Una versión anterior de este artículo fue publicada en 2016.
Imagina que te entregan un mapa político de Europa en blanco. Tienes la oportunidad de ordenarlo a tu gusto. ¿Por dónde empezarías?
Quizá tuvieras la tentación de dividir a los estados en función de sus lógicas coordenadas geográficas. La península ibérica quedaría unificada en un sólo estado. La itálica, también. ¿Qué hacemos con las dos islas británicas? Dos estados. Las grandes llanuras, desde París hasta Varsovia, tendrían sentido en comunidad. Los valles del Loira y del Garona también. Quizá los Cárpatos formarían una sola unidad.
Las posibilidades son infinitas, pero hay una que puede tener sentido real. Una Unión Europea ordenada en torno a estados con la misma población. 27 naciones que, millar arriba millar abajo, cuentan con idéntico volumen de ciudadanos: entre 18 y 19 millones de habitantes.
¿Una idea absurda? Puede que no tanto. El autor del mapa es Alasdair Gunn, y publicó un interesante artículo contando su experimento. Dado que uno de los principales problemas de la Unión es el desigual peso político y económico de sus estados miembros, Gunn justifica la creación de una mancomunidad internacional de estados de igual población. El balance de poderes sería más equilibrado y, quizá, permitiría establecer acuerdos y alianzas comunes igualando demografía y división territorial.
Como señala con acierto, Estados Unidos soluciona este problema (en cursiva porque en realidad no lo soluciona) dividiendo sus órganos representativos en Congreso (por población) y Senado (por territorio). Una Unión Europea unicameral con 27 estados con la misma población ajustaría mejor la representatividad de sus ciudadanos.
El marco teórico puede tener sentido. Equilibraría la competencia entre estados. Al fin y al cabo, la población es un elemento clave para generar más riqueza o para tener mayor poder económico o capital político. Pero más allá del armazón narrativo que acompaña al mapa, al margen de sus posibilidades reales, lo interesante es el dibujo que se traza. Antes que hacerlo de forma aleatoria, Gunn tiene presente la historia.
Pensemos en la península ibérica, por ejemplo. De repente, aparecen cuatro estados. Finisterre, Castilla-Andalucía, Vasconia y la Costa Baleárica. En Finisterre se juntarían Galicia y Portugal, con continuidad geográfica y lingüística, y añadiría el antiguo Reino de León en su máxima expansión, que comparte similitudes demográficas y, en algunos lugares, lengua. Castilla-Andalucía sumaría el peso económico y demográfico de Andalucía y Madrid.
Vasconia se asimilaría, por otro lado, a algo parecido al territorio ancestral de los vascones, ocupando el corredor del Ebro y la cornisa cantábrica, y extendiéndose más allá de los Pirineos por la Aquitania actual. La Costa Baleárica se parecería mucho a los Països Catalans, añadiendo la Costa Azul. En España, esto limitaría, por ejemplo, los evidentes problemas de reparto demográfico entre comunidades autónomas. Hace poco supimos de una suerte de Pacto de Visegrado entre las comunidades más despobladas. Y en Strambotic hacían un ejercicio similar cambiando a las provincias de sitio para tener un mapa más equilibrado.
En Europa los estados tampoco son aleatorios. Báltica, por ejemplo, suma a Suecia, Finlandia y los países bálticos, estrechamente unidos históricamente. Ródano-Piamonte se parece mucho a la Borgoña dinástica. Baviera siempre fue un reino propio; las tierras del Rin alemán tienen continuidad económica y cultural desde hace siglos; la cuenca del Ruhr y Westfalia son un motor económico unificado y Sajonia y Prusia son otras entidades dinásticas alemanas con trazabilidad histórica.
Surgiría una federación de naciones celta en las cornisas atlánticas de Francia y Gran Bretaña e Inglaterra, muy populosa e industriosa, pondría sentido a la eterna división norte-sur (sumando el Lancashire y Yorkshire a Escocia).
En Europa del Este, las tierras del Danubio quedarían unificadas siguiendo el corazón del Imperio Austro-Húngaro; Chequia y parte de Eslovaquia quedarían adosadas a la industrial y siempre disputada Silesia; Polonia se reorganizaría en torno al río Vístula y la parte más oriental de la Unión Europea se convertiría en el estado de los Cárpatos, tomando partes de Eslovaquia, Rumanía y Hungría. Grecia quedaría más o menos igual y la Rumanía y Bulgaria más llanas formarían un estado único.
El juego, como decimos, es divertidísimo, y se puede hacer con todo el mundo.