¿Qué pasaría si te saliera más barato reunirte con un amigo a más de 4.000 kilómetros de la casa de cada uno que en un punto intermedio? La historia sería tan alucinante que costaría creérsela, y eso es exactamente lo que les ha sucedido a dos inglesas que, ante la tesitura de encontrarse en Birmingham o Newcastle, ciudades de origen de ambas, han preferido reunirse en Málaga. Porque les salía más barato.
La historia ha llenado las redes sociales, entre comentarios de estupefacción y alboroto, durante el fin de semana. Ambas contaban con una larga amistad a sus espaldas, pero les dividía la geografía: una vive en Birmingham, en el centro de Inglaterra, y la otra en Newcastle, en el norte. ¿La solución más intuitiva para verse? Que una viajara a la ciudad de la otra en tren. Pero la ida y la vuelta desde Newcastle salía a más de 100 libras (unos 113) euros.
Mucho más caro que volar a Málaga juntas.
La una desde Newcastle y la otra desde Birmingham no desembolsaron más de 87 euros por sus respectivos vuelos de ida y vuelta, 37 euros más baratos que el viaje de una de ellas en tren. ¿Pero cómo puede ser posible? Una respuesta es el tortuoso modelo ferroviario británico, y otra el consistente descenso de precios en los vuelos intraeuropeos. Pero podemos añadir una más: el viaje no ha salido más barato, sino más caro que en tren.
Al menos si tenemos en cuentra otros costes, como el medioambiental. Como explica el ambientólogo, doctor en Biodiversidad y divulgador ambiental por la Universidad de Valencia Andreu Escrivà, la historia de las dos amigas inglesas es "un ejemplo clarísimo de cómo no se incorporan los costes ambientales al transporte". Barato para tu bolsillo, muy caro para todos los demás (a costa del planeta).
El cálculo es sencillo y se puede realizar gracias a los datos que ofrece la Agencia Europea de Medio Ambiente. Mientras un avión emite 285 gramos de CO2 por pasajero transportado a cada kilómetro, un tren emite 14 gramos. No sólo porque consume menos combustible (si está electrificado, lo más probable, sólo habría que descontar al medio ambiente el coste de generar esa electricidad), sino porque transporta a más pasajeros.
Así, quedar en Málaga, pese al menor coste para el bolsillo de sus pasajeras, le cuesta al planeta 2.247 kilos de CO2, mientras que hacerlo en Birmingham, pese a lo costoso de su billete, tan sólo 9 kilos. Los cálculos son aproximados, pero en cualquier caso apuntan hacia una dirección: pese a su popularidad, el avión es un modelo de transporte lesivo para el planeta. Y estamos hablando poco de ello.
El avión, el gigante elefante en la habitación
Mientras discutimos cómo hacer de nuestras ciudades lugares menos dependientes del coche y los grandes ayuntamientos, como Madrid o Londres, deciden declararle la guerra al automóvil, el avión se mantiene en un segundo plano. Ha esquivado el gran debate sobre la movilidad y el medio ambiente. Y no porque sus emisiones no tengan impacto sobre nuestros ecosistemas.
El montante global de las emisiones de CO2 de la aviación comercial oscila entre el 2% y el 4% del total, lo que, según algunos estudios, representaría alrededor del 3,5% y el 5% de responsabilidad en las fuerzas que impulsan el cambio climático. La situación puede ir a peor si, como se espera, el tráfico mundial de la aviación aumenta de forma dramática: para 2050, los aviones podrían ser responsables de alrededor del 22% de las contribuciones humanas al medio ambiente.
El problema es que no tienen coto. La aviación comercial ha crecido de forma notable durante la última década con muy pocas regulaciones a sus emisiones, lo cual ha favorecido que se disparen (entre 1990 y 2006, crecieron un 87% sólo en la Unión Europea). La mayor parte de intentivas, como la realizada por algunas agencias gubernamentales estadounidenses, han quedado limitadas por el enorme peso económico del transporte aéreo. En septiembre, la ONU aprobó una plan provisional para reducirlas.
Pero mientras la presencia del coche en la vida diaria de los ciudadanos es ineludible, la del avión tiene un carácter más ocasional, e indispensable para las largas distancias. De ahí que haya permanecido a un lado en el debate. La bajada de precios reciente, con Ryanair al frente, le ha dotado de inusitada popularidad. Y a ello, hay que sumar las pobres expectativas de mejoras tecnológicas que frenen las altas emisiones de los aviones a corto y medio plazo.
¿Resultado? Mientras otros sectores del transporte luchan por adaptarse a nuevos marcos regulatorios y a un futuro sin combustibles fósiles, el avión se libra. Pero la ausencia de soluciones al problema no implica que vaya a desaparecer en el futuro: si el planeta quiere evitar que el cambio climático sea irreversible, tiene que decidir qué hacer con sus aviones. Aunque eso impida que, quizá, quedar con tu amiga en el futuro no pase por Málaga y si por la menos atractiva Newcastle.