Muchos de nosotros conocemos la gráfica: a medida que han pasado años desde la contienda, e influidos por el séptimo arte, cada vez más personas de cada generación creen que los aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial gracias al esfuerzo norteamericano pese a que quien combatió con más virulencia a los nazis fueron los soviéticos. Un poco de soft power cultural y otro tanto de Guerra Fría y el resultado fue que la historia, como dice el dicho, la han escrito los vencedores.
Tal vez por eso tiene algo de llamativo que sea un ruso, Kirill Eskov, quien haya querido reescribir desde una óptica revisionista lo que occidente nos contó en una de sus ficciones más populares. No, la Guerra del Anillo no es una historia tan maniqueísta como reflejan las Sagradas Escrituras trovadas por J. R. R. Tolkien. Éstas son sólo una muestra más, en este caso literaria de la ignominia de los imperialistas opresores.
El último anillo es la trilogía fanfic de 1999 que responde a los acontecimientos narrados en El señor de los anillos desde la perspectiva de los vencidos. Un ejercicio de ficción especulativa… para lo que en origen también era una ficción. En el caso ruso el giro argumental va acompañado de un cambio de géneros, de la fantasía medieval al espionaje con toques de ciencia ficción industrial y primitiva.
En corto, que Mordor era una floreciente región a las puertas de la revolución industrial en oposición a las supersticiones y dependencia de la irracional y no científica hechicería de la que viven los reinos dominados por los elfos, los verdaderos villanos de la Tierra Media. Al ver en el incipiente poder de los de Barad-dûr una amenaza a su poder, esta élite inmortal se alió con hombres, enanos y medianos, supuestos “pueblos libres” (en verdad razas toleradas por el imperio élfico y manipuladas a su gusto) para sofocar la era de las luces.
El Señor Oscuro, Sauron, en realidad se llama Auron contempla atónito cómo el este masacra a su pueblo. Orcos y trolls son, por cierto, no son más que otras razas igual de dignas que las demás, pero a cuyos miembros se ha “deshumanizado“ con total racismo para hacer más llevadero su exterminio por parte de las tropas.
Son precisamente criaturas de esta especie las que toman las riendas de la narración en El último anillo, la otra Compañía del Anillo cuyo propósito no es destruir ninguna sortija (en verdad el Anillo Único fue un invento propagandístico, un señuelo de Auron que carecía de poder mágico para desviar los esfuerzos de los aliados), sino encontrar el espejo de Galadriel, este sí arma encantada que sirve como portal entre el mundo físico y el mágico para los elfos.
Boromir fue el primero en descubrir el plan de los villanos, motivo por el que fue asesinado por los suyos, Aragorn es una marioneta del sistema, Gandalf es descrito por Saruman como “la solución final al problema mordoriano”, y los Nazgul los auténticos ingenieros del progreso científico. La lista de inversiones de roles es tan predecible como larga.
El largo lamento por el fascismo tolkiano
Las acusaciones de supremacismo ario y vivificación de tradiciones socialmente injustas han sido constantes en la historia de la recepción de El Señor de lo Anillos. Tolkien no se libró de estos reproches ni en sus primeros años de lanzamiento. Aunque siempre se ha celebrado el talento del sudafricano para la densidad cosmogónica, ya entonces se tildaba su prosa tanto de paja adolescente como caldo de cultivo del protofascismo. Sobre esto último, a Tolkien le sentaba especialmente mal la apropiación de Hitler de los mitos nórdicos, que amaba, y fue vocalmente crítico con el régimen nazi al igual que contra el comunismo. Su postura política era la de alguien en contra de cualquier tipo de tiranía y, por supuesto, antirracista.
Y sin embargo, es difícil no encajar como una crítica bien dada la que Eskov hace de la que fue y sigue siendo una de las novelas más influyentes del siglo XX, una cuyo hilo conductor maestro es el mito de un mundo mejor que ha quedado perdido por culpa de una sociedad nueva y culturalmente mestiza, sin respetar las jerarquías previas, y cuyos protagonistas lucharán por devolverle su esplendor a base de una reconquista que haya que todo vuelva a ser como antes. En sus miles de páginas, Sauron, representación absoluta del mal, no llega a abrir la boca ni una sola vez.
¿Por qué será que los “Campamentos Hobbit” del sur de Italia organizados a finales de los 70 cimentaron el renacimiento del fascismo entre la desencantada juventud de aquella época? ¿Tal vez vieron en esa prosa el combustible reaccionario para imaginar un futuro más próspero?
Puede que la raíz de este problema acerca de qué subyace en las crónicas de la Tierra Media haya que buscarla en la devoción de Tolkien por los mitos clásicos. Mitopoeia es cómo él y el resto de integrantes de los Inklings denominaban su tipo de ficción, una en la que se revisitan los arquetipos mitológicos con gran tradición y relevancia cultural para añadirle temas fantásticos y fábulas propias. Partiendo de un ejercicio así, y dado que los mitos son ya por sí mismos historias profundamente conservadoras, se hace inevitable que en la nueva obra se refleje una visión del mundo férrea con el statu quo y contraria al progreso.
"El último anillo fue escrito para una audiencia muy específica: es un cuento de hadas para jóvenes científicos entre quienes me encuentro”, afirmó en un reportaje Eskov, quien se identifica a sí mismo primero como biólogo (su profesión formal), paleontólogo y grafómano antes que como escritor. “Está pensada para escépticos y agnósticos que crecieron con Hemingway y los hermanos Strugatzky, para quienes Tolkien es solo un seductor, aunque ligeramente tedioso, escritor de libros infantiles”.
“Para mí la fantasía es un género con reglar muy delimitadas. Entre ellas, que los personajes tienen que clasificarse como “los buenos” y “los malos”. Es precisamente ese contraste entre el blanco y el negro que hace que la fantasía sea tan atractiva para los adolescentes. En otras palabras, el canon fantástico prohíbe el relativismo moral”.
En esencia, y a ojos de los lectores de Goodreads que han registrado la lectura de los libros, El último anillo se convierte así en un trasunto de venganza literaria por los resultados de la auténtica Guerra Fría en el mundo de los hombres. Otra vuelta de tuerca: si Tolkien realizó una mitopoeia de los mitos europeos, Eskov ha tenido que crear una relectura apócrifa de la Biblia nerd. Dado que los herederos de Tolkien mantienen un férreo control sobre los derechos de autor de la obra de su ancestro, El último anillo se difunde en copias piratas en el mercado angloparlante. Otros países, eso sí, no tienen los mismos escrúpulos por las leyes de copyright.