Un amigo viaja a Japón unas semanas. Se le ha hecho tarde, así que va a comprar de cena algún alimento en una konbini cerca de su hotel. Elige unos chocolates y una manzana. La manzana está perfectamente envuelta en una preciosa bolsa de plástico. Cada onza de chocolate del pack tiene su propio envoltorio, y todas las onzas se ordenan en una bandeja que se recubre por otra bolsita con animales impresos. Un colorido lazo corona la matrioska de embalajes que, me explica, hacen que comer el dulce se convierta no tanto en algo alimenticio como en toda una experiencia.
La cultura japonesa tiene desde tiempos inmemoriales un cuidado exquisito por los rituales, algo que llena el espíritu de sus ciudadanos y les conecta socialmente entre sí y con sus antepasados. Es pura tradición. Esta predisposición al protocolo ha provocado, con las nuevas injerencias de la modernidad, nuevas realidades. El universo del packaging mueve en Japón más de 6 billones de yenes cada año, más del 1% del producto interior bruto del país.
Mientras los británicos (65 millones de población) desperdician cinco millones de toneladas de basura de este tipo, los japoneses (127) rondan los 20.78 millones. Haciendo balance, es bastante más del doble de gasto.
Eso sí, se toman bastante en serio cuidar de los desperdicios, con tasas de reciclaje de los plásticos mayores que otros países occidentales. En concreto, en muchas de estas tiendas aparecen unos contenedores con casi una decena de posibilidades de clasificación sólo para que, antes de salir de la tienda, puedas deshacerte de los envoltorios que consideres innecesarios. Para el cartón, para el aluminio, para el plástico PET, para el plástico como el de las tazas de ramen de usar y tirar.
¿Te imaginas que nuestros contenedores amarillos fuesen de siete tipos distintos? Nosotros decimos “acto de clasificación manual de la basura para su correcto reciclaje”, ellos dicen “bunbetsu”, y lo dicen mucho, hasta tal punto que si haces mal tu bunbetsu las autoridades pondrán una pegatina roja en la basura de la puerta de tu casa, y todos los vecinos te mirarán con reproches y superioridad moral.
Hay otra particularidad en cuanto al gasto de recursos japonés que contrasta con la policía occidental. Ellos adoran el papel. Son los materiales orgánicos provenientes de los árboles los que protagonizan la mayoría de sus envoltorios, un 60% seguido del plástico, casi un 20%. Esto a priori podría parecer un triunfo, ya que los residuos plásticos producen muchísimos más problemas al planeta y a la salud de los ciudadanos (de hecho, a finales de los 90, los riesgos por exposición a las dioxinas, muy altas en su país, provocaron una ola de pánico en Tokio y Osaka).
Pero el papel tampoco es inocente. La energía necesaria para crear y reciclar el papel es mayor que la necesaria para el plástico, además de que causa (lógicamente) mayores niveles de deforestación de los bosques. Bosques que sirven para paliar los efectos de nuestro dióxido de carbono.
No es más limpio el que más limpia sino el que menos ensucia
Así que, obviamente, esto lleva al planteamiento que esta sociedad debe hacerse. Aunque los niveles de reciclaje de los nipones está entre los más altos del mundo y aún están lejos de dejar una huella ecológica como la que provocan los estadounidenses y su amor por los coches, su apego por la experiencia del packaging sigue siendo mala para el planeta. Una forma de entender el consumo no como trámite para saciar una necesidad, sino como algo que te aporta felicidad a base de un mayor esfuerzo de recursos. Tuyo al desenvolverlo, de los diseñadores del producto que lo han ideado, del recepcionista que te lo ha embalado en tres capas antes de dártelo.
Mi amigo también recuerda toparse con uno de estos pequeños sinsentidos cuando compró uno de sus famosos onigiris, las bolas de arroz que se envolvían en la antigüedad en un trozo de alga como instrumento para ayudar a su ingesta y que, en la cultura actual ya tienen tan enraizada la presencia del alga que no puede presentarse de otra forma.
Para los onigiris precocinados, y dado que el arroz ablandaría el alga, el envoltorio tiene una ingeniería muy inteligente mediante un sistema de dos capas: una para el arroz y otra para el alga. Está diseñado para que, al abrirse, la bola de arroz caiga sobre el alga sin deshacerse y uno pueda coger directamente el onigiri por el alga.
Así disfrutas de la auténtica, venerable forma de comer una bola de arroz tal y como lo hacían los antepasados. Aunque para ello tengas que desviarte por completo de la idea inicial que basaba su apariencia: la practicidad y la sencillez.
Y ahora, para mostrar la otra cara de la moneda, he aquí una selección de algunos de los packagings japoneses más a-do-ra-bles que hemos encontrado. Si te pasas por Japón y compras alguno de estos productos podrías resistirte a la tentación o, también, podrían rendirte a este arte del envoltorio no-milenario completamente hermoso y destructivo con el planeta al mismo tiempo.