No sabemos si fue a causa de una caída, el mordisco o un corte que acabó complicándose, pero hace alrededor de 31.000 años, en el Pleistoceno tardío, uno de los niños que vivía en lo que hoy conocemos como la isla indonesia de Borneo sufrió el que probablemente fue el peor trago de su corta existencia: un problema tan grave en una pierna que tuvieron que amputarle el pie.
El trance debió de ser increíblemente duro, pero contra todo pronóstico salió bien. El niño vivó aún unos ocho años más, los suficientes para que la incisión sanase y él llegase a cumplir los 19 o 20.
Hasta ahora una escena así hubiese sonado casi a ciencia ficción a cualquier arqueólogo o médico. ¿Una amputación quirúrgica hace 31.000 años? ¿Y con éxito, además? ¿Cómo, si la intervención de ese tipo más antigua conocida es muy posterior, de varias decenas de miles de años después? ¿De qué manera se las habría apañado el cirujano para la operación? ¿Y cómo iba a sobrevivir el paciente en semejantes circunstancias, sin desangrarse o sufrir una grave infección?
Eso, claro, era hasta ahora.
Un grupo de investigadores australianos e indonesios ha descubierto en la remota cueva de Liang Tebo, una formación de roca caliza situada en la selva tropical Sangkulirang-Mangkalihat, un tesoro único: un esqueleto de 31.000 años al que le falta el pie izquierdo, parte de la tibia y el peroné.
Unos huesos con mucha historia
El descubrimiento se hizo hace ya algunos años, en 2000, pero ha sido ahora cuando el equipo ha publicado un artículo revisado por pares en Nature que lo señala como la amputación más antigua de la que tenemos constancia. Tan sorprendente es que, en cierto modo, reescribe los capítulos iniciales de la historia de la medicina y nos obliga a ampliar unos cuantos milenios la crónica quirúrgica.
Hasta ahora la “operación” de calado más antigua de la que teníamos constancia databa de hace 7.000 años, período en el que se fechan los huesos de un agricultor del neolítico europeo localizados en Buthiers-Boulancourt, al norte de Francia. Al igual que ocurre con el esqueleto de Borneo, el galo está cercenado: le falta el antebrazo izquierdo, amputado más o menos por encima del codo.
En su día aquel hallazgo fue una noticia de alcance.
Hoy parece quedarse corta.
El descubrimiento de Borneo nos obliga a adelantar la crónica de los procedimientos médicos complejos varias decenas de milenios. Al examinar los restos, localizados a 1,5 m de profundidad, los expertos han comprobado “señales características” que indican que la herida ya estaba cicatrizada. No es un dato menor. Los vestigios nos demuestran que el joven paciente sobrevivió más de un lustro a la operación antes de morir con cerca de 20 años y acabar enterrado en Liang Tebo.
“Sobrevivió con la movilidad alterada y vivió entre seis y nueve años más”, explica Timoty Maloney, de la Universidad de Griffith. En las mismas montañas, recuerda, se localizaron pinturas rupestres de 40.000 años, lo que revela también “una de las comunidades artísticas más antiguas conocidas”.
El otro gran dato lo deja el hueso cercenado, con marcas “no compatibles” con otras explicaciones, como el azar, un ataque o un accidente. Los expertos han apreciado “un corte oblicuo limpio”, no las “fracturas trituradas y aplastadas” que podrían esperarse por ejemplo de la pelea con una fiera.
La idea de que al joven de Borneo le amputaran parte de su pierna izquierda hace alrededor de 31.000 años resulta fascinante, pero abre casi más preguntas de las que cierra.
Hasta ahora —detallan los investigadores— los científicos creían que el surgimiento de sociedades agrícolas asentadas hace 10.000 años, durante la Revolución Neolítica, llevó a que las comunidades se encontrasen con una serie de problemas de salud desconocidos y que acabaron estimulando “las primeras innovaciones importantes en las prácticas médicas prehistóricas”. Fruto de ese desarrollo sería por ejemplo la amputación documentada en Francia hace alrededor de 7.000 años.
El hallazgo de Indonesia obliga a replantearse ese relato histórico.
“El descubrimiento de un amputado de hace 31.000 años en Borneo presenta importantes implicaciones para nuestra comprensión de la historia de la medicina”, reflexiona Maloney. Quien se encargó de la operación debía manejar por ejemplo conocimientos avanzados para su época, desde ser consciente de la importancia de la amputación para salvar la vida del paciente a la distribución de venas, músculos y nervios en la pierna. Solo así se explica que no se desangrara tras el corte.
Los huesos tampoco presentan signos graves de infección, otro dato fascinante, sobre todo teniendo en cuenta el clima cálido y húmedo en el que debió realizarse. La explicación: que al cuidar del pequeño tras la operación se recurriese a plantas con propiedades medicinales.
Las derivas del descubrimiento podrían ir incluso más allá.
Ya hay quien ve en él una evidencia histórica de que hace 31.000 años existía la figura del médico o una muestra sorprendente de “empatía” en plena Edad de Piedra. Al fin y al cabo, recuerdan, si el joven sobrevivió durante y tras la amputación fue gracias a los cuidados de su entorno.
Imágenes | Joel Abroad (Flickr) y Nature
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