En 1831 el cielo se oscureció y el Sol se tiñó de azul. Llevábamos años preguntándonos qué volcán era el responsable

Se estima que la erupción redujo en un grado la temperatura global en el verano de 1831

Corte Zavaritskii
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A lo largo de la historia de la humanidad, son muchas las crónicas de grandes erupciones volcánicas, algunas capaces de hundir ciudades enteras bajo las cenizas, otras capaces de causar cambios temporales en el clima de hemisferios enteros.

Lo que ocurrió en verano de 1831 fue más cercano a esto último: la erupción de un volcán enfrió el clima global en aproximadamente 1º Celsius al cubrir el cielo con las emisiones de gases sulfurosos. Los días de verano se volvieron mohínos y haciendo incluso que el color del sol se tornara azulado o verdoso.

Los impactos fueron más allá de lo meteorológico: las cosechas se vieron afectadas por la menor intensidad de la luz solar que llegaba a la superficie. Esto a su vez ha sido relacionado con hambrunas acontecidas en la primera mitad de la década de 1830 en países como India y Japón.

Sabíamos que un volcán era el responsable de este extraño fenómeno atmosférico, pero los registros historiográficos no hablan de ninguna erupción de considerable magnitud durante aquel verano. ¿Cuál fue pues el volcán responsable de este oscuro verano?

Durante décadas, los científicos han tratado de averiguar qué volcán fue responsable de este extraño suceso. En los últimos años, diversos volcanes han sido señalados como posibles responsables, como por ejemplo el Babuyan Claro en las islas Filipinas, o el Ferdinandea, un volcán submarino ubicado a unos 30 km al sur de la costa de Sicilia.

Ahora un equipo internacional de investigadores ha encontrado al probable culpable de la potente erupción de 1831: el volcán Zavaritskii, ubicado en la isla de Simushir, en el archipiélago de las islas Kuriles.

¿Cómo lo descubrieron? El descubrimiento es el resultado del análisis del hielo extraído de los polos. Los núcleos de hielo son muestras cilíndricas que atraviesan diversos estratos de hielo, cada uno asociado a distintos años, eventos o eras. Las cenizas y el humo de las grandes erupciones volcánicas pueden recorrer miles de kilómetros en la atmósfera y, recordemos, esta erupción alcanzó los cielos de Europa.

El equipo logró encontrar diminutos cristales de ceniza en el núcleo de hielo (estamos hablando de fragmentos con un diámetro aproximado equivalente a la décima parte del diámetro del cabello humano) y realizar análisis químicos de estos. Al estudiar estos fragmentos hallados en el hielo, descubrieron que su composición química era la misma que la de los depósitos de ceniza hallados en el propio volcán Zavaritskii.

Momento Eureka

“El momento en el laboratorio en el que analizamos las dos cenizas a la vez, una del volcán y la otra del núcleo de hielo, fue un auténtico momento eureka. No me podía creer que los números fueran idénticos. Tras esto, pasé mucho tiempo rebuscando en la edad y tamaño de la erupción en los registros de Kuril para convencerme a mí mismo de que el vínculo era real”, explicaba en una nota de prensa Will Hutchison, coautor del estudio.

Los detalles del análisis fueron publicados en un artículo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).

Seguimos sin tener la capacidad de predecir con precisión erupciones volcánicas. En el caso de los pequeños volcanes esto es un problema local que afecta, a menudo de manera drástica, a las personas que habitan en sus proximidades; pero en el caso de algunos volcanes, las consecuencias pueden alcanzar al planeta entero aun de forma más leve.

“Hay tantos volcanes como este, lo que resalta cuán difícil será predecir cuándo o dónde ocurra la próxima erupción de gran magnitud”, agregaba Hutchison. “Como científicos y cómo sociedad, tenemos que considerar cómo coordinar una respuesta internacional cuando la próxima gran erupción, como la de 1831, suceda.”

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Imágenes | Oleg Dirksen

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