Siempre me he preguntado cómo las bombillas llegaron a convertirse en el símbolo de las nuevas ideas. Hay varias teorías corriendo por internet y muchas de ellas tienen que ver con los viñetistas de principios de siglo (y los primeros dibujos animados). Sea como sea, no deja de ser curioso que sea una idea la que mande al cajón de la historia a las bombillas halógenas. Una idea europea, de hecho.
Sí, porque aunque el 54% de los europeos no lo sepan. a partir del próximo uno de septiembre no se podrá fabricar ni comercializar bombillas halógenas en Europa. Damas, caballeros y mosquitos: ha llegado el momento de despedirnos de los halógenos.
No hay luz al final del túnel
Desde que Humphry Davy inventara la primera luz eléctrica en 1802 hasta que Thomas Edison consiguiera su patente en 1878, centenares de científicos desarrollaron bombillas por todo el mundo. La mayoría de ellas no consiguieron salir del laboratorio, pero hubo algunos intentos de comercialización que acabaron en nada.
Con las bombillas y Edison pasa algo parecido como con América y Cristóbal Colón. Aunque otros llegaran primero, la opinión pública asocia su descubrimiento (indisociablemente) con ellos. Con las halógenas pasa algo similar: aunque la primera patente es de 1882, no fue hasta que General Electric, la empresa que se remonta al trabajo de Edison, lanzó las primeras bombillas halógenas comerciales que se convirtieron en algo realmente popular.
Sin embargo, desde hace décadas se habían convertido en una tecnología muy ineficiente. Tras los acuerdos de Kioto, la Unión Europea inició una serie de políticas para mejorar la eficiencia energética del continente. Fue entonces cuando las bombillas halógenas pasaron a ser uno de los enemigos de Bruselas.
Sin embargo, era mucho más difícil de lo que parecía. En 2016, cuando se inició la prohibición de los halógenos, se permitió su uso y comercialización para uso doméstico. Sencillamente porque no había forma de sustituirlas. Se necesitaba toda una reconversión industrial para la que nadie estaba preparado y para la que hemos necesitado años. Ahora se culmina la muerte de una crónica anunciada: se apaga la luz.
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