Según uno de los últimos informes del Centro para el Control de las Enfermedades recogido por The Economist, la esperanza de vida del estadounidense medio cayó en 2017 de 78,7 a 78,6 años. Es la tercera vez consecutiva que la esperanza de vida cae en el país de la libertad. Como se ve en el gráfico del medio salmón, mientras el gasto sanitario se disparaba con respecto al resto de países de la OCDE a partir de los años 80, su progreso vital se estancaba, y ahora ha comenzado a descender.
Tercer año consecutivo de caída de la esperanza de vida de los norteamericanos, algo excepcional y sin precedentes.https://t.co/6GAkl24QBg pic.twitter.com/KPkxrUwkuN
— Centinel (@centinel5051) May 25, 2019
Life expectancy vs health expenditure. The US is a startling outlier, and not in a good way. pic.twitter.com/CGsuoA61s9
— Paul Graham (@paulg) August 9, 2016
El año del plan sanitario republicano. The Economist saca el tema a colación de uno de los últimos mensajes del Presidente Trump, que los republicanos serán “el partido de la sanidad” en cuanto renueven la presidencia y el senado, para 2021. El tema viene a raíz del enésimo intento de su gobierno de tumbar el Obamacare, algo que está cerca de conseguir por la vía judicial, que no legislativa, si consiguen mantener la mayoría que tienen ahora en el Supremo.
No sin mi libertad a pagar la sanidad: sin embargo, y aunque desde fuera veamos como escandaloso su sistema sanitario privatizado (el gasto por persona es más del doble que en el resto de países de desarrollo similar), el 74% de los ciudadanos lo considera “bueno” o “excelente”, y un porcentaje mínimo estaría dispuesto a adoptar un modelo como el de España. En términos de rédito político, a Trump le conviene defender un ahondamiento en el sistema privado.
¿Y en términos de salud? Una cosa es lo que piensen los ciudadanos, pero, y en vista de las cifras de pérdida de años de vida, ¿no queda claro que su sistema no funciona? Los datos pintan un cuadro desigual. Han disminuido las muertes por cáncer, algo vinculado al gasto sanitario, pero han crecido en otras siete categorías, entre las que también están los problemas del corazón, la diabetes y el Alzheimer, donde también el gasto sanitario puede ayudar.
Además, poseen la tasa de mortalidad infantil más alta de los países desarrollados, de media, un 83% más alta, lo que lastra la esperanza de vida, pero hay que tomar la cifra con cuidado, ya que sus criterios de muerte neonatal son más generosos que en Europa.
Enfermos de “desesperanza”, así definen el origen de esta crisis sanitaria, que tiene a tres como los principales caballos de batalla: la sobredosis, el alcoholismo y el suicidio, tres causas de muerte que han incrementado enormemente entre los hombres blancos de mediana edad. Aún hay reticencias para incluir en este paquete los estragos en la salud mental y las tendencias autodestructivas de la obesidad, detrás de la muerte del 18% de las personas de entre 40 y 85 años.
Crisis de los opioides: muchas de las muertes accidentales en este grupo de edad cada vez más vulnerable se debe al aumento del consumo de drogas de prescripción médica, una epidemia que está provocando el enjuiciamento de médicos y magnates de la industria farmacéutica, que provocaban una dependencia a productos que luego se han ido comprando en el mercado negro. De las 65.000 muertes accidentales por consumo de drogas, dos tercios se deben ya a los opioides.