Ahora es Bitcoin, pero en el pasado fueron las acciones puntocom, el crac del 29, los ferrocarriles del siglo XIX y la Compañía del Mar del Sur en 1720. A todas estas burbujas se las comparó en su momento con el "boom de los tulipanes", la locura financiera por los bulbos de tulipanes en la década de 1630. Según algunos escépticos, Bitcoin es la "tulipomanía 2.0".
¿Por qué existe esta fijación con la crisis de los tulipanes? No hay duda de que se trata de una historia apasionante que se ha convertido en un sinónimo de la locura en los mercados. Una y otra vez se vuelven a repetir los mismos aspectos de la burbuja, ya sea en Twitter o en libros de economía de divulgación de expertos como John Kenneth Galbraith.
La historia cuenta que tulipomanía fue algo irracional y todo un frenesí que involucró a todo el país, desde deshollinadores a aristócratas. Se comerciaba con un mismo bulbo de tulipán (o, mejor dicho, futuro tulipán) hasta 10 veces al día. A nadie le interesaban los bulbos de las flores, solo los beneficios: todo un fenómeno de avaricia pura. Los tulipanes se vendían a precios desorbitados (similares a lo que costaba una casa) y hay quien ganó y perdió fortunas.
Fue la ingenuidad de los novatos en el mercado lo que provocó el crac en febrero de 1637 y la gente en bancarrota se tiraba desesperada a los canales, haciendo que el gobierno tuviera que intervenir para acabar con la especulación, pero la economía del país ya estaba arruinada. Pues sí, la historia es apasionante. El problema esté en que la mayor parte de la historia no es cierta.
Apuesta por el tulipán, el lujo del XVII
Si algo aprendí durante los años que pasé documentándome en los archivos holandeses mientras trabajaba en el libro Tulipomania: Dinero, Honor y Sabiduría en la Edad de Oro Holandesa es que la historia fue algo diferente, aunque igual de interesante.
La tulipomanía no fue algo irracional y los tulipanes eran un producto de lujo relativamente novedoso en un país cuya riqueza y redes comerciales se estaban expandiendo a un ritmo frenético. Cada vez había más gente que podía permitirse lujos y los tulipanes eran bonitos, exóticos y representaban el buen gusto y la buena educación entre los miembros más cultos de la clase mercante. Muchas de las personas que compraban tulipanes también adquirían cuadros o coleccionaban rarezas como, por ejemplo, conchas.
Los precios subieron porque era difícil cultivar tulipanes y que florecieran en la manera más popular o con los pétalos moteados. Sin embargo, no era irracional pagar un precio tan alto por algo que era considerado generalmente de valor y por lo que otra persona estaba dispuesta a pagar aún más dinero.
La crisis de los tulipanes tampoco fue frenética. De hecho, la mayor parte del tiempo la compraventa fue bastante calmada y se llevaba a cabo en las tabernas y en los barrios, y no en el mercado bursátil. También fue bastante organizada y se establecieron varias empresas en las ciudades para cultivar, comprar y vender. También surgieron varios comités de expertos para supervisar su comercio. Entre todos los documentos examinados, no encontré ningún bulbo que hubiera cambiado de manos cientos de veces, de hecho, nunca me encontré con una cadena de más de cinco compradores y muchas veces eran más cortas.
¿Y qué hay del famoso efecto de la plaga en la tulipomanía que supuestamente provocó que la gente que no tenía nada arriesgase todo lo que tenía? De nuevo, parece que no ocurrió nada así. A pesar de que hubo una epidemia durante 1636, los precios más altos tuvieron lugar en enero de 1637 cuando la plaga (una enfermedad normalmente de verano) estaba en decadencia. Quizás hubo gente que había heredado dinero y que tenía algunos dineros extra que gastar en bulbos de tulipanes.
Los precios podían ser altos, pero la mayoría no lo eran. Aunque es cierto que los tulipanes más caros podían costar alrededor de 5.000 florines (el precio de una casa bien equipada) solo conseguí identificar a 37 individuos que se hubieran gastado más de 300 florines en bulbos, el equivalente al salario anual de un maestro artesano. Muchos de los tulipanes eran mucho más baratos, con la excepción de un par de casos donde los compradores procedían de la clase mercante adinerada y podían permitirse los bulbos.
A pesar de lo que se piensa, no eran todos, sino muy pocos los deshollinadores o tejedores que comerciaron con tulipanes y los pocos que lo hacían procedían de las clases de mercantes y artesanos de alta estima. La mayoría de los compradores y vendedores estaban conectados entre sí por las familias, la religión o la vecindad, de ahí que mayoría de los vendedores vendía a gente de su entorno.
Un crac controlado y poco doloroso
La burbuja no estalló porque entrara gente ingenua y malinformada en el mercado de los tulipanes, sino más bien por temores de un exceso en la oferta y la insostenibilidad del aumento de los precios durante las primeras cinco semanas de 1637.
De hecho, ninguno de los bulbos estaba disponible (todos estaban sembrados bajo tierra) y no se podía intercambiar dinero hasta que se pudieran intercambiar los bulbos en mayo o junio. De ahí que aquellos que perdieron dinero durante el crac de febrero solo lo hicieron de forma teórica: probablemente no cobrarían el dinero en el futuro. Cualquier persona que hubiera comprado y vendido un tulipán en papel desde verano de 1636 no había perdido nada. Solamente aquellos que esperaban por su pago estaban en problemas y se trataba de gente que podía soportar las pérdidas.
Ninguna persona murió ahogada los canales y no encontré ningún caso de bancarrota durante estos años que pudiera estar vinculado a alguien que hubiera comerciado durante el fatal boom financiero de la tulipomanía. Si los compradores y vendedores de tulipanes aparecían en los registros de insolvencia, era porque habían comprado inmuebles o bienes o se trataba gente que había caído en bancarrota por algún otro motivo: todavía tenían suficiente dinero como para seguir gastándoselo.
El "gobierno" (un término no muy idóneo para la república federal holandesa) no puso fin al comercio, aunque sí que reaccionó de forma lenta y dubitativa a las peticiones de algunos comerciantes y consejeros de las ciudades para resolver las disputas. La corte provincial de Holanda sugirió que la gente se encargara de sus problemas y que intentara alejarse de los juzgados: nada de regulación por parte del gobierno en este caso.
¿Por qué persisten estos mitos? Podemos echarle la culpa a algunos autores y al hecho de que eran _bestsellers_. En 1637, después de que estallara la burbuja, llegó la tradición holandesa de las canciones satíricas y se vendieron panfletos que se burlaban de los comerciantes. Los escritores del siglo XVII retomarían estas historias y posteriormente un escritor alemán tuvo mucho éxito con sus historias y fueron traducidas al inglés a finales del siglo XVIII.
A su vez, el libro fue copiado por el escritor Charles Mackay en su Delirios populares extraordinarios y la locura de masas publicado en 1841 y tuvo un éxito muy grande e inmerecido. La mayor parte de lo que Mackay cuenta sobre la tulipomanía procede de las canciones satíricas de 1637 y ahora se repite constantemente en páginas webs financieras, blogs, Twitter y libros famosos sobre finanzas como Un paseo aleatorio por Wall Street. Sin embargo, lo que estamos leyendo son los temores de la gente del siglo XVII sobre un hecho que ocurrió en el siglo XVII.
No se trata de que los nuevos inversores provocaran el crac del mercado de los tulipanes o de que la estupidez y la codicia se apoderara de los que comerciaban con tulipanes. Pero todo esto y los posibles cambios sociales y culturales a causa de los grandes cambios en la distribución de la riqueza era algo que la gente temía por aquel entonces y algo que la gente sigue temiendo.
La tulipomanía se menciona una y otra vez a modo de precaución para que los inversores no sean estúpidos o para que se mantengan al margen de cosas que para otros son positivas. Sin embargo, la crisis de los tulipanes fue un evento histórico que sucedió en un contexto histórico concreto y, sea lo que sea, Bitcoin no es la tulipomanía 2.0.
Imagen | Laura Blanchard/Flickr
Autor: Anne Goldgar, King's College London.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.