Los primeros homo sapiens aparecieron hace unos 300.000 años en el cálido clima africano. Nuestros antepasados tardaron cerca de 200.000 años en abandonar el continente, pero una vez lo hicieron comenzaron a asentarse en climas más fríos, primero en el este de Asia y después, tras cruzar el paso de Bering, en Norteamérica. Se estima que los inuit y las culturas que los precedieron llevan unos 4.000 años habitando los paisajes extremos del círculo polar ártico.
Pero el ser humano ni estaba adaptado ni lo está ahora para sobrevivir a decenas de grados bajo cero, por lo que los primeros grupos que se asentaron en estos territorios tuvieron que ingeniárselas para sobrevivir. Las estrategias fueron adaptándose y mejorando de generación en generación y de cultura en cultura hasta llegar a las sociedades inuit que desde hace unos mil años habitan las regiones polares de Norteamérica. Pese a ser estrategias basadas en el conocimiento ancestral, tienen una explicación científica.
El iglú es probablemente el rasgo cultural más distintivo de las sociedades inuit. Y un factor que lo hace tan popular es lo contraintuitivo que resulta: protegerse del frío con hielos. Y sin embargo funciona. El motivo es que los iglús no están hechos con hielo propiamente dicho, sino con nieve compactada. La diferencia es clave puesto que el hielo es un sólido creado a partir de moléculas entrelazadas de agua.
La nieve compactada en cambio no está unida a tal nivel y por ello cuenta en su interior con pequeñas bolsas de aire (hay más aire que agua en estos bloques). Esto hace que el hielo sea un buen conductor del calor mientras que la nieve compactada no.
Pero eso no es todo. Los iglús son construidos con varios niveles escalonados. En el nivel superior las personas pueden situarse alrededor de un fuego en un escalón intermedio. Un tercer nivel funciona como sumidero. Así, los iglús permiten que el fuego caliente el aire. Este aire caliente asciende manteniendo las partes altas del iglú a mayor temperatura (normalmente en las temperaturas bajas del rango entre 0 y 15 grados), mientras que el aire frío se acumula en la parte baja.
Los iglús nunca han sido residencias permanentes y hoy en día su utilización se limita a su uso por cazadores y en casos de necesidad extrema (siendo las casas “convencionales” son residencia habitual en las comunidades inuit). Tradicionalmente los iglús eran utilizados en los meses más fríos del año tanto por familias como por cazadores. En verano los hogares inuit eran más semejantes a tiendas de campaña, llamadas tupiq. Estas estructuras estaban revestidas de piel de foca o de caribú.
La ropa.
No tan popular como los iglús, la ropa inuit es también clave para su supervivencia en algunas de las regiones más frías del planeta. Hay dos aspectos fundamentales a la hora de considerar la capacidad de la ropa para protegernos del frío. La primera es su capacidad para aislarnos del frío exterior, la segunda su capacidad para controlar la humedad, es decir, su capacidad de mantenernos secos frente a la humedad de nuestro propio cuerpo y la externa.
A la hora de aislar térmicamente la ropa inuit se basa en un principio semejante al de los iglús: generar bolsas de aire que funcionen como aislante térmico. Para lograrlo, estas vestimentas se basan en utilizar una doble capa de material (en este caso piel de caribú). La capa del interior mantiene el pelaje del animal hacia adentro, mientras que la capa exterior deja el pelo del animal hacia afuera.
Así el conjunto genera una capa de aire entre las dos capas de piel que funciona como aislante. Esto se combina con las pequeñas bolsas de aire que se crean entre los pelos del animal y en el interior de los mismos y que ofrecen aislamiento adicional. Todo esto manteniendo la circulación interna del aire y la porosidad suficiente para mantener la humedad bajo control. Las prendas más susceptibles a mojarse (como el calzado) utilizan pieles de foca, más impermeable que la de caribú.
Iglús y ropa son los dos factores clave para la supervivencia de los inuit en las extremas condiciones árticas. Sin embargo hay otros posibles factores que pueden también tener efecto, como la propia adaptación por costumbre o una dieta rica en grasas animales. En cualquier caso, las técnicas inuit son un buen recordatorio de cómo la ciencia a veces no depende tanto de la tecnología como podríamos creer, y que aún existen soluciones low-tech sin parangón en el mundo moderno.
Imagen | Ansgar Walk, CC BY 2.5
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