Desde la invención de la primera vacuna contra la viruela, los tratamientos han reducido enormemente la prevalencia de enfermedades en todo el mundo. Pero lo cierto es que la media de tiempo para elaborar esas vacunas era de unos 40 años hasta hace muy poco. La tecnología ha sido clave en el desarrollo de las vacunas en el último siglo y la brutal pandemia que nos acontece hoy ha supuesto un antes y un después en la historia de la medicina. Tanto que la vacuna desarrollada por Pfizer y BioNtech (actualmente en fase 3) pasó del concepto a la realidad en solo diez meses: un récord absoluto en la historia de las vacunas.
Pero, ¿cómo se compara con otras vacunas y por qué nunca antes se consiguió una tan rápido? Para algunas enfermedades, ha habido un período de tiempo relativamente corto entre el momento en que el agente infeccioso se vincula a la enfermedad y el momento en que se elabora una vacuna. El más rápido fue de diez años para el sarampión. El agente se relacionó con la enfermedad en 1953 y la vacuna se autorizó en EEUU en 1963. Sin mencionar que hay enfermedades como la fiebre tifoidea cuya vacuna tardó más de 100 años en llegar.
Un gráfico realizado por Max Roser y Samantha Vanderslott (Our World in Data) muestra una cronología de la innovación en el desarrollo de las vacunas. Cada barra comienza en el año en que el patógeno se vinculó por primera vez a la enfermedad y termina en el año en que se autorizó la vacunación en los EEUU: el país donde la mayoría de las inmunizaciones se autorizaron por primera vez. La comparativa muestra cómo el proceso de crear vacunas puede llevar décadas y pone de manifiesto cómo la pandemia actual ha sido una excepción a este paradigma.
La vacuna de la malaria, por ejemplo, ha tenido uno de los procesos de desarrollo más difíciles, ya que ha tardado más de un siglo. Las primeras, desarrolladas nada más y nada menos que en las últimas décadas (pese a que el patógeno ya se había identificado en 1880), no surgió efecto en los pacientes que sufrían la enfermedad. Hasta hace poco, ninguno de los esfuerzos científicos ha conducido a una vacuna autorizada. Recientemente, la esperanza resurgió con el anuncio de la OMS sobre la RTS, S / AS01 (RTS, S), la primera vacuna contra la malaria que proporciona protección parcial contra la enfermedad en niños pequeños.
Además de la malaria, hay enfermedades como el Dengue, el Zika, el Ébola, la infección por citomegalovirus (CMV) o el SIDA que todavía no cuentan con una vacuna definitiva. Otras, como por ejemplo la vacuna contra la poliomielitis, tardó 47 años en desarrollarse. La investigación para la cura de la meningitis se prolongó más de 90 años. Y la de la varicela 42 años.
La tecnología y la innovación han sido sin duda el factor que más ha contribuido al desarrollo de vacunas. En los últimos años se consiguieron trabajar técnicas de cultivo bacteriano que permitieron el desarrollo de vacunas contra la difteria, el tétanos y la tos ferina a principios del siglo XX. La Primera y la Segunda Guerra Mundial impulsaron esfuerzos combinados de universidades, gobiernos y empresas privadas.
En la década de 1950, las técnicas de cultivo de tejidos virales permitieron el desarrollo de vacunas contra la poliomielitis, el sarampión, las paperas, la rubéola y la varicela. Además, las nuevas tecnologías en biología molecular y técnicas de química avanzada han dado lugar a vacunas contra la hepatitis B, el neumococo y el meningococo.
El curioso caso de la vacuna contra el Covid-19
¿Y ahora? Han bastado apenas unos meses para que la carrera por dar con la cura contra el Covid-19 esté a punto de concluir. Rusia fue el primer país del mundo en registrar una vacuna durante la epidemia. De producción propia, la Sputnik V se aprobó en agosto y empezó a administrarse en diciembre en la capital, Moscú. Aunque los resultados de los estudios para verificar su eficacia y seguridad son incompletos y no se sometieron a revisión de la comunidad científica internacional.
Algunas personas pueden preguntarse si la rapidez en aprobar la vacuna significa que se han saltado etapas. Pero es importante tener en mente que las investigaciones que ya se estaban haciendo desde las epidemias de SARS y MERS han contribuido a esos resultados. Además, se han obtenido más recursos, más financiamiento y más apoyo de gobiernos y compañías farmacéuticas que han tenido que priorizar esfuerzos con el objetivo de reducir los daños de una crisis a gran escala.
Desde que la Organización Mundial para la Salud (OMS) declaró el brote de coronavirus como pandemia, los proyectos de vacuna se han multiplicado en todo el planeta. El organismo internacional reconoce 162 proyectos que ya han encontrado un candidato a vacuna y se encuentran en fase preclínica. Además, hay otros 52 que la han superado y han alcanzado la etapa clínica, con pruebas en humanos. De ellos, trece están en la fase 3, previa a la comercialización.
Entre ellas se encuentran las vacunas de Pfizer/BioNTech o de Moderna, que se han desarrollado en apenas 10 meses. De hecho, la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) prevé autorizar la comercialización en la UE de la vacuna de Pfizer/BioNTech el próximo 29 de diciembre, y la de Moderna el 12 de enero, si lo avalan los últimos datos aportados por los respectivos estudios clínicos. Por lo que las primeras dosis podrían administrarse en España durante el próximo mes de enero.
La primera de ellas, cuyo uso ya han autorizado Reino Unido o EEUU, se encuentra en la fase 3. La vacuna, basada en ARN mensajero, ha demostrado en los ensayos clínicos que tiene una eficacia del 95% en todos los grupos de población y, además, no se ha detectado hasta la fecha ningún problema de seguridad importante, salvo dos sanitarios británicos, con antecedentes de alergias severas, que han sufrido una reacción alérgica tras recibir la primera dosis. Por lo que Reino Unido ha recomendado no administrarla a pacientes con alergias severas.
La segunda, desarrollada por Moderna, también se encuentra en la fase 3 y utiliza la tecnología de ARN mensajero combinado con el código genético del virus. La farmacéutica también ha solicitado la autorización de emergencia para el uso y comercialización de su vacuna en Estados Unidos y en la Unión Europea, después de que los últimos estudios hayan confirmado que ofrece una alta protección entre los voluntarios de su ensayo con una efectividad del 94,5%.
¿Cuántas fases debe superar una vacuna?
Pero, ¿cuántas fases debe superar una vacuna para que esta sea válida y pueda salir a las calles? Antes de cualquier prueba clínica en humanos, las vacunas candidatas deben superar una Fase 0 o preclínica, que incluye pruebas in vitro y en animales. La vacuna debe demostrar que es segura y que funciona en los organismos animales. Si lo hace, puede pasar al estudio clínico en seres humanos, que se divide a su vez en tres fases, con una cuarta adicional una vez que el fármaco ya esté autorizado y comercializado.
En la Fase 1, la vacuna se prueba en pequeños grupos de entre 20 y 100 personas sanas. El estudio se centra en confirmar que es segura y la clase de respuesta inmune que genera, identificando ya posibles efectos secundarios y determinando la dosis adecuada. La Fase 2 consta de un estudio a mayor escala en el que participan varios cientos de personas. Aquí se evalúan los efectos secundarios más comunes en el corto plazo y cómo evoluciona el sistema inmune.
La fase 3 consiste en un ensayo mucho más grande en el que participan varios miles de voluntarios, que ya se exponen al virus. Existe un grupo de control, al que se le administra placebo, y se compara cómo evolucionan las personas que fueron vacunadas respecto a las que no. También sirve para detectar otros posibles efectos secundarios que hayan pasado desapercibidos en la fase 2. Por último, en la fase 4, una vez las vacunas han sido comercializadas, se sigue recabando información que pueda reforzar su seguridad y eficacia, con una muestra mucho mayor de personas.
Sin duda, que las empresas farmecéuticas de nuestra era hayan tardado menos de 10 meses en desarrollar la vacuna de un virus que se ha llevado por delante a 1,6 millones de personas es toda una proeza. Teniendo en cuenta, sobre todo, cuánta gente podría haber muerto si esta vacuna hubiera tardado en llegar 50 o 100 años como sucedió con las vacunas de la meningitis o la fiebre tifoidea.
Gráficos: Max Roser (Our World in Data)