos. No es raro que vengan a casa cuando no estoy en el consultorio. Casi a mi pesar, tengo un control casi absoluto de la salud de los pacientes. El farmaceútico no vende este tipo de cosas sin receta. Y si me entero (y me entero, eh) de que alguien ha dejado el tratamiento, me pongo serio".
"Sé que no es lo óptimo, pero yo llego hasta donde llego". Le hablo sobre los expertos que están señalando que ese es un camino para atajar la sobremedicación y me dice que puede "entender la impotencia de un médico individual con cada vez menos medios", pero que a nivel de salud pública es el reconocimiento de una derrota.
"Últimamente no ganamos ninguna", le digo. "La grande, que sería la educación sanitaria, yo creo que no se puede ganar, pero no intentarlo es terrible". "Sustituir esa pedagogía sanitaria por esto, ¿no te parece que esto es poco ético, un abuso de confianza, un engaño?", no quiero evitar encarar el problema. "Esto está lleno de problemas. Pero, sinceramente, no he encontrado otra forma de controlar la salud de la gente. No sé cómo decirte, la pseudociencia ha estado ahí siempre. Antes eran curanderos, ahora pastillas. Al menos, asi puedo saber lo que hay".
Curar a adultos
Está claro que la homeopatía es capaz de cumplir alguna función importante en las personas que la usan, no se entiende de otra forma que siglos después aún campe a sus anchas por las farmacias de medio mundo. Sin embargo, abrir la caja de los truenos (aún a nivel local), puede desencadenar el caos.
Los seres humanos, somos muy malos atribuyendo causalidades: es decir, tenemos problemas para saber qué funciona y qué no. Por eso, comenzar a usar "terapias complementarias" es un caramelo envenendado. Nuestros propios sesgos cognitivos hacen más que probable que creamos que lo que funciona es la homeopatía y acabemos rechazando tratamientos que sí funcionan.
Ese es el fraude y el peligro de la pseudociencia y es donde fallan las propuestas como las de Taleb. Estamos muy lejos de poder controlar perfectamente la salud de la población y se hace muy difícil entender qué mecanismo impedirá que las victimas de una pseudociencia cada vez más legitimizada abandonen los tratamientos.
Sobre todo, porque hablamos de mentir a los pacientes, de asumir que ese que se sienta frente al médico no es adulto. Asumirlo de nuevo. No cabe duda de que la sobremedicación es uno de los grandes porblemas que nos esperan, pero debemos asegurarnos de que luchando contra ella no perdamos las conquistas de la medicina contemporánea que tanto ha costado conseguir.
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