Es un equívoco tan extendido en la opinión pública que hasta tiene sus propias parodias: el feminismo actual se ha desvirtuado. Todavía hay quien dice que, desde hace unos años o décadas, la ideología ha perdido su razón de ser, que estas mujeres luchan desde las formas equivocadas (bien sea por su pacifismo o su beligerancia) y que la causa se ha prostituido para ser una herramienta de marketing, al contrario que en esos difusos orígenes del movimiento, absolutamente respetables.
Sobre esa primera parte, sobre los modos de lucha, ya hablamos previamente aquí. Pero hoy no queremos enfocarnos en eso.
Hemos leído el fenomenal libro de Nacho Moreno Segarra Ladronas Victorianas y nos ha gustado por cómo arroja luz en castellano sobre uno de esos pilares ideológicos que hemos señalado antes. Desde la era victoriana, desde que vieron la luz las primeras sufragistas europeas y estadounidenses, la causa fue un motivo comercial del que se aprovecharon las grandes superficies. Y esto ayudó en buena medida al éxito social del movimiento.
Se ve, por ejemplo, en los escaparates de Carson, en Chicago, que mientras se sentía en las calles el furor político de las que peleaban ganar el derecho a voto y salarios igualitarios ponía a mujeres sufragistas en sus escaparates. Los establecimientos de las principales avenidas mostraban maniquíes ataviados con los colores de las sufragistas, animando a comprar guantes y bandas amarillas, verdes o violetas.
Lo mismo en el caso de la popular cadena Macy’s, que creó un “kit sufragista” para que, las que se manifestasen, pudieran ir a las calles con “un sombrero de guerra, unos pines para el sombrero, una linterna, una faja amplia, dos broches y un banderín”. Todo por unos módicos 1.68 dólares.
También se instruía desde los Gimbel’s de Nueva York sobre cómo votar, se permitía a las trabajadoras que pudiesen ausentarse de su puesto para ir a las manifestaciones por el voto (algo especialmente significativo en una época en la que los derechos laborales eran una filfa) o cómo el salón de té del londinense centro comercial Fenwick se convirtió en el cuartel general de esas mismas mujeres que a la salida quemaban edificios y se echaban a los caballos. En el centro Selfridge una gran bandera sufragista ondeaba desde su tejado.
Así que sí, a comienzos del siglo XX ya se vendía merchandising feminista, tanto del práctico como del más superfluo. Cuenta Moreno Segarra: “sombreros, blusas, bolsos, pines, abanicos, pañuelos, muñecas, pelotas, juegos de cartas, matasuegras, calendarios sobre hitos del movimiento, retratos de líderes, cucharas, juegos de té, cerillas, disfraces de presidiarias y todo utensilio que se pueda imaginar fabricado al calor de la cadena de montaje y el taylorismo, cuyo pico de influencia va a ser 1910”.
Hoy muchas feministas, tanto desde las bases como desde los medios, se revuelven cuando ven a H&M o Bershka vender camisetas con mensajes igualitarios. Cuando recuerdan aquel ruidoso cierre de desfile de Chanel por el que Karl Lagerfeld recreó una falsa protesta feminista. Así, suma y sigue con esas decenas, cientos de marcas de todo tipo y demás productos culturales que se valen de mensajes feministas para promocionar una conciencia comprometida y revolucionaria que atraiga al comprador.
Pero resulta que es una práctica transversal a la historia del propio movimiento. Que vio nacer esta táctica en sus orígenes y que, si lo pensamos, puede tener su lado útil, como vemos en Ladronas victorianas.
La primera razón pragmática que encontraron las sufragistas de entonces es la de introducir el discurso inocentemente en entornos reacios a ello. Como por ejemplo, juegos infantiles (el de la Oca o las serpientes y escaleras) con feministas como protagonistas enfrentados a policías villanos que llegaban entonces al espacio doméstico sin herir al marido.
También endulzar la imagen de las feministas en la esfera social. Ya entonces se propagaban prejuicios en forma de ilustraciones caricaturescas y chistes en medios sobre la fealdad de estas mujeres. Parte del movimiento optó, entonces, por responder al tópico fomentando la seducción y calmando al público femenino que podía tener miedo de perder su feminidad: con todos estos vestidos y tocados podrás ir guapa sin renunciar a la causa.
Por último, y entrando en un terreno más pantanoso, el feminismo se valió de las técnicas comerciales para convertirse en sí mismo en un espectáculo visual. Que, mediante parafernalia, atraía al mayor número de simpatizantes y ampliaba su área de influencia para dominar todas partes de la conversación pública, como bien ocurrió, en vista de lo mucho que se hablaba en la prensa prosufragista y antisufragista de ello.
Según Margeret Finnegan, autora de Selling Suffrage, todas estas pancartas y sombreros de colores sirvieron para redefinir el espacio público como un espacio más femenino. Ver anuncios, leer periódicos y noticias comerciales “se convirtió en la forma principal de participar en la vida que se desarrollaba en la calle”.
Por supuesto, y tal y como ocurre ahora, también hubo grupos de feministas que protestaban contra estas prácticas. La pluralidad de posturas ha sido una de las señas de identidad de esta corriente desde sus inicios.
Para cerrar, el libro de Moreno Segarra explica cómo el incipiente capitalismo que nacía a mediados del siglo XIX estaba cambiando la sociedad a un modelo en el que tiene más importancia el consumo. Consumo que, en los hogares aristócratas y burgueses (los que tradicionalmente han marcado el rumbo ideológico del momento), estaban haciendo mayoritariamente las mujeres. Nacieron los grandes centros comerciales y con ellos la mujer como figura de importancia pública. De ahí que los centros comerciales quisieran mimar a su cliente predilecto: la clienta.
Pero ante esos beneficios económicos de los grandes empresarios, también los de las pequeñas organizaciones feministas que vendían sus propios bienes. Al lado de esos centros comerciales que se valían de la moda de la época, unas revistas femeninas que, dándoles espacio publicitario, consiguieron la financiación económica para propagar su pensamiento.
Y por último, que al calor de esa banalización de una causa que depositaba sus significados en productos de consumo también creció una camaradería femenina que permitió a miles de mujeres sentirse arropadas y reconocerse mutuamente en los espacios públicos.
Artículo redactado en base a Ladronas Victorianas, de Nacho Moreno Segarra. Imágenes mayormente a cargo de Woman Suffrage Memorabilia, web de Kenneth Florey y autor de Women's Suffragge Memorabilia.