En la década de 1950, con la Guerra Fría en todo su esplendor, Estados Unidos temía que sus enemigos soviéticos acabara con sus métodos de comunicación a larga distancia. Dependiendo esencialmente de los cables submarinos y de la ionosfera de la Tierra, decidieron encontrar alternativas para tener más control sobre las comunicaciones. Una de esas ideas fue Project West Ford, la idea de poner millones de agujas en la órbita terrestre.
Por aquel entonces no teníamos aún satélites, llegaron más tarde y Rusia los lanzaba hasta a mano, pero los ingenieros sí que sabían cómo utilizar el espacio para comunicarse. Mediante el sistema de ondas sobre el horizonte ya en la década de 1950 se transmitían ondas de radio para comunicaciones a larga distancia. Este sistema consisten esencialmente ene enviar ondas a la atmósfera y que esta actúe como espejo para reflejar las ondas de vuelta a otro punto de la Tierra gracias a los átomos ionizados de la atmósfera.
¿El problema? No funciona siempre debido a que la cantidad de átomos ionizados se ve afectada por la hora del día, la actividad del Sol o la época del año. Así que… ¿por qué no hacer una ionosfera propia? Un anillo reflectante enorme que de la vuelta a toda la Tierra. Un anillo que trató de hacerse realidad mediante el proyecto West Ford.
480 millones de agujas al espacio
En mayo de 1993, después de un primer intento fallido, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos pusieron en el espacio 480 millones de pequeñas agujas de cobre. Aunque parezca una hazaña, en realidad es más fácil de lo que parece colocar tantas agujas en el espacio. Los ingenieros las metieron todas un un gel de naftalina, que se evapora fácilmente en el espacio y deja las agujas sueltas.
El paquete de gel de naftalina con las agujas apenas pesaba 20 kilogramos. Las agujas eran extremadamente pequeñas, de apenas 1,8 centímetros de largo y 0,0018 cm de diámetro, con un peso de 40 microgramos cada una. Fueron diseñados para ser exactamente la mitad de la longitud de onda de las microondas de 8000 MHz. De este modo crearían fuertes reflejos cuando las microondas golpearan las agujas, convirtiéndolas en pequeñas antenas repitiendo en todas las direcciones exactamente la misma señal que reciben.
¿Funcionó? Más o menos. Las agujas rápidamente se desplegaron por toda su órbita en un periodo de dos meses. La nube de agujas tenía un espesor de 30 kilómetros y una anchura de 15 kilómetros, dando la vuelta al globo a una altitud de 3.700 kilómetros.
Con el “espejo” en órbita, los ingenieros decidieron probar el invento. El 14 de mayo, apenas cuatro días después del lanzamiento, se hizo una primera prueba para ver su efectividad. Utilizando dos antenas de microondas de 18,5 metros, los ingenieros de Project West Ford lograron enviar transmisiones de voz entre Camp Parks, California y Millstone Hill, Massachusetts. La conversación en todo caso se describió como “inteligible”.
A medida que pasaba el tiempo las agujas se separaban más y más entre ellas, haciendo que las conexiones también empeoraran y redujeran su velocidad. Para el 2 de julio los ingenieros decidieron poner fin al experimento, las agujas estaban ya a unos 400 metros la una de la otra.
¿Qué pasó con las agujas? El proyecto fue diseñado de tal manera que las agujas acabaran volviendo a la Tierra después de unos meses debido a la atracción gravitacional. Si las teorías científicas no fallan, las agujas han debido caer en los polos de la Tierra con hasta cinco agujas por kilómetro cuadrado. Debido a su minúsculo tamaño son inofensivas. No obstante, también hay evidencia de que muchas se quedaron y van a quedarse por unas décadas más en el espacio ya que algunos trozos del gel de naftalina no se evaporaron correctamente.
Vía | WIRED
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