Durante meses, mientras la crisis del aceite se hacía más y más profunda, todas las miraban se dirigían a octubre. Al momento exacto en el que la Junta de Andalucía hiciera público la radiografía más precisa del olivar español.
Ya lo tenemos. Y trae buenas (y malas) noticias.
Hablemos del aforo. Aunque hasta hace pocos años era algo poco conocido, el aforo de la producción de la aceituna es, casi con toda seguridad, el informe anual más completo del sector agrícola. Se trata de un análisis técnico (con muchísimos datos sobre el terreno y media docena de modelos estadísticos) para montar una estimación lo suficientemente precisa como para organizar una campaña tan compleja (por extensión espacial, brevedad temporal y movilización de recursos) como la del olivar.
Históricamente, las desviaciones medias entre la producción real con la previsión del aforo no suelen superar el diez por ciento. Y esas desviaciones se explican, fundamentalmente, porque los datos finales dependen de la evolución meteorológica (por ejemplo, si hay o no lluvias hasta la recogida).
¿Por qué es importante? Como digo, el aforo es esencial para el sector porque lo necesita de cara a organizar la campaña, pero hay mucho más. Es cierto que solo hablamos del aforo andaluz, pero por el peso de esta comunidad constituye un "muestreo" esencial para orientarse en el mercado internacional del aceite. Lo marca todo: desde los precios de las exportaciones a la gestión de las reservas, pasando, por supuesto, por los movimientos puramente especulativos.
Los datos. Si nos centramos en el olivo de almazara, el aforo andalu marca 550.600 de toneladas. La buena noticia es que es un 7% más que el año pasado. La mala noticia es que es un 46,5% menos que la media de los últimos cinco años.
A efectos prácticos, el resultado es que en las últimas dos campañas hemos sacado más o menos el mismo aceite de oliva que lo que solemos sacar un año normal. Es decir, los datos no son buenos.
Solo a nivel laboral, hablamos de una pérdida de 3 millones de jornales con respecto a la campaña (más normal) de 2021-22. Y como la mayor parte del olivar es de secano, la mayor parte de los productores y trabajadores van a tener problemas para encadenar dos años tan malos.
¿Subirán los precios? Esa es la gran pregunta. En estas circunstancias, un crecimiento del 7% debería traducirse en el fin de la escalada de precios. Pero, incluso aunque obviemos que el enlace del año pasado era mucho mayor que este, no está tan claro.
Primero porque hay expertos que piensa que los aforos están siendo demasiado optimistas. Y segundo porque el sector está al límite. Cuando Deoleo, el mayor comercializador de aceite de oliva del mundo, hizo públicas sus cuentas de lo que llevamos de año explicó que las pérdidas millonarias se debían, esencialmente, a que no habían podido trasladar el crecimiento de los costes al precio final.
Esto tiene sentido, sobre todo, para frenar la sangría de consumidores que están abandonando el aceite de oliva y optando por productos más baratos. El riesgo de destruir para siempre la cultura del aceite de oliva en el país está ahí.
Pero si los productores no ven señales de que la próxima campaña va a ser mejor, frenar la sangría no tiene sentido y desaparecen los incentivos para no trasladar al consumidor todos los costes de producción. Es decir, con un 2024 malo, no es descartable que los precios sigan subiendo.
Un respiro. Pero eso es problema de 2024. Por ahora, lo cierto es que estas estimaciones dan un respiro a los consumidores. Veremos qué pasa cuando vengan las presiones internacionales, pero ahora es un respiro. Que falta nos hace.
Imagen | Norberto Ortiz
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