Le ha salido que ni pintada la campaña de apoyo de estreno a los responsables de La mano invisible. En el mismo puente que se lanzaba a salas españolas la película del director novel David Macián (y basada en un libro de Isaac Rosa), el mismísimo 1 de mayo, una celebridad del mundo de la gastronomía no sólo reconocía que los restaurantes con estrellas Michelín tenían sus cocinas llenas de becarios sustituyendo a personal laboral en pleno derecho, sino que decía que para esos novatos, aquella experiencia era un privilegio, en absoluto una explotación.
Aunque, si somos justos, es cierto que las polémicas por la continua tensión laboral son más antiguas que el propio cine. Declaraciones de actores aparte, la clase obrera y todo lo que rodea sus dificultades ha encontrado hueco en las filmografías de miles de directores de nacionalidades de todo signo, desde la rusa soviética de principios de siglo pasando por el neorrealismo italiano y acabando en los blockbusters hollywoodienses actuales.
Buena parte de la crítica ha quedado entusiasmada por la película de Macián, pero de sus palabras se deduce que, más que por la calidad de su historia, el gran acierto de este título es su capacidad para definir “el demonio laboral que nos aplasta”, el miserable clima de empleos basura en los que los candidatos se ven obligados a imaginar que alcanzar el puesto les ayudaría a un nivel casi espiritual, en lugar de ser la vía para conseguir un sustento, que es lo que en el fondo todos pensamos que es.
La selección de películas con la que puedes acompañar el visionado de La mano invisible es multiforme, algo desquiciado incluso, pero hemos intentado buscar distintos prismas desde los que ver esta problemática. Y todas ellas nos pueden hacer pensar sobre este tema, aunque desde puntos de vista muy distintos. Esperamos que te gusten.
Tiempos Modernos (Charles Chaplin, 1936)
Una de las críticas sociales más importante de la historia del cine, Charlot (el personaje recurrente de Chaplin) vuelve a representar en sus carnes a una víctima de un mundo que ha olvidado su humanidad. La Gran Depresión, las industrias que resistían sus envites, exprimieron a los hombres que no eran más que otra pieza del engranaje. La pantomima, la comedia hecha sobre el absurdo de ese orden social, un gesto subversivo del mago del cine mudo para hacerle justicia en pantalla a todos los millones de personas que estaban silenciados.
Las uvas de la ira (John Ford, 1940)
El manifiesto político en forma de novela que escribió John Steinbeck le sirve a John Ford para filmar una de las películas más conmovedoras de la historia del cine. La humildad, la imperfección y honradez de sus personajes nos va doliendo más y más en cada uno de sus choques contra la Norteamérica posterior al Crack del 29 que desmanteló la vida de cientos de millones de agricultores estadounidenses.
Además de una muestra del poder de represión que ejercen las empresas sobre los sujetos y del compadreo que siempre se han traído los empresarios con los estamentos policiales del Estado, en Las uvas de la ira lo que más nos impacta son los momentos en los que los muertos de hambre son capaces de demostrar su propia agencia. De dejar de comer, de decir no a la miseria aunque eso suponga la muerte. De resistir, en resumidas cuentas.
El ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica, 1950)
Una de las películas esenciales del neorrealismo italiano, con un argumento que de puro simple se hace inexcusablemente honesta. En la durísima posguerra que vivió el país descubrimos cómo estaba maximizado otro de los procesos más dolorosos del trabajador precario: hasta para trabajar tienes que tener cierto poder adquisitivo. Si la compra de una bicicleta para poder trabajar es todo un sacrificio para las familias pobres, que por un descuido te la acaben robando es la gota que colma el vaso y que nos hace bajar todas las escalas morales entre los que se han desesperado.
On the bowery (Lionel Rogosin, 1957)
Aunque en su momento fue muy importante, hoy en día este filme etnográfico ha caído en cierto olvido. Por eso es también esta cinta distinta al resto, porque se trata de un documental que hibrida un mínimo guión con unos hombres marginados reales que se comportan libremente, simulando su día a día. Mientras el impacto de las otras películas es directo a través de una narración ficcionada, aquí sólo vemos las consecuencias de ese orden desalmado en las personas de carne y hueso (sobre todo en los rostros): unos vagabundos alcohólicos del lower east side. Si ya no tienes esperanza por mejorar, por llevar una vida normal, acabarás bebiéndote tu último centavo.
El empleo (Ermanno Olmi, 1961)
Cuanto más difícil se hace tener una vida estable más se desnuda la falacia de la conciliación laboral: si la ley de oferta y demanda laboral está del lado de los empresarios, el resto de facetas de tu vida va a pasar a un segundo plano, también el amor.
Un joven italiano de provincias representa en su figura a toda una generación de jóvenes a los que les tocó sobrevivir en el país que inicia la modernización, y pese a su empeño por conquista a una oficinista de la que se ha quedado prendado, la empresa va prometiéndole salir del inestable puesto de becario-conserje para convertirse en un empleado más. Su comportamiento ante los superiores y los planos de su rostro encierran en la película todo lo que nosotros callamos.
El padrino I, II y III (Francis Ford Coppola, 1972-1990)
Porque todo el cine de mafia es en realidad, en parte, cine sobre el capitalismo en su vertiente más salvajemente liberal. Volver a ver esta trilogía de Coppola fijándonos en las relaciones laborales entre sus protagonistas le dará una nueva capa más de excelencia a un clásico que no necesita de presentaciones.
Los santos inocentes (1984, Mario Camus)
No por nada “milana bonita” se ha convertido en el concepto recurrente de miles de personas cuando discuten con otros trabajadores que, aún hoy, defienden a sus superiores que les explotan. Es todo un clásico del cine español (y la película más mencionada por casi cualquier político patrio) y un importante hito cultural nacional, también por su condición de adaptación de una novela de Miguel Delibes.
Paco, Régula y el resto de campesinos a las órdenes del señor del cortijo encarnaban, gracias a las extraordinarias actuaciones de los actores de la película, la miseria existencial a la que se sometía a los perdedores del franquismo, así como todos los mecanismos psicológicos por los que ese orden de amos y esclavos se mantenía inquebrantable hasta hace no mucho (y que aún hoy permanece como remanente subliminal en algunas situaciones de nuestro día a día).
Showgirls (Paul Verhoeven, 1995)
Aunque renegase después de su autoría, el director Paul Verhoeven logró impactar a millones de espectadores con su visión extrema del competitivo mundo de las bailarinas eróticas de Las Vegas.
Lo que no tantos espectadores vieron en ello es una cumbre subversiva y altamente paródica (y con cierto punto de vista femenino muy interesante) de las luchas de poder en el panorama laboral del momento. De ser esa pieza del organigrama empresarial insustituible, de no quedar relegado al coro y de cómo maniobran los que, desde bambalinas, deciden todo eso. Y envuelto en el epítome visual de la estética hollywoodiense noventera: puro lujo hortera.
El empleo del tiempo (Laurent Cantet, 2001)
Laurent Cantent, a quien le ha interesado mucho el tema del trabajo, se vale de una historia real que apareció en los periódicos franceses de la época para reconstruir ese caso a su manera. Y es que, ¿quién no ha pensado nunca en simplemente dejar de trabajar e intentar continuar con tu vida como si nada?
Un ejecutivo de clase media-alta es fulminantemente despedido y es incapaz de afrontar la nueva realidad, pero eso tiene un efecto secundario: miente a su familia, les oculta su despido e imposta cada día su marcha al trabajo. Un tren descarrilado que no puede llegar a buen puerto. El filme, además, toma la forma de thriller, pero era una elección lógica: condenar a tu familia a la pobreza es el más terrorífico de los escenarios.
El método (Marcelo Piñeyro, 2005)
La fábula más literalmente hobbesiana de todas las anteriores, El método se trata más de una simulación psicológica de la lucha por el puesto de trabajo que de una película en sí misma, pero cada nuevo reto, cada genuflexión de los protagonistas ante la siguiente bajada de la barra del limbo del proceso de selección de la empresa moderna, vamos viendo todo lo despiadada que puede llegar a ser la desesperación.
Tokyo Sonata (Kiyoshi Kurosawa, 2008)
La premisa de partida esta película de Kurosawa (el joven, no el Viejo) es idéntica a la de El empleo del tiempo, lo que cambia es la diferencia que se le da culturalmente al trabajo en Europa frente a Japón. En el país oriental, que el patriarca pierda su trabajo es mucho más que la consecuencia del cada día más voluble mundo laboral, es un motivo de deshonra que casi pide el sacrificio vital de esa persona.
Frente a la película de Cantet, Kurosawa se preocupa además de explicar esas otras vidas, la de la esposa y el hijo, que también giran en torno al trabajo del “salarymen”. Y por tanto, que todas sus vidas, sus anhelos o expectativas, giran en torno a un falso andamiaje que, en cuanto se empieza a disolver, descoloca a unos civiles que no han sido preparados para ese desconcertante nuevo escenario y desata las emociones más incendiarias y genuinas en todos ellos.
Up in the air (Jason Reitman, 2009)
Puede que sea la cinta más floja de toda la selección, pero Up in the air retrata algo tan retorcido pero capitalista al mismo tiempo: George Clooney trabaja viajando por el mundo despidiendo a los empleados de otras empresas, pero Anna Kendrick, su jovencísima nueva compañera, es la sangre fresca que añadirá a su ámbito laboral la idea de que no hacen falta andar cogiendo aviones: basta con una videollamada para despedir a la gente. Es decir, que a Clooney y su modo de trabajo le quedan dos telediarios.
Cuando las empresas pierden el pudor siquiera de pasar por el proceso de decirle a un empleado que está despedido, cuando se externaliza el protocolo de la renuncia a un recurso humano (y se crean nuevos profesionales para eso mismo) se instala la inseguridad laboral más absoluta en la psique del trabajador, incluso de los que se encargan de hacer esto último. Una paradoja absoluta.
Dos días una noche (Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, 2014)
Esta película de los hermanos Dardenne tiene apenas un par de años. Y se nota. Es un drama social que trata de cómo una mujer a la que han despedido tendrá que convencer en menos de 48 horas a sus otros compañeros de que voten por mantenerla en la empresa a cambio de que todos, colectivamente, renuncien a un bonus de 100 euros mensuales cada uno.
Es, simple y llanamente, la historia de cómo el entorno europeo actual nos hace repartir la pobreza o responsabilizarnos de la desgracia ajena, de si quieres llevar a la ruina a esa persona con la que has trabajado codo con codo. La culpa jamás es de la empresa, sino que “así son las cosas” y a ti te toca enfrentarte al dilema moral.