La urgencia del cambio climático es ya ineludible. Al menos en la esfera pública. Las temáticas relacionadas con el calentamiento global y la preservación de los ecosistemas dominan hoy el discurso político y mediático, aunque esto no siempre se traslade al plano real, a políticas concretas. Uno proceso en el que también participan las grandes empresas. Todas hoy se promocionan o asocian a ideas verdes, a discursos sostenibles. Aunque, de nuevo, no tengan una aplicación práctica.
Los combustibles fósiles están marginados.
Por el fin. De ahí que algunos grupos activistas ya estén proponiendo el siguiente paso: apartarlos definitivamente de la esfera pública. Conducirlos al mismo punto que el tabaco o el alcohol, vetados de la publicidad desde hace años. La iniciativa surge de la mano de Greenpeace Francia y aspira a recoger más de un millón de firmas. Si lo consiguen, presentarán una iniciativa en el Parlamento Europeo para prohibir la promoción de los combustibles fósiles en cualquiera de sus formas.
Encaminados. Es una propuesta algo menos radical de lo que aparenta. La nueva ley de Clima y Resiliencia presentada por el gobierno de Emmanuel Macron ya incluye un veto explícito a la publicidad de productos derivados de los combustibles fósiles. Greenpeace quiere llevarlo un paso más allá, acotando y fiscalizando la promoción de marca de las grandes firmas petroleras o gasísticas. El ejemplo es Shell: en 2020 dedicó el 81% de su presupuesto publicitario a campañas verdes, mientras que el 80% de sus inversiones siguieron encaminadas a los combustibles fósiles.
Precedentes. Si los combustibles fósiles tienen un impacto tan lesivo en la salud pública (y lo tienen), ¿no deberían ocupar el mismo espacio marginal en la esfera mediática que el tabaco o el alcohol? Hoy casi todos los países tienen leyes que impiden asociar sendos productos, en especial el primero, a connotaciones positivas. A publicitarlos. El salto narrativo para los combustibles fósiles es más complejo: su impacto es más indirecto y abarca a un rango de actividades económicas más amplias.
Como hemos visto en alguna ocasión, otros grupos plantean vetos similares para el azúcar.
Relativizando. ¿Qué posibilidades de éxito tiene una propuesta tan radical? Ahora mismo, limitadas. Al contrario que la tabacalera, la industria del combustible fósil tiene una gran capacidad de reconversión. Total, la gran petrolera francesa, es hoy TotalEnergies, y su portfolio de inversiones está cada vez más encaminado hacia energías renovables. Pese a que la principal fuente de ingresos de todas ellas siga siendo el petróleo, las petroleras saben que tienen que cambiar para sobrevivir.
Lo vimos a cuenta de BP: está reventando el mercado de los terrenos de explotación eólica en el Mar del Norte como una forma de asegurarse una posición preeminente en el futuro mercado de la energía. No sólo tienen que reconvertirse; pueden hacerlo porque tienen músculo financiero.
Estigma. Y en el camino, sabedoras de que la opinión pública es hoy muy sensible al cambio climático, han cambiado. Se han lavado la cara (greenwashing) con propuestas o palabras verdes (hasta el punto de cambiar su imagen al completo, como Total). Un proceso paralelo al de su repulsa: en 2019, la Royal Shakespeare Company, una de las principales compañías de teatro británicas, rompía su acuerdo de patrocinio con BP por el malestar que generaba entre su clientela. Un aviso del futuro a corto plazo.
Imagen: Box Repsol/Flickr