Pocos periodos en la historia de la pintura han sido tan prolíficos e intensos como la reta final del siglo XIX y los primeros compases del XX. Allá donde hubiera intelligentsia cultural surgían escenas de lo más variopintas, en ocasiones al albur del intenso movimiento nacionalista y rupturista, obnubiladas por el futuro, la tecnología y el progreso.
También en la por aquel entonces lejana y difusa Lituania surgieron mentes pictóricas brillantes. Y ninguna otra fue tan emblemática como la de Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, nacido en 1875 y muerto tan pronto como en 1911. Su vida transcurrió siempre en torno a la cultura polaco-lituano de su época, por aquel entonces tan fusionadas como los propios rastros de su historia. Y empezó, de forma paradójica, en la música.
A Čiurlionis se le atribuye sinestesia, un fenómeno de la percepción a través del que algunas personas son capaces de ver la música y oír los colores. Tras pasar su juventud componiendo sonatas y cantatas de todo tipo en polaco (pese a ser lituano y representar un mito cultural del país, no aprendió el idioma hasta la recta final de su vida), Čiurlionis comenzó a relacionarse con el mundo pictórico y artístico.
Fue entonces cuando dejó la música y se volcó en el arte, poco antes de morir ingresado por depresión en 1911. En el corto periodo de tiempo en el que Čiurlionis se dedicó a la pintura exploró los caminos de la historia oral y arcaica de Lituania, de la cultura folk y campestre de su región y los mezcló con profundas reflexiones filosóficas a cuenta de Kant y un amplio abanico de referencias filosóficas.
El resultado fue un catálogo pictórico de lo más interesante, repleto tanto de referencias a los reyes lituanos y a las historias tradicionales del pueblo llano como al universo, al sentido del cosmos y a la divinidad en sus muchas y muy diversas facetas, no sólo la cristiana. Los colores suaves pero vívidos de su paleta y sus formas a ratos oníricas, casi surrealistas y futuristas, colocaron a Čiurlionis rápidamente a la vanguardia del simbolismo.
Su carácter vanguardista se fusionó de forma fantástica con un sentido tradicional del arte lituano, y sus cuadros, post-mortem, se convirtieron en símbolos de la producción intelectual lituana y en orgullo generalizado del país. Esta es una pequeña muestra de sus hitos pictóricos, de obras de arte que, a ratos, parecen transgredir el tiempo y el espacio, ubicadas en un no-lugar donde lanzan preguntas al aire en forma de luz y color.