Algunos de los grandes problemas de nuestro tiempo tienen como elemento central a la ciencia. Cosas como el cambio climático, la aparición de las superresistencias a los antibióticos o las consecuencias (no siempre claras) de la ingeniería genética y la inteligencia artificial son asuntos muy técnicos y, a la vez, temas con un profundo impacto social.
Por eso, más allá de la polémica sobre la postverdad, la emergencia de movimientos anticiencia y campañas de desinformación popular ha dejado de ser un asunto de divulgación científica para convertirse en un tema esencial en la vida pública y democrática. ¿Podemos hacer algo?
La desinformación no es inocua
No os voy a negar que estos asuntos, sobre todo cuando afectan a la salud, golpean en la línea de flotación del periodismo tradicional. Hay suficiente evidencia disponible como para afirmar que no basta con presentar las dos versiones (la científica y la pseudocientífica) en igualdad de condiciones.
Cuando ocurre esto, cuando presentamos información cierta e información falsa de forma consecutiva, la opinión del espectador no cambia. Unos argumentos neutralizan a los otros y prevalece la opinión inicial.
No es extraño porque, aunque sea delicado admitirlo, la diferencia entre un ciudadano medio que defiende las vacunas y uno que las impugna está solo en el proxy que usa. Es decir, en quién se fía. La complejidad técnica y conceptual de la ciencia hace que, en realidad, las opiniones sociales no se basen en hechos experimentales sino en confiar en los expertos adecuados.
La lucha contra la desinformación
Por eso el tema del momento es cómo conseguir que sean los argumentos científicos los que ganen la batalla. No por un fetichismo extraño (que supongo que también existirá), sino porque en principio son los mejores que tenemos.
Un grupo de psicólogos de Cambridge, Yale y la George Mason están intentando encontrar las mejores formas de inmunizar a la sociedad frente a las noticias falsas. Y digo 'inmunizar' porque están usando una lógica similar a la que se usa en los programas de vacunación.
Como explicaba antes, los seres humanos somos muy buenos identificando la veracidad o no de ciertos relatos en contextos determinados. Pero cuando nos sacan de 'nuestro espacio de confort cognitivo', no lo hacemos muy bien.
La idea de los investigadores era diseñar mensajes que actuaran como "vacunas" que estimularan el "sistema inmunitario" contra la mala información. O, dicho de otra forma, proporcionar de un repertorio cognitivo que ayuda a aumentar la resistencia a la desinformación.
En realidad, la propuesta es muy sencilla y se preguntaban si explicar algunas de las trampas más habituales que usan las noticias falsas cambiaría su efecto.
"¿Están de acuerdo los científicos sobre el cambio climático?"
La primera prueba ha sido con el Oregon Global Warming Petition Project, una petición firmada por "más de 31.000 científicos americanos" afirmando que no hay evidencias de que la liberación de CO2 esté relacionado con el cambio climático mundial.
La intención era medir cuánto afectaba esta campaña en la percepción del consenso científico sobre si el calentamiento global está originado por el ser humano.
Los investigadores diseñaron dos vacunas : una general ("algunos grupos por motivos políticos usan tácticas engañosas para tratar de convencer al público de que hay una gran cantidad de desacuerdo entre los científicos") y otra específica en la que mostraban, por ejemplo, que muchas de las firmas son falsas (hay firmantes como Charles Darwin o como las Spice Girls) y que, siendo generosos, solo un uno por ciento de los firmantes tienen alguna relación con la climatología.
Los resultados son interesantes. El mensaje general provocaba que un 6'5% de personas cambiara de opinión en favor del consenso científico. Y el mensaje específico logró un cambio del 13%. Es decir, la inoculación funciona.
Herramientas o punto débil
Los más curioso es que funciona independientemente de la ideología de las personas. De hecho, ha funcionado siempre y, en muchas ocasiones, se ha usado para lo contrario, para reforzar las posiciones anticientíficas.
Como explican en el mismo estudio, estas estrategias han sido usadas por tabacaleras y grandes compañías petroleras para reforzar sus posiciones. También lo hizo la industria del azúcar y lo han venido haciendo muchos grupos políticos.
Es decir, no sólo es una herramienta, es también un punto débil que conecta con lo que hablábamos más arriba. El recurso básico que tiene la ciencia actual para influir en la sociedad es la confianza y hemos de tener cuidado porque no es un recurso renovable.
Imágenes | Nattu, Climate March
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