Toys'r'Us deja de vender armas de juguete en sus tiendas en Francia. No es un caso aislado, en el país galo, varias jugueterías y supermercados han empezado a retirar juguetes violentos, o al menos los más realistas. E incluso, algunos padres empiezan a organizarse por redes sociales para detener la comercialización de estos 'juguetes'.
Esto ha abierto un debate urgente e interesante, ¿Cómo influyen los juegos violentos en el desarrollo de los niños? ¿Los hacen más violentos? ¿Son peligrosos? ¿Deberíamos prohibir las armas de juguete?
Una preocupación comprensible pero injustificada
Más allá del clima moral que se respira hoy en Francia, lo cierto es que estas medidas parecen cuestionables y apresuradas a la luz de la evidencia. No está claro que los posibles problemas de jugar a juegos relativamente violentos superen a los beneficios. De hecho, ni siquiera actividades que sí parecen tener una relación más directa con los comportamientos violentos, como los videojuegos, tienen relación alguna con las conductas criminales (ni, por supuesto, con el terrorismo).
Los chicos y las chicas suelen jugar de forma agresiva. Sobre todo, los chicos y, sobre todo, cuando juegan con otros chicos. Y esto, ha sido de mucho interés para la psicología desde al menos los años 60 (Pellegrinni, 1995). En los últimos años, los datos que vamos teniendo sobre el tema no solo no confirman sus peligros sino que evidencian su papel fundamental en el desarrollo de los niños.
Jugar es cosa de niños...
"El comportamiento agresivo en el juego es diferente que el comportamiento agresivo real en la vida real", dice la psicóloga infantil Sandra Russ, para la revista Slate.
La mayoría de las veces, este tipo de juego es normal e incluso puede ser útil. Hace unos años, la propia Russ y la también psicologa Karla Fehr (2013) descubrieron que los comportamientos violentos en el juego (como por ejemplo, jugar a que los animales de peluche se comían entre sí) estaban relacionados con un descenso de la agresividad en clase. La idea que proponen consiste en que los niños, al incorporar la violencia en sus dinámicas de juego, aprenden a controlar sus impulsos y a regular sus emociones.
En los años noventa, la profesora Marjorie Sanfilippo realizó una serie de estudios en los que analizaba el efecto de la exposición a las armas en la percepción del riesgo que estás tienen. Encontraron que los chicos que habían tenido un contacto más intenso con las armas (sobre todo, con armas de juguete), se mostraban más cautos y responsables en situaciones de violencia real.
Harta y Tannock (2013) ha ido aún más lejos llegando a decir que evitar juegos violentos interfiere con el desarrollo social, emocional y efectivo. Evidentemente, no estamos seguros de que esto sea así (no hemos encontrado una relación causal) y bien podría ser que los niños más maduros tiendan a jugar de forma más agresiva. Lo que sí parece claro es que la relación entre más juego y menos violencia real es sólida.
...y de adultos.
No obstante, como es lógico, no todo el juego agresivo es normal, beneficioso o saludable.
Hacer daño, lastimar o herir violentamente de forma reiterada podría ser evidenciar problemas de control emocional. Del mismo modo, la gratuidad de la violencia en el contexto del juego también es importante: no es igual que un comando de soldaditos de plástico acabe despedazado en cumplimiento de su deber mientras salvaban al mundo de las garras de Mr Potato; que golpear a un Winnie the Pooh contra el suelo durante 50 minutos.
No todo el juego agresivo es normal, beneficioso o saludable.
En su desarrollo personal, los niños deben verse expuestos a ciertas situaciones de la misma forma que en su desarrollo físico deben consumir cierto tipo de alimentos. Pero esto dista mucho de ser una bula para obviar la responsabilidad de los padres, de los tutores y de los educadores. Cierta agresividad y cierto azúcar pueden ser necesarios: pero el trastorno antisocial o la diabetes son signos de un problema más profundo que las armas de juguete o los caramelos.
No, no pasa nada por regalar un rifle de juguete a tu sobrina.
"Los niños van a hacer las armas fuera de palos y barro y eso está bien, eso es pretender", dice Russ. Y tiene razón. Ya en algunas investigaciones clásicas, se vio que la 'agresividad' del juguete no era lo único que tenía impacto sobre el comportamiento de los niños (Turner y Goldsmith, 1976). De hecho, las normas familiares y comunitarias entorno a cuando es aceptable o no la violencia tienen un impacto mayor que el tipo de juguete (Cheng y otros, 2003).
Así, jugar con armas es generalmente bueno e incluso podría hacer que los niños menos violentos. Como siempre en estos casos, la receta mágica parece ser la misma: prudencia a nivel político y responsabilidad a nivel educativo.
Imagen | FamilyTravelCK