¿Y si los asteroides procedentes de fuera de nuestro sistema solar que han llegado hasta nosotros (como Oumuamua) fueran objetos creados por alienígenas? Es lo que lleva varios años investigando el científico de Harvard Avi Loeb. En su búsqueda submarina encontró unos extraños objetos que creía podrían probar su teoría.
Un nuevo estudio tiene una respuesta más sencilla.
Algo muy humano. Las pequeñas esferas encontradas hace unos meses por el equipo de investigadores liderado por Avi Loeb probablemente no tuvieran origen alienígena, ni siquiera extraterrestre. Un nuevo estudio sugiere que estos extraños objetos hallados en el fondo del mar podrían ser cenizas de carbón procedentes de la industria.
Las esférulas de la discordia. El 2014 un meteoro alcanzó la atmósfera terrestre. A este fenómeno se lo bautizó como Meteoro Intelestelar 1 (IM1) ya que, a diferencia de los asteroides que suelen llegar a nuestro planeta, este parecía proceder de fuera de nuestro sistema solar.
Tras la llegada de Oumuamua cinco años después, Loeb fue construyendo su hipótesis sobre la procedencia de estos objetos. Éstos serían, según esta, bien naves espaciales bien restos de ellas (chatarra espacial), objetos artificiales creados por civilizaciones extraterrestres.
Oumuamua pasó de largo, pero Loeb puso en marcha una expedición al lugar donde habría caído el meteorito, los restos de IM1. El equipo de exploración de Loeb encontró en ese lugar unas pequeñas esferas ciertamente extrañas. Su análisis inicial parecía sostener su propia hipótesis, pero había importantes dudas.
Contaminación humana. Entre ese grupo de escépticos podía encontrarse la experta en ciencias planetarias Monica Grady, que en un artículo en The Conversation explicaba que era pronto para descartar la posibilidad de que el origen de las esférulas halladas fuera algo tan mundano como la contaminación industrial.
Ahora un estudio del investigador del Instituto Kavli de Física de la Cosmología de la Universidad de Chicago, Patricio Gallardo, parece inclinarse por esta segunda hipótesis. En cuanto al análisis químico de las muestras, el estudio de Gallardo parte de los datos publicados por Loeb, los cuales señalan que las esférulas contienen cantidades relativamente altas de tres elementos: berilio, lantano y uranio.
La composición de estos objetos es ciertamente inusual para un meteorito y si su procedencia fuera espacial, la posibilidad de que procedieran de fuera de nuestro sistema solar sería alto. El problema es evidente: nadie ha demostrado la procedencia espacial de estos objetos.
Una aguja en un pajar. Cuando Loeb y su proyecto Galileo partieron en busca de los restos de IM1 se valieron de los cálculos realizados a partir de las observaciones del bólido dejado atrás por el objeto. Estos cálculos señalaban un área circular con 48 kilómetros de radio en los que buscar el meteorito.
Suponiendo que algo de este meteoro sobreviviera a la entrada en la atmósfera. Las esférulas halladas por el equipo, que rebuscó en el lecho marino 10 años después de la llegada del meteoro, tenían apenas unos milímetros de radio.
El navajazo de Ockham. La composición de las esférulas no coincide con la de los meteoros que suelen llegar a nuestro planeta, pero sí es consistente con la contaminación contaminantes presentes en las cenizas generadas en la combustión del carbón. Gallardo señala en un artículo, publicado en la revista Research Notes of the American Astronomical Society que este hecho parece favorecer la hipótesis de que el origen de estas esferas está en nuestro propio planeta.
La Navaja de Ockham es la idea de que la respuesta más sencilla tiende a ser la correcta. Que estas esférulas sean producto de la contaminación industrial parece una hipótesis más plausible que la de que sean producto de naves extraterrestres. En cualquier caso nuevos análisis serán necesarios para confirmar una u otra hipótesis.
Una cronología de los objetos interestelares. Hasta ahora tenemos constancia de cuatro asteroides llegados al sistema solar interior procedentes del medio interestelar y cabe aclarar que la cronología de la observación no coincide con la cronología en la que se identificaron como objetos interestelares.
Por ejemplo, el primer objeto que se identificó como tal fue el asteroide Oumuamua, que en 2017 pasó por las inmediaciones de nuestro planeta. Fue el primer objeto identificado como interestelar, pero no el primero en llegar: en 2014 y en 2017 dos meteoros llegaron a nuestra atmósfera.
Los científicos tardarían varios años en analizar su trayectoria en base a los datos compilados analizando sus entradas en la atmósfera, pero acabaron siendo catalogados (no sin ciertas dudas) como meteoros interestelares, IM1 e IM2. El último de estos objetos en alcanzar nuestro entorno fue el asteroide Borisov, ya en 2019.
Imagen | ALMA (ESO/NAOJ/NRAO) / ESO/M. Kornmesser
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