Los hábitos del consumidor occidental están cambiando. Lo hemos visto en numerosas ocasiones: el veganismo se ha convertido en una tendencia al alza, y es probable que a corto o medio plazo deje de ser un nicho para convertirse en una opción con amplio apoyo social. Como es natural, este proceso ha despertado interés sobre las ofertas alternativos, vegetales, a los productos cárnicos de toda la vida.
Lo que incluye a la leche.
Opciones. El debate sobre el impacto de la ganadería siempre se ha centrado en el consumo de carne. Sabemos que las emisiones de la industria rondan el 14% del total anual y que la fabricación de piensos para el ganado es uno de los mayores vectores de deforestación. La polémica reciente de las macrogranjas ilustra hasta qué punto el problema confronta las visiones ecologistas de una parte de la sociedad con otras relacionadas con la utilidad económica de la industria cárnica.
Sea como fuere, su impacto es innegable.
También en lácteos. Lo que incluye a la leche. Estos gráficos elaborados por Hannah Ritchie, investigadora de Our World in Data, son bastante ilustrativos. Desde cualquier punto de vista, la leche producida por vacas es más lesiva para el planeta. El contraste más claro llega por el uso agrario: la leche tradicional utiliza casi 9 metros cuadrados por cada litro de leche producido, frente a los 0,76 de la leche de avena o los 0,66 de la leche de soja. La de arroz es la más ajustada: 0,34.
A todos los niveles. No sólo se trata del uso del terreno. También de los gases contaminantes. La leche de vaca emite 3,15 kilos/litro. La de almendras es muchísimo más eficiente (0,7 kg/l), seguida de la de avena (0,9 kg/l) y la de soja (0,98 kg/l). Si nos fijamos en el consumo de agua se repiten las dinámicas: la leche animal requiere de 628 litros por cada brick que llega al supermercado, frente a los 371 de la de almendras, los 269 de la de arroz o los escuetísimos 27 de la de soja.
¿Cambiamos? Desde cualquier punto de vista, las leches vegetales son más eficientes en el uso de recursos. ¿Significa esto que el futuro pasa por ellas? No necesariamente. A los patrones de consumo tan asentados en Occidente (la leche, recordemos, precede a la economía moderna y tuvo un impacto clave en numerosas mejoras físicas y de salud, como la altura) debemos sumar su menor carga proteica. Algo de menor importancia en los países desarrollados pero vital en los subdesarrollados.
Es allí donde la carne no es un bien tan accesible, al fin y al cabo. Lo explica la propia Ritchie:
Desde un punto de vista nutricional, es improbable que el reemplazo de la leche animal por la leche vegetal deba ser una preocupación para aquellos con una dieta diversa (...) La persona media en muchos países pobres obtiene la mayor parte de sus calorías de productos baratos y muy energéticos como los cereales o los tubérculos. Ambos pueden representar hasta tres cuartos de la ingesta calórica de un individuo. Este tipo de dietas no ofrecen la diversidad de nutrientes necesaria para una buena salud (...) Sin acceso a alimentos llenos de vitaminas y minerales, a menudo las pequeñas dosis de proteína animal, como la leche, les permiten acceder a una de las pocas fuentes de proteínas y micronutrientes completos en su dieta.
Resumido: cambiar una leche por otra puede tener sentido en los países ricos, donde las dietas ya son muy completas y hay muchas formas de complementarlas, pero no en los países pobres o en desarrollo.
Avant garde. Los gráficos de más arriba sí sirven de guía para quienes, allá donde puedan y deseen permitírselo, quieran reducir la huella medioambiental de su dieta. En ese sentido, las leches vegetales han sido la vanguardia de una tendencia tecnológica y científica muy en boga estos años: los sustitutivos "veganos", plant-based, de carnes y pescados. Estaban mucho antes de que Beyond Meat se popularizara, pero encajan en la misma tendencia. Una dieta cada vez más carbon-neutral.
Imagen: Our World in Data