Durante los últimos días el mundo siguió con atención un evento aparentemente insignificante ocurrido en Australia: la pérdida de una pequeña cápsula de metal de apenas un centímetro cúbico. Sin embargo no era la primera vez que se extraviaba una cápsula de este tipo de metal, y la experiencia avisaba de que las consecuencias podían ser trágicas.
Posiblemente la ciudad ucraniana de Kramatorsk haya ganado popularidad en los últimos meses por su ubicación cercana al frente que ha abierto en el país la invasión rusa. Situada una de las regiones ucranianas reclamadas por Rusia, la ciudad fue antaño testigo de las consecuencias que puede traer la pérdida de una pequeña cápsula de Cesio-137: el Incidente Radiológico de Kramatorsk.
Se desconoce exactamente el número de personas que fallecieron a consecuencia de este accidente, que pudieron ser entre dos y seis, con 17 personas afectadas a lo largo de la década de 1980 por los altos niveles de radiación.
Todo comenzó unos años antes, con el extravío de una cápsula de cesio-137. La cápsula pertenecía a un instrumento para calibrar niveles que operaba a través de las emisiones de cesio radiactivo. La cápsula se extravió en una cantera de Karansk, en la región de Donetsk. La cápsula protagonista de este incidente sería mucho más potente que la perdida en Australia, con unas emisiones que podrían haber alcanzado los 50 gigabequerelios.
Los efectos de la cápsula se comenzaron a notar en 1980, en la ciudad de Kramatorsk. Fue en un apartamento familiar situado en la calle renombrada hoy en día como Mariia Prymachenko, al este de la ciudad.
En 1981, una joven de 18 años moría en el apartamento como consecuencia de una leucemia. Algo que no hizo saltar las alarmas ni aun cuando su hermano de 16 años y la madre de ambos murieran un año después por la misma causa. Los médicos asumieron una predisposición hereditaria.
No fue hasta que una segunda familia se mudó al apartamento que se descubrió lo que había ocurrido. En 1987 moría otro joven por la misma causa. Su hermano menor también se encontraba hospitalizado por la misma causa, leucemia. Llegado este punto la segunda familia pidió que se realizara una evaluación exhaustiva de la situación. Los expertos detectaron entonces que todo se debía a la radiación.
La cápsula estaba emitiendo radiación equivalente a 1.800 roentgen/año. La investigación también encontró la cápsula: había quedado embutida en una de las paredes del apartamento. El hallazgo de la capsula no llegó hasta 1989, casi una década después de comenzar los casos.
Incidentes radiológicos como este son raros pero variados. En Goiânia, Brasil, una unidad médica abandonada en un hospital en desuso causó un derrame de un compuesto químico que contenía cesio radiactivo. Esta vez, al no estar confinado en una cápsula sólida y tras ser la máquina manipulada indebidamente, el cesio se expandió por el entorno, contaminando a varios cientos de personas y matando al menos a cuatro.
Tanto el incidente de Kramatorsk como el de Goiânia se debieron a la dejadez con la que actuaron los responsables de los equipos radiactivos. En el primer caso, puesto que los responsables de la mina evitaron cesar su actividad para centrarse en buscar la cápsula perdida. En el de Brasil, puesto que la empresa responsable había quebrado y consideró a bien abandonar equipo radiológico detrás.
El contraste entre estos dos casos y los esfuerzos de las autoridades australianas es evidente. Un mínimo de diligencia es a veces lo único que nos separa de accidentes como estos.
Imagen | Cápsula de Cesio-137 y viviendas en Kramatorsk en 2007. 2x910 / Artemka, CC BY-SA 4.0
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