Aún no nos hemos quitado de encima las consecuencias más persistentes de El Niño y La Niña ya empieza a intuirse en el horizonte. Según el último informe de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EEUU, hay un 70% de posibilidades de que el mundo salga de la fase neutral entre agosto y septiembre.
Es decir, tenemos a La Niña literalmente a la vuelta de la esquina.
Pero ¿qué es eso de La Niña? Tanto El Niño como La Niña forman parte de un fenómeno climático cíclico y algo irregular que suele ocurrir en periodos de entre dos o seis años y tiene efectos enormes en el conjunto del mundo. Solo las estaciones imprimen al planeta a una variabilidad climática mayor que la ENSO, que es como nos solemos referir técnicamente el fenómeno.
Concretamente, La Niña "produce un enfriamiento a gran escala de las aguas de la superficie oceánica en las partes central y oriental del Pacífico ecuatorial". Esto conlleva un buen número de cambios en la circulación atmosférica tropical y afecta a regiones tan grandes del Pacífico que, como si de un gigantesco efecto dominó se tratase, acaba por alterar los vientos, la presión atmosférica y las precipitaciones de todo el mundo.
Esto es importante: no hay que bajar la guardia. Porque, como El Niño tiene un impacto más severo en zonas muy sensibles del planeta (y, al ser todo un calefactor planetario, tiene efectos climáticos indeseados), tendemos a pensar que lo demás es anecdótico. Pero nada de eso, el catálogo de 'teleconexiones' que origina La Niña es enorme.
Se producen sequías en el Cuerno de África y en la parte meridional de América del Sur, por un lado. Por el otro, aumentan las precipitaciones por encima de la media en Asia suroriental y el oeste de Oceanía. En México, suelen disminuir las lluvias en el norte y centro del país, mientras que incrementa las precipitaciones en la vertiente del Pacífico, el sur del Golfo de México y la Península de Yucatán.
Eso sin hablar de huracanes. Porque, si bien El Niño promueve la aparición de huracanes en el Pacífico central y en el este del océano, La Niña los promueve en el Atlántico de dos formas muy concretas: por un lado, reduce la cizalladura vertical y, por el otro, desestabiliza la atmósfera.
En resumen: La Niña facilita que los mecanismos atmosféricos que permiten el surgimiento de las tormentas tropicales funcionen a la perfección. Ese es uno de los motivos por los que la Organización Meteorológica Mundial cree que esta temporada de huracanes va a ser histórica (si el Sahara lo permite).
¿Hay alguna buena noticia? En principio, podríamos decir que sí. La Niña tiende a enfriar las temperaturas medias mundiales y eso, en tiempos de temperaturas récords, es una buena noticia. Pero, en realidad, nadie espera demasiadas novedades.
Como señalaba la Secretaria General Adjunta de la OMM, Ko Barrett, "desde junio de 2023, en cada nuevo mes se ha batido el récord de temperatura, y 2023 fue, de lejos, el año más cálido jamás registrado. El fin del episodio de El Niño no significa una pausa en el cambio climático a largo plazo".
Prepararse para La Niña. Sea como sea, adoptar medidas preventivas ante los efectos más perniciosos de La Niña es más que necesario. La Universidad de Sinaloa ha recogido alguna de las medidas más urgentes. Cosas como establecer sistemas de alerta temprana, limpiar ríos y quebradas, diseñar planes para informar a la comunidad o revisar las infraestructuras de drenaje están en la lista; pero no deja de ser verdad que cada zona del planeta tiene que hacer sus propios análisis y por en marcha sus propias iniciativas.
No hay mucho tiempo y, a diferencia de El Niño (que siempre genera mayor preocupación), no hay grandes anuncios de inversiones para prepararnos. Viene La Niña y, una vez más, buena parte de América Latina está con el pie cambiado.
Imagen | Climate Reanalyzer
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