Desde su salida de Izquierda Unida hace ya casi dos décadas, Julio Anguita ha pervivido como un tótem mitológico entre parte de la izquierda española. Último líder ajeno a las corrientes post-materialistas que dominaron el pensamiento progresista durante los primeros compases del siglo XXI, Anguita fue un líder fuerte, carismático y genuinamente marxista, capaz de impulsar al PC a cotas electorales inéditas y de enfrentarse al omnipresente socialismo de Felipe González.
De ahí que su voz siempre haya encontrado una audiencia interesada en sus palabras, y que su discurso tienda a retumbar entre las cuatro paredes de la izquierda nacional. Durante el último mes, Anguita vuelve a estar de actualidad. Firma a seis manos un artículo titulado "¿Fascismo en italia? Decreto dignidad" y publicado en Cuarto Poder. En él, Anguita defiende las políticas económicas y laborales planteadas por el gobierno italiano, encabezado por la Lega y el Movimento 5 Stelle.
El texto se fija en el "Decreto Dignidad", una serie de medidas impulsadas por el equipo ministerial de Luigi di Maio, ensombrecido líder del M5S, que busca aplacar la elevada temporalidad del mercado laboral italiano. La ley reduce el periodo máximo de contratos temporales encadenados de 36 meses a 24, e incluye cláusulas de despido más caras y difíciles de sortear para los empresarios. En suma, aumenta el grado de protección para los empleados ocasionales, y busca incentivar la transformación de contratos temporales (principal fuente de precariedad) en fijos.
Para Anguita y sus co-firmantes Héctor Illueca y Manuel Monereo (diputado de Podemos), el gobierno italiano está haciendo bien otras cosas.
Por un lado, la batalla contra las casas de apuestas, como explicamos en su momento. Por otro, las sanciones a las empresas que deslocalicen sus fábricas y centros productivos fuera de Italia. La administración italiana aspira a retirar las ayudas otorgadas con anterioridad en caso de que los puestos de trabajo se desplacen tanto dentro como fuera de la Unión Europea. Según ellos:
Las medidas contra las deslocalizaciones apuntan a las empresas que en mayor medida han explotado y precarizado el trabajo. La lucha contra la ludopatía implica la defensa efectiva de los más pobres y excluidos, de las personas que sufren la crisis y lo han perdido todo. Guste o no guste, el Decreto Dignidad constituye un notable esfuerzo por defender al pueblo italiano contra los señores de las finanzas y de las deslocalizaciones. En política hay que debatir sobre datos y hechos. Juzgar las intenciones es propio de inquisidores y pobres mentes que carecen de argumentos racionales. ¿Fascismo en Italia? Decreto Dignidad.
El Decreto Dignidad es la medida estrella del M5S dentro de la extraña coalición que encabeza el país desde las pasadas elecciones. Hasta ahora, las principales iniciativas políticas y mediáticas habían corrido de la mano de Matteo Salvini y la Lega, partido antaño independentista que ha logrado un mayor arraigo nacional gracias a un discurso populista, xenófobo y euroescéptico, en línea con otras formaciones de extrema derecha como el Frente Nacional o el UKIP.
Desde su toma de posesión como minsitro de Interior, Salvini ha impedido el atraco de barcos cargados de refugiados en los puertos de Sicilia y ha frenado en seco la recepción de migrantes desde las costas africanas. Su discurso parte de los problemas particulares de Italia como nodo central del Mediterráneo (y de la dejadez del resto de gobiernos de la Unión Europea) y de una xenofobia fácilmente trazable en el historial de su partido. Los italianos, primeros. Y los únicos.
Dadas las circunstancias, el texto de Anguita, antiguo mandatario marxista de nítido pedigrí izquierdista, ha provocado airadas reacciones en diversos sectores mediáticos y políticos de la izquierda. Al fin y al cabo, la extrema derecha es una cuestión tabú para gran parte de las fuerzas progresistas, y el más mínimo gesto afín resulta escandaloso. Anguita, además, ha redoblado su apuesta en una entrevista concedida a El Mundo donde subraya su apoyo a Di Maio-Salvini:
Di alguien hace algo bien, yo tengo que decir que está bien aunque lo haga mi peor enemigo porque en otro caso estaría juzgando a las personas y las intenciones y no los hechos. Salvini no es santo de nuestra devoción pero el gobierno italiano es muy plural, está compuesto por la alianza del señor Salvini y por el Movimiento Cinco Estrellas y entre ellos hay un debate tremendo. Hay otro hecho importante: Italia ha aprobado un techo de gasto del 1.4%, se ha enfrentado a Bruselas. Claro que yo parto de la idea de que esta Unión Europea es un desastre
Anguita continúa aseverando que "lo que ha hecho Trump está muy bien hecho pero él es un indeseable", "que se castigue a las empresas que se quieren marchar, esa es una cosa positiva", o que "yo no soy de extrema derecha y les combatiré en otras cosas. Yo soy muy laico en política, muy laico". Anguita, además, ha entrado en la cuestión migratoria de forma tangencial al resto de la izquierda contemporánea, estableciendo extraños paralelismos históricos:
¿Usted cree que cualquier país europeo, especialmente el nuestro, puede decir: venid todos los que queráis? Venga, ¡que los buenistas lo digan! ¿Millones? Compañeros del buenismo, ¿pueden venir millones? Enfrentaos a ese hecho. Aportaré otro dato que parece que no incide pero sí. En el año 2050, Alemania tendrá ochenta y tantos millones de habitantes y el 70% de ellos serán de edad avanzada. Etiopía va a tener lo mismo y el 65% tiene menos de 35 años. Lo que está pasando aquí ya ha pasado en la historia de la humanidad. Las migraciones acabaron con el Imperio Romano y fue por fases. En cualquier aldea perdida hay un televisor y ven piscina y comida... A los buenistas les planteo el problema: decimos a todo el que venga que se quede ¿si o no?
Ha vuelto Anguita. Y con él una parte de la izquierda más ortodoxa que interpreta puntos en común en el giro populista y anti-globalización de la extrema derecha.
¿Lleva razón?
¿Por qué es importante? En gran medida, porque explica las diversas contradicciones internas a las que los movimientos de ultraderecha están sometiendo a las formaciones de izquierda. Una fracción del éxito de Donald Trump o de Marine Le Pen bebe de las clases obreras desencantadas. Su discurso se enfrenta a los presupuestos tradicionales del neoliberalismo y carga contra una economía más libre y desregularizada que ha permitido la fuga de fábricas y la precarización del empleo.
Hay motivos para dudar de que los vectores que impulsan el voto al Frente Nacional o a los Demócratas Suecos residan ahí. En Estados Unidos, por ejemplo, el triunfo de Trump no bebió tanto de las clases bajas y precarias (fundamentalmente minorías étnicas) sino de las clases medias del Medio Oeste, en su mayoría blancas, que observaban como sus entornos urbanos y rurales se habían degradado. En parte, fueron las percepciones culturales, no los hechos sobre el crecimiento económico, salarial o de empleo.
Parte del problema del relato sobre Anguita (que sí lleva razón en la frivolidad sobre la calificación de "fascismo" que la izquierda a menudo eleva) es que compra los trucos discursivos de la extrema derecha para terminar cayendo en su trampa. Cuando Salvini plantea una redistribución más solidaria de los recursos del estado no lo hace pensando en los empresarios o las clases altas italianas, aunque parte de su discurso así lo disfrace, sino en los inmigrantes y extranjeros.
Diversos opinadores y políticos de izquierdas han resaltado estas contradicciones en el artículo de Anguita. Íñigo Sáenz de Ugarte, periodista de El Diario, escribía:
No hay ningún cambio de modelo económico en su mensaje, excepto en un vago rechazo de la globalización desde posiciones nacionalistas, sino un intento de mantener el actual haciendo que los pobres culpen de su precaria situación económica a los que son aún más pobres que ellos y que gozan de aún menos derechos. Y que los ricos tengan que pagar menos impuestos. Ese ha sido el mensaje predominante del actual Gobierno italiano, que poco tiene que ver con el concepto de dignidad.
Es significativo, no en vano, que la política fiscal del actual gobierno italiano haya sido tan generosa con las clases acomodadas. El Movimento 5 Stelle siempre había planteado un tipo único del IRPF, finalmente segregado en dos: uno al 15% (con las debidas exenciones para las rentas más bajas, algo presente en todos los sistemas impositivos del mundo) y otro al 20%. En la práctica, las rentas más altas italianas dejarán de pagar el 45% al fisco para pagar el 20%.
Es una medida respetable y concorde a muchos idearios políticos y fiscales. Pero desde luego es una medida compatible con la visión de Anguita y de parte de la izquierda sobre el carácter subversivo de la extrema derecha europea. Salvini y Di Maio no están enmendando la totalidad del sistema o atacando la base de los privilegios del 1% italiano: se valen de medidas de corte popular (lucha tímida contra la temporalidad) para mantener la base del actual modelo económico.
Si bien la calificación de "gobierno fascista" es una exageración, es cierto que parte del proyecto político de Mussolini se orientó hacia similares vectores. Depurados los elementos más "sociales" y obreros del fascismo primigenio, aquel que jamás tuvo un poder efectivo sobre el Estado levantado durante dos décadas, el fascismo contuvo la amenaza revolucionaria en estrecha colaboración con las clases dirigentes, económicas y eclesiásticas de Italia. No puso en jaque al sistema económico, a las élites que interesan a Anguita, pero sí desarrolló un discurso popular.
Aquella síntesis sólo fue posible gracias a un feroz nacionalismo. Emmanuel Rodríguez, columnista habitual de CTXT y poco sospechoso de simpatías "liberales", critica esta línea de pensamiento propuesta por Anguita en un duro artículo. En él, define la mezcolanza de simpatías entre la extrema derecha y la izquierda marxista como "rojipardismo".
El rojipardismo se declara a salvo de todo compromiso con el capitalismo liberal. Nos insiste en que ser hoy anticapitalista es ser anticosmopolita y antiglobalista, y nos propone una vuelta al Estado nación, a la protección soberana de los mercados nacionales regulados bajo un protector sistema público de bienestar. En esta fantasía, el verdadero internacionalismo es aquel que consiste en proponer planes de desarrollo a los países de emigración: un 0,7% hinchado de buenas intenciones, pero con un férreo control de fronteras. Su escenario ideal es el de cada uno en su país dedicado a forjar la prosperidad nacional. Tal es el delirio.
Rodríguez señala que es imposible fundar un proyecto político en torno a elementos tan obsoletos como la "clase obrera", y mucho menos a una de carácter "nacional", a la que prioriza sobre "sus pobres reales, aquellos que tiene al lado y que no son nacionales, así como a los muchos más que rodean su pequeño país". Para Rodríguez, si la izquierda quiere compartir por el lado "nativista" del espectro político está condenada al fracaso, porque lo capitaliza la ultraderecha.
Similares argumentos vierte Alberto Garzón, actual líder de Izquierda Unida y heredero directo del proyecto de Anguita. En un artículo de El Diario, Garzón declara que "el proteccionismo para proteger a los trabajadores italianos, los nativos, va de la mano, en ese modelo, con la exclusión de los inmigrantes como parte de la clase. No se puede elogiar un decreto de protección laboral abstrayéndose de todo lo que significa social e históricamente Liga Norte".
Garzón reprocha a sus colegas su esquematismo en preceptos viejos ("corporativismo", el conflicto "capital-trabajo") y su incapacidad para recoger lo que las teorías post-materialistas, identitarias y globales han entregado a la izquierda en un siglo XXI, tan distinto en tantos aspectos del XX:
Se nos dice "la gente no quiere ética o derechos humanos internacionales sino comer y cobrar bien" y "los inmigrantes amenazan las conquistas laborales" lo que en el fondo supone priorizar unos conflictos (capital-trabajo regulado) sobre otros, además de excluir a determinados sectores de la noción de "clase trabajadora". Y ojo, yo creo como Nancy Fraser que en el voto populista a la extrema derecha hay mucho de antiestablishment y antiausteridad, por supuesto. Ni creo que los votantes de AfD o LN o Vox sean todos neonazis. Pero yo no apuesto por anteponer un conflicto a otro o copiar el discurso de la derecha.
Es decir, que en el juego de prioridades y políticas públicas, la izquierda, siguiendo a Anguita, corre el riesgo de calcar la agenda de la extrema derecha. A juicio de Garzón aquel sería un error fatal, por más que el análisis de Anguita y sus colegas sobre el rol de la Unión Europea y la deriva neoliberal de la economía occidental sí le agrade. Garzón también llama a una recuperación de la "soberanía" de los estados nación, pero no como herramienta antepuesta a la UE, sino como una forma de "redistribuir y trazar alianzas con otros Estados para cambiar la UE".
Es un debate significativo para la izquierda, como tantos otros recientes (el diálogo entre Daniel Bernabé y Alberto Garzón fue también ilustrativo), pero no exclusivo de ella. Como recoge Manuel Arias Maldonado en Revista de Libros, la politología y los sectores liberales llevan cierto tiempo discutiendo sobre la cuestión nacional posterior a la crisis económica de 2008, y sobre el teórico fracaso, a tenor del éxito ultraderechista, del proyecto económico (neo)liberal.
Maldonado recoge en su artículo diversas aproximaciones a lo que él define como "la cuarta vía" (en contraposición a la célebre tercera vía de Blair, hoy caída en desgracia), pensadores que han rondado la posibilidad de un "nacionalismo responsable" que reconcilie el proyecto globalizador con el estrés económico al que ha sometido a las clases obreras europeas y americanas. Una suerte de apertura comedida y de redistribución parcial que no altere los pactos sociales internos en los estados europeos, los mismos que parecen resquebrajarse en el seno de la UE.
No está del todo claro que eso que David Goodhart llama «populismo decente», o ciudadanos de base tradicional que recelan de los cambios sociales y tecnológicos, inmigración incluida, añoren la potencia económica del Estado. Hay en ello fuertes dosis de nostalgia por la comunidad que fue, o quizá fue, aun cuando esa comunidad incluyese formas de trabajo basadas en la alienante cadena de montaje; porque, quizá, junto con esa alienación, venía un sentido de la identidad que proporcionaba asideros en el mundo. Esa nostalgia explicaría asimismo la querencia de los economistas de Corbyn por las tesis de Karl Polanyi y su lectura moral del avance del capitalismo moderno: la comunidad como ansiolítico. Tal como ha escrito Jorge del Palacio, la cultura obrera como patria. Todo eso ha desaparecido o, como mínimo, ha cambiado significativamente. Y esa nostalgia admite interpretaciones menos benignas: también puede verse como una forma de organizar políticamente la exclusión. El peligro de movimientos como Aufstehen es que refuercen discursivamente al populismo autoritario sin lograr nada a cambio. Porque sólo una sola cosa está clara: no podemos volver a casa.
Maldonado hace referencia a "En Pie", el movimiento promovido por un sector de Die Linke (post-comunismo alemán) que prioriza el interés del obrero alemán sobre el extranjero. Es crítico con sus posibilidades de éxito del mismo modo que lo es Garzón con Anguita, por su parcial capacidad para competir con Alternativa para Alemania o Pegida en su propio terreno. Ricardo Dudda, en El País, definía la "falsa dicotomía" entre nativismo y globalismo como "chovinismo del bienestar":
El cierre de fronteras, entonces, se explica tanto cultural como económicamente: es una defensa de los valores nacionales y a la vez una defensa de la clase trabajadora nacional frente a las inclemencias de la globalización. Esto ha despistado a una parte de la izquierda más materialista, a menudo nostálgica y todavía marxista. Si la ultraderecha es antineoliberal y protege a las clases trabajadoras, sugiere, entonces quizá hay que valorar lo que dice.
Si, como afirma Monereo, el único objetivo del artículo era alentar el debate, lo ha conseguido. Quizá no en torno a los asuntos que sus autores habrían deseado. En cualquier caso, lo que la repentina posición de Anguita como muñidor de ideas desde la izquierda pone de manifiesto son los numerosos dilemas y contradicciones que afrontan no sólo las posiciones progresistas, sino también las centristas y liberales. En ese sentido, Salvini y compañía son un reto para todos.
Anguita, al contrario que los sectores mayoritarios de Podemos, considera que establecer un frente indisoluble e infranqueable no tiene utilidad, en tanto que el proyecto de la extrema derecha tiene elementos (puntuales) afines a las izquierdas. Como se ha visto, es dudoso que esto convenza no ya al votante, sino a la propia izquierda, o que sea un análisis certero de las causas que han llevado a Salvini al poder (y de las bases de su discurso ideológico).
Sea como fuere, el regreso de Anguita simboliza la pervivencia de la izquierda clásica y marxista. Y de su controvertido peso.