¿Conoces las Islas Feroe? Situadas entre Islandia y Escocia, estas islas del Atlántico Norte. Son un territorio protovikingo donde la naturaleza crece prácticamente indómita y un paraíso para los amantes de los pájaros. También tienen una potente tradición e industria en torno a la captura y matanza de ballenas. Pero puede que esta práctica milenaria cambie para siempre después de las últimas investigaciones de unos científicos: los mamíferos marinos que llegan a las costas feroenses tienen en sus cuerpos compuestos altamente tóxicos para los humanos.
Así es. El doctor Pal Weihe, una de las figuras médicas más importantes de esta población de 50.000 habitantes, ha ofrecido los resultados de una investigación que los isleños llevan realizando en los últimos 30 años en miles de ciudadanos. Weihe y sus colegas han descubierto que, tal y como se creía, las ballenas piloto, las que se cazan en sus costas a cientos para alimentar a buena parte de la población, tienen altos restos de mercurio y cadmio.
Los mares de la zona han ido progresivamente aumentando su toxicidad, que consumen los cetáceos que luego van a los platos de los feroeses. De los sujetos encuestados, aquellos que habían comido carne y grasa de ballena presentaban mayores riesgos de desarrollar la enfermedad de Parkinson, hipertensión, arterioesclerosis e incluso deficiencias cognitivas entre los más pequeños, debido a la exposición intrauterina a compuestos contaminantes.
“El cuerpo médico al completo de las Feroe recomienda no comer carne de ballena piloto en absoluto”, dijo el doctor según informa Deutsche Welle. En sus análisis ha concluido que es un problema que afecta a los mamíferos marinos de las Islas Feroe, Groenlandia, partes de Canadá y Siberia, ya que los índices de mercurio, PCB (bifenilos policlorados) y PFC (compuestos perfluorados) han aumentado en los océanos poblados por mamíferos.
Por qué la matanza de ballenas está empezando a ser un problema para la población local
Si esta pequeña población del norte geográfico de Europa se caracteriza por algo, es por cazar a estos animales. Aunque la matanza de ballenas está prohibida en toda la Unión Europea, esta zona extracomunitaria vive por y para esta práctica.
Aun así es un ejercicio fuertemente regulado, para no mermar las poblaciones y no causar un sufrimiento innecesario a las ballenas en el momento de su asesinato. Según algunas estimaciones, los faroenses eliminan al año sólo el 0.1% de la población globicephala mundial. Aunque algunas especies de calderones tropicales están en peligro de extinción, la población del calderón común, que es el que se caza en la región, no corre peligro.
Los habitantes de hace cientos de años en estos 18 trozos de tierra en mitad del mar sobrevivieron gracias a la pesca, y el hábito se mantiene hasta hoy. De esto depende también buena parte de su vida comercial. Si Vietnam tiene su industria ganadera y sus mataderos por los que pasan decenas de miles de reses para su posterior venta, las Islas Faroe tienen la caza de ballenas.
Por supuesto, es algo que los ecologistas llevan denunciando desde hace décadas, y la mala prensa que tiene la caza de ballenas (especialmente en los medios extranjeros) está creando una tensión en la población local. Al haber aumentado la preocupación ecologista, la política nacional está cada vez más polarizada, entre los que creen que esta práctica debe erradicarse para siempre y los que quieren preservar su tradición.
Como decimos, el problema de imagen de esta práctica tiene consecuencias directas para algunos de sus ciudadanos. Tomemos, por ejemplo, el caso de Heri Joesenn, un faroense con un grupo de heavy metal. Cuando algunos medios difundieron sus imágenes descuartizando un cetáceo (formando parte del ritual de grindadráp, tal y como ellos lo denominan), algunos activistas de las redes llamaron a los locales a cancelar sus conciertos y a los seguidores a boicotear a la banda.
Como Joesenn explicó en un video en youtube, para ellos esta caza no supone ninguna diferencia con lo que se hace con el ganado terrestre. Para él, publicar esas imágenes servía como toma de conciencia de lo que supone nuestra cultura omnívora. “Dado que el 80% de la población del mundo no es vegetariana, creo que la gente debería ver cómo se produce la carne que luego comen”. “Sigue sin ser extraño ver a ciudadanos de mi país cazando su propia comida para la cena, bien sean ovejas, pájaros o, sí, ballenas”.
Por qué sí deberíamos preocuparnos del cadmio de las ballenas de Feroe
En realidad, los recientes resultados de la investigación de Weihe no suponen una sorpresa para los isleños. Este mismo científico junto a otros de la zona habían publicado un informe desfavorable en 2002 contra el consumo de carne de calderón por considerarla demasiado tóxica. Ya entonces se sabía la esa carne roja contenía trazas venenosas, y desde entonces el consumo en la región (al igual que en otras zonas donde históricamente se ha comido ballena, como Islandia) ha decrecido en porcentaje.
El de los animales envenenados no es un problema exclusivo de estas islas. De hecho, lo mismo ocurre con poblaciones marinas en Japón, Francia, Reino Unido y el este de Estados Unidos. Mientras que las criaturas de estas zonas tenían restos de metales pesados, las ballenas de Terranova y Tasmania marcan niveles mucho más bajos en los compuestos químicos presentes en los cuerpos de los calderones de las zonas anteriormente citadas. En muy poco tiempo los humanos hemos contaminado los mares de todas las formas posibles, y no estamos haciendo lo suficiente para poner remedio a esta continuada mala praxis.
Al final, el regusto para los faroenses sobre este tema es el de ironía. Esa misma práctica, el consumo de ballenas, que les había permitido sobrevivir durante décadas (y ser independientes de otras poblaciones humanas) es lo que ahora les podría conducir a la muerte por la vía del envenenamiento (por culpa de la contaminación que está causando el resto del mundo). Sí, puede que la contaminación vaya a salvar a los cetáceos de su muerte por arpón a corto-medio plazo, pero no sabemos qué les ocurriría si la toxicidad de los mares sigue aumentando en las próximas décadas.
Imagen: Justin Pickard, Erik Christensen (2), Pmg