Cuando le tocó mover ficha y escoger carrera, en 1987, Vicente Castelló se matriculó en Derecho. Optó por los estudios de leyes —recuerda— igual que podría haberlo hecho por Económicas, ADE o alguna otra de las licenciaturas que por aquel entonces ofrecía la Universidad de Valencia. Con diecimuchos y veintipocos su vocación, sencillamente, todavía no se había dejado ver. Nada nuevo bajo el sol. Vicent van Gogh no se puso en serio con los pinceles hasta rozar las treinta primaveras, después de haber trabajado como marchante de arte y vestir andrajos de misionero en las minas de Borinage. El mismísimo William Herschel se ganó durante años los garbanzos como músico antes de descubrir Urano, afianzar su reputación como astrónomo y dedicarse de manera profesional a la elaboración de telescopios y el estudio del firmamento estrellado.
A Vicente esa vocación, la visión clara de hacia dónde quería encaminar sus pasos, le llegó a principios de los 90: lo suyo era el mundo de la empresa. Hoy estudia tercero del Grado en Ciencia de Datos en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería (ETSE) de la Universidad de Valencia, la misma institución en la que se caló el birrete de abogado hace casi tres décadas. El antiguo estudiante de Derecho tiene ahora 51 años, hace tiempo que peina canas, dirige su propia empresa y además suma a sus muchas responsabilidades la de ser padre, pero habla de sus estudios con una pasión que probablemente nunca llegó a brillar cuando era un universitario de veinte años.
¿Cómo mudó de las Leyes a la empresa y de esta la Ciencia de Datos?
Después de sacarse su título en Derecho en 1992, sin siquiera colegiarse, Vicente arrancó sus estudios de empresariales y en 1996 obtuvo un MBA por el Instituto de Empresa (IE). De aquellas aulas pasó a los departamentos de marketing de Air Nostrum, primero, y al de Air Europa años después. Le siguieron trabajos en diferentes compañías hasta que decidió lanzarse con su propio proyecto. “Hacia 2015 decidí montármelo por mi cuenta y dirigirme a lo que es la consultoría de empresas basada en datos —comenta—. Durante toda mi trayectoria he intentado siempre buscar el porqué de las cosas y acababa buceando en datos”. Nació entonces Dupplica, compañía valenciana dedicada a la consultoría, business analytics y estudios inmobiliarios y que ofrece, entre otros servicios, análisis de empresa basados en Big Data.
La atención de Vicente se centró en especial en el diseño de herramientas de Business Intelligence apoyadas en Power BI —servicio de análisis de Microsoft— y la creación y desarrollo de modelos de Power Pivot, Power Query y Power Map. Sobre la mesa se encontró sin embargo con un dilema tan viejo como el mundo empresarial: renovarse o morir. A medida que las universidades incorporaban a su oferta los estudios de Ciencias de Datos —la UPV lo estrenó en el curso 2018-2019 y la UPF, por ejemplo, lanzó su Ingeniería Matemática en Ciencia de Datos en 2017-2018—, Vicente vio asomar por el horizonte una amenaza… y una oportunidad para su negocio. Tocaba ir un paso más allá.
“Me di cuenta de que, por mi experiencia, podía hacer muchas cosas para mis clientes, pero que toda la gente especializada en análisis de datos que se iba a incorporar al mercado laboral haría que lo que yo ofrezco fuese una commodity. Aunque puede ser algo novedoso, como las visualizaciones de campos de mando, KPI… Iba a convertirlo en algo muy normal”, explica. La solución se le presentó casi por casualidad: mientras ojeaba carreras para sus hijos se topó con que la Universidad de Valencia ofrecía el Grado de Ciencia de Datos y decidió volver a las aulas.
“Por mucho que estudiara me faltaba una base científica y vi que existía esta carrera, que me iba como anillo al dedo para todas las carencias que pudiera tener”, comenta. “Me di cuenta de que lo que hoy es vanguardia y especialización en mi trabajo, mañana será habitual. Y la única manera de continuar siendo competitivo es cimentar todo el conocimiento adquirido a través de la experiencia profesional y lograr conocimientos nuevos, difíciles de obtener con la práctica”, reconocía el empresario hace tres años en la web de la propia universidad valenciana.
Vicente empezó en 2018 y estudia ahora asignaturas del segundo y tercer curso. En el grado, explica, está logrando “una cimentación matemática, estadística”, que le permite “ver el porqué, de dónde vienen ciertas cosas”. “El verdadero valor está en sacar conclusiones de los datos e interpretarlos. Por ejemplo, conforme a lo ocurrido en los últimos seis meses, viendo patrones, anticiparse a lo que pasará dentro de medio año. Nadie tiene una bola de cristal, pero se trata de que con la información y datos que tienes tus clientes puedan tomar decisiones con menos riesgos”.
Aunque Vicente está contento con su decisión, reconoce que, con 51 años, debe lidiar con retos desconocidos para la mayoría de sus compañeros más jóvenes. En su caso debe compaginar las aulas con la oficina, las obligaciones en casa, los hijos, la pareja… “La carrera es como una actividad profesional más, entre comillas; yo no le puedo dedicar tantas horas”, comparte. No es tampoco la misma agilidad la que tiene un estudiante recién salido del instituto que otro con una hoja de vida laboral que abarca varias décadas. “Notas que hace mucho que no estudiabas y que al venir de otro campo hay cosas también que no has visto antes; pero al final está todo bien estructurado”.
“No solo has cambiado tú como persona y como estudiante. La propia sociedad ha evolucionado. La universidad de hoy no se parece en nada a la que yo llegué hace 25 o 30 años. Entonces el modelo era de clase magistral; ahora las tienes más o menos participativas, con una parte práctica en laboratorio y evaluación continua”, comparte Vicente. No todos son dificultades. La cincuentena ofrece también herramientas que se escapan a la mayoría de alumnos veinteañeros. Tras haber lidiado con infinidad de expedientes y proyectos desde la década de los 90, por ejemplo, se siente más capaz de sintetizar y priorizar. “Sabes ir al grano y estructuras mucho mejor. Cuando antes estudiaba todo se me hacía un mundo. En cierto modo ahora entiendes mejor”, comparte.
El caso de Vicente no es único.
La universidad, para todas las edades
Aunque lo habitual en las facultades es toparse con alumnos que se mueven entre la veintena y la treintena, en las universidades del país se sientan también un buen puñado de estudiantes que peinan canas. Los centros incluso disponen de Programas Universitarios para Mayores (PUM), pensados para el alumnado sénior. Solo durante el curso 2018-2019 se apuntaron a su oferta —según datos recogidos por Educaweb.com— 63.200 personas con más de 50 años. El sistema universitario también incorpora canales de acceso específicos, pensados para estudiantes de cierta edad que no poseen la titulación académica que da paso a las facultades. El propio Ministerio de Ciencia contabilizaba en 2017 alrededor de 3.000 personas presentadas a las PAU para mayores de 45 y otro millar largo que había optado por la vía de acceso para estudiantes con experiencia laboral que superan la cuarentena. Parte de ellos terminan optando por carreras de ciencias y tecnología.
Las circunstancias de cada estudiante son tan diferentes como sus propias trayectorias profesionales. En algunos casos —el de Vicente, por ejemplo— llegan tras un camino que empezó en otro campo completamente distinto y les termina encauzando hacia la tecnología. En otros retoman estudios que dejaron en su día por avatares de la vida. Hay también quien a las puertas de los 50 decide coger de nuevo los libros y preparar el doctorado para sacarse una vieja espinita académica o, simple y llanamente, prosperar en su empresa antes de jubilarse.
Alberto Salido forma parte del primer grupo, el de quienes han decidido seguir con estudios que dejaron aparcados hace años. En su caso una carrera técnica de informática de gestión que cursó hace más de dos décadas. En 1990, cuando ya había concluido los tres cursos de la formación y solo le faltaba presentar el proyecto de fin de carrera, le tocó hacer la mili. Una ver terminado el servicio obligatorio consiguió empleo en el organismo público para el que sigue trabajando hoy, dependiente de la Diputación de Alicante. El ritmo frenético del día a día, las responsabilidades, los cambios en los propios planes de estudios universitarios… Le impidieron completar el proyecto de final de carrera, llave para acceder al título oficial. En 2018, a las puertas de los 50, decidió volver a las aulas y ahora —con 51 años cumplidos— estudia ya las últimas asignaturas y está a vueltas con el trabajo de fin de grado de Ingeniería Informática en la Universidad de Alicante, que espera tener listo en septiembre.
“Han pasado 20 años y me vi en la necesidad de retomar los estudios para tener título universitario. A nivel personal siempre he estado formándome y experimentando por mi cuenta; pero ahora estudio para lograr la titulación”, comenta. Aunque había dejado la facultad a principios de los 90, Alberto nunca se desligó de la informática. Su trabajo de hecho se centra en ese mismo campo, una ventaja a la hora de afrontar los contenidos de la carrera. “Me ha chocado bastante encontrarme con ciertas asignaturas que estaban actualizadas, pero no a fecha de hoy. Me he topado con tecnologías con las que yo trabajaba hace diez años porque empecé a probarlas de forma particular. Hay cosas que están muy avanzadas, pero otras herramientas están desfasadas”, añade.
En el caso de Alberto, volver a los estudios marca casi un camino de ida y vuelta. En el sentido más literal. La facultad de Alicante en la que cursa Informática es la misma a la que acudía entre finales de los 80 y principios de los 90. Con una diferencia, por supuesto: por ella han pasado varias décadas de un desarrollo tecnológico desaforado, difícil de imaginar cuando Alberto empezaba a trabajar y tuvo la primera toma de contacto con un Internet que por entonces medía su velocidad “en K”. “En la universidad teníamos ordenadores muy limitados, había algo de ordenadores personales y en ocasiones teníamos que trabajar como sale en las películas antiguas: tenías un terminal que en realidad era una pantalla con un teclado y luego había un ordenador central al que la gente se conectaba para trabajar... Pero no era el concepto de PC”, recuerda.
“En cuanto a contenidos la carrera ha cambiado muchísimo. No es como si me hablas de medicina, donde la tecnología ha podido variar, pero el cuerpo humano sigue siendo el mismo. Si hablamos de informática el salto es abismal. El cambio ha sido bestial y el salto cuantitativo y cualitativo llega con Internet”, reflexiona. Tan profunda ha sido la revolución —subraya Alberto— que hay materias de su primera etapa en la universidad que no ha podido convalidar. “Hay créditos que ya estaban descartados y no he podido aprovechar. Otros sí porque, a pesar de que las tecnologías han avanzado, el grueso de la materia coincide con como están actualizadas a fecha de hoy. Si hablamos de redes de comunicaciones, por ejemplo, la base sigue siendo la misma, aunque ha mejorado la tecnología y velocidad. Me convalidaron créditos de troncales de matemáticas, física…”
Y en cuanto a la edad, ¿es muy diferente estudiar con 50 que con 20?
“Te voy a decir una cosa de la que yo mismo me sorprendo —responde Alberto—. Estoy sacando sobresalientes y matrículas de honor. Con mucho esfuerzo, sí; pero lo que es la madurez... La experiencia que tienes con 51 años no la tienes con 20. No te planteas las cosas de la misma manera. La capacidad de esfuerzo que tengo con mi edad no la tenía a los veintitantos, ni las expectativas, ni las ganas de sacar las cosas. Es un cambio de mentalidad muy importante”.
No todo son facilidades, sin embargo. Es más, con un empleo, una familia montada, responsabilidades en casa… Prácticamente nada lo es más allá de la madurez. Alberto lo reconoce y lo recalca: salen los aprobados sí, y con muy buena nota; pero a costa de sacrificios y un tesón solo apto para voluntades de hierro. “De lunes a viernes trabajo y mi fin de semana consiste en un poco de ocio con la familia y, sobre todo, dedicarme a la carrera. Por las tardes, lo mismo —explica el informático—. También estás limitado porque la capacidad de retención ya no es la misma, aunque es cierto que aumenta la de análisis y eres capaz de asimilar las cosas de una forma lógica”.
Cuando se le pregunta por su decisión de volver a las aulas a las puertas de los 50, con una larga carrera en el mundo de la empresa a sus espaldas, la vida perfectamente encarrilada y a una edad en la que la mayoría empieza a pensar ya en la mejor forma de jubilarse, Lisardo Fernández repite la misma palabra: “Pasión”. En una charla de veinte minutos vuelve sobre ella en varias ocasiones. Fue esa emoción, explica, lo que le llevó a matricularse con 46 años en el título de Ingeniería Informática que imparte la Universidad de Valencia y luego, ya graduado —y dicho sea de paso, con un buen muestrario de matrículas de honor en su expediente—, afrontar a los 52 un master en Inteligencia Artificial que ya ha finalizado también. Ahora tiene 57.
Hace décadas, con veintipocos y formación como ingeniero, Lisardo decidió lanzarse al mundo del emprendimiento. Impulsó junto a varios socios una empresa con la que estuvo implicado durante más de dos décadas y que acabó vendiéndose hacia 2008. “Después de aquella experiencia me apetecía retomar una de las pasiones que tenía de joven, cuando estudiaba la carrera de Ingeniería Técnica en Electrónica Industrial, que era la robótica. Me encontré con 46 años y me pregunté cuál sería el próximo reto. Fue entonces cuando me metí en el grado de informática para conocer, profundizar”, comenta Lisardo. Su atención terminó centrándose en la robótica y la Inteligencia Artificial (IA), así que —ya con el título de graduado bajo el brazo— empezó un máster centrado en la IA en la Universidad Politécnica de Valencia.
“Mi objetivo siempre fue encaminarme a la robótica y la IA. Mi proyecto de final de grado, de hecho, versó sobre el desarrollo de un robot para la inspección de tuberías”, recuerda. Lisardo no ha renunciado en cualquier caso a la vena emprendedora que le impulsó, hace décadas, tras lograr su título de ingeniero técnico, a zambullirse en el mundo de la empresa. Junto con otros socios se ha embarcado en eSRobotics, una firma orientada a la investigación y desarrollo de iniciativas relacionadas con la IA, simulación, IoT y cloud computing, automatización y robótica colaborativa o realidad aumentada. Animado por ese mismo impulso y la pasión por su campo, Lisardo trabaja además como investigador en un grupo (GREV) de la ETSE de la Universidad de Valencia.
“¿La diferencia entre mi primera carrera y ahora? Abismal. En la que terminé con veinte pocos, una ingeniería técnica, saqué una media de 5,5 o 6. Es la edad a la que te abres a la vida. Empiezas a ver, opinar, tener tu punto de vista, romper con los modelos que ves... Empiezas a vivir y hay muchas cosas que hacer, además de estudiar. Es normal y creo que es hasta bueno que sea así. Con 40 y pico, 50 años, muchos de esos problemas están resueltos. Tenía un objetivo claro y mi familia está consolidada. Mi cabeza ha estado más templada. Estos estudios los saqué con 23 matrículas y un montón de sobresalientes. No es porque me emperrara en sacar buenas notas, sino porque me dedicaba a estudiar y centré mi cabeza en la pasión que me despertaba”, añade.
Ya se sabe: la pasión.
Desde ampliar conocimiento a lograr el doctorado
El de Javier Ángel Franco, de 55 años, es también un camino de ida y vuelta con los números como eje. Hace varias décadas empezó los estudios de matemáticas, pero los dejó aproximadamente en el ecuador, antes de obtener el título oficial, y se puso a trabajar. Lleva tiempo dedicándose al campo de las nuevas tecnologías en el Cabildo insular de Fuerteventura y a lo largo de su dilatada carrera ha alcanzado logros como participar en el impulso del parque tecnológico de la isla majorera (PTFUE), un hito del que —reconoce Javier— se siente especialmente orgulloso.
Hace “cinco o siete años” decidió sin embargo ir un paso más allá y volver a las aulas de la universidad: se anotó en la facultad de La Laguna, en el Grado de Matemáticas, y desde entonces ha ido avanzando poco a poco en la carrera. Ahora está centrado ya en el trabajo de fin de grado (TFG), que abordará el machine learning, el aprendizaje automático. El camino —reconoce Javier— no ha sido sencillo. “He ido haciéndolo muy poco a poco. He tenido que restar tiempo a mi familia y en alguno de estos años no he podido avanzar por circunstancias”, explica. Retos no le han faltado. Además de tener hijos y responsabilidades laborales, ha preparado oposiciones. La distancia entre Fuerteventura, donde vive, y la facultad, situada en el campus de Anchieta, en Tenerife, supone otro hándicap. “No es que me dificulte, pero tampoco me lo pone fácil. He tenido la voluntad de tirar para adelante con el hándicap de no poder asistir a las asignaturas”, comparte.
“Yo retomé los estudios por el gusto a las matemáticas y la ciencia, que nunca dejé de lado. También por estabilidad laboral”, comenta. La universidad a la que regresó hace cerca de un lustro, sin embargo, es en no pocos aspectos bastante distinta de la que conoció durante su juventud. Más allá del desarrollo tecnológico, de los recursos online que tan útiles están resultando ahora con la pandemia o incluso la forma misma en que se imparten las clases, ha mudado —y mucho— el contexto, lo que rodea a la propia carrera de Matemáticas. En los 80 y 90, por ejemplo, gran parte de los alumnos de la licenciatura tenían en mente convertirse en maestros o empezar una carrera académica. Hoy Matemáticas tiene una de las notas de corte más altas y el Big Data ha dado un valor tan alto a sus alumnos que las empresas se rifan los mejores expedientes.
“En algunas facultades el grado de Matemáticas tiene la nota más alta cuando por entonces entrabas casi con el 4,9. En mi época había una visión bastante teórica. Hoy tienes unas facilidades para desarrollar tu conocimiento en experiencias empresariales, científicas o de investigación de las que antes no disponías tanto —recuerda Javier—. Ahora tienes espacios de aprendizaje práctico que antes no existían”.
Nicolás Quero forma parte también de la lista de profesionales que, tras una larga carrera han decidido volver a los libros. En su caso el porqué, el dónde y el cómo han sido algo distintos. A sus casi 53 años tiene ya un título de Ingeniería Técnica Agrícola, carrera que estudió en los años 90. Aunque trabaja en su sector y ha actualizado conocimientos a lo largo de las últimas tres décadas, es ahora cuando ha decidido sin embargo lanzarse a sacarse el doctorado. Como su título es bastante anterior al Plan Bolonia antes debe completar una adaptación al nuevo grado. “Se trata de hacer una serie de asignaturas más actuales que no contemplaba el antiguo plan de estudios y optar al doctorado”, comparte Nicolás, que estudia en la Universidad de Sevilla, la misma en la que logró su título en 1996. Antes de la adaptación, completó un máster en prevención de riesgos laborales.
“Llevo en el sector desde el 97. Estoy trabajando en una multinacional de investigación agrícola. En el campo al que yo me dedico estoy actualizado. Hay materias en las que se ha progresado poco desde los 90; pero otras, inherentes al tema tecnológico o informático, como la topografía o ciertas partes de la sanidad vegetal, muy en boga con las cámaras espectrales y drones que sobrevuelan superficies de cultivo y determinan carencias o plagas, sí”, señala Nicolás. Lo de presentar una tesis y conseguir el título de doctor responde a “una inquietud” que alimenta desde hace tiempo: “Sigo manteniendo la ilusión de hacer un doctorado y empezar una investigación. El logro personal de conseguir el máximo título en el área del conocimiento”. Además de sacarse esa vieja espinita apunta también el valor de la titulación para la propia promoción profesional.
Ya lo dijo, hace mucho, el refranero: “Nunca es tarde… si la dicha es buena”. Y la dicha, cuando de formación, de mantener activo el cerebro y saciar vocaciones se trata, nunca llega tarde.
Imágenes: Jessie Jacobson (Flickr), H. Michael Miley (Flickr),
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