"La lógica es buena en los razonamientos, pero en la vida no sirve para nada". La frase es del escritor francés Rémy de Gourmont y aunque suena un poco lapidaria lo cierto es que da en el clavo. Por ejemplo, piensa en la situación que nos estamos encontrando ahora en algunos supermercados con las estanterías vacías. Dado que arrastramos una huelga del transporte desde hace días y colea el temor a que la guerra de Ucrania complique el suministro de ciertos productos, lo lógico sería que comprásemos lo que necesitamos, desperdiciando lo menos posible. ¿No?
Eso sería lo razonable. La arqueología nos demuestra sin embargo que hacemos todo lo contrario: comprar y tirar más que nunca. Los sociólogos lo saben bien porque así se lo ha "chivado" nuestro peor delator, el que mejor conoce nuestros hábitos como consumidores: el cubo de la basura.
Lo que dice de ti tu basura
Hace ya algún tiempo, en la década de 1970, el antropólogo William Rathje, de la Universidad de Arizona, decidió ensuciarse las manos —en el sentido literal de la expresión— con un experimento curioso. Junto a un grupo de estudiantes se dedicó a rebuscar entre la basura de los habitantes de Tucson, la segunda ciudad más grande de Arizona. No lo hacían por fisgar o una filia extraña, sino a la caza de datos. Querían saber qué decía de los residentes en el municipio y si coincidía o no con lo que la gente afirmaba de sí misma en encuestas u otros estudios académicos.
La conclusión —¡Sorpresa!— fue que no. Tucson Garbage Project, como se conoce la iniciativa, y que con el paso del tiempo se ha extendido a otras regiones, nos dejó algunos datos curiosos sobre cómo nos comportamos. Una de sus conclusiones fue que el consumo de alcohol era más elevado de lo que se creía y reconocía la gente. Otras, sin embargo, destacan por lo "anti intuitivas" que resultan. Por ejemplo, el equipo de Rathje comprobó que, en contra de lo que cabría pensar, los hogares de clase media desperdician más que los ricos. Al menos en las crisis.
Quizás la lección más sorprendente fue sin embargo cómo actuamos en los momentos más complicados, en los que, como ahora, nos enfrentamos al riesgo de escasez de ciertos productos. En contra de lo esperable, de lo que dicta la lógica contra la que alertaba de Gourmont, en esas etapas de crisis es cuando más desperdiciamos. ¿Por qué? Como explica la propia Universidad de Arizona, al afrontar períodos de estrés económico y ante la posibilidad de un alza de precios, las personas se lanzaban a comprar productos perecederos en grandes cantidades. Tantas, que excedían lo que podían consumir antes de que se estropearan y luego se veían obligados a tirarlos.
Para su análisis el equipo tuvo en cuenta algunas de las crisis que habían afectado a la zona. "Durante la primavera de 1973, hubo una escasez de carne en los EEUU y encontrar una buena pieza era difícil y caro. Por ello, los basurólogos decidieron investigarlo y buscaron en las basuras durante 15 meses entre la primavera de 1973 y la de 1974, recolectando la carne (pero sin contar la grasa o el hueso), y se dieron cuenta de que aparecía un patrón extraño. En efecto, el estudio revelaba que la gente había desechado más carne durante la escasez que después de ella", comenta Daniel García-Raso en un estudio publicado en 2009 en Arqueoweb.
"La explicación se reduce a la práctica de la compra de crisis. Cuando los medios de comunicación y la población comienzan a hablar de crisis esto produce la aparición del comportamiento de comprar todo cuanto se pueda, aunque ni siquiera se tenga pensado comerlo —abunda García-Raso—. El resultado: un mayor desperdicio". En Guerra en la Universidad van un poco más allá y desgranan las cifras del estudio. Durante la escasez de vacuno del 74 en EEUU, Garbage Project concluyó que se desperdiciaba tres veces más carne que en tiempos de abundancia y cuando el precio del azúcar se duplicó por la carestía de 1975 el consumo, lejos de resentirse, acabó triplicándose.
Curiosamente, en época de escasez nos hacemos con productos que habitualmente no nos llevaríamos del supermercado, lo que contribuye a que parte de nuestra compra acabe en la basura. El proyecto iniciado por Rathje se prolongó durante años y ha inspirado a otros investigadores desde la década de los 70. A nosotros, ahora, nos deja una valiosa lección sobre cómo solemos actuar cuando tenemos miedo al desabastecimiento, experiencia con que —todo sea dicho— ya nos familiarizamos en 2020, cuando se decretó el primer estado de alarma por la pandemia.
Imágenes | Carl Campbell (Unsplash) y Richard Burlton (Unsplash)
Vía | Guerra en la Universidad
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