Pese a las diversas políticas medioambientales aprobadas en numerosos países occidentales, el consumo de carbón parece resistir contra viento y marea. La guerra declarada por los gobiernos estadounidenses y europeos no ha tenido seguimiento en otras partes del mundo. El último informe de la Agencia Internacional de Energía pone cifras al fenómeno, y son preocupantes: se espera que su consumo aumente en los próximos cinco años.
¿Cómo? Fundamentalmente por el empuje de las economías emergentes asiáticas. Dejemos a un lado China: casi todo el sudeste asiático está apoyándose en la quema de carbón para abastecer de energía y electricidad a sus crecientes mercados. La India es el mejor ejemplo. Pese a sus inasumibles niveles de contaminación urbana, su consumo de carbón no ha dejado de crecer durante el último lustro. Y lo seguirá haciendo.
Vietnam, Tailandia, Indonesia, Filipinas. Todos siguen importando carbón. Lo necesitan.
¿Por qué? En gran medida por su utilidad. El carbón es un combustible fósil funcional si se quiere abastecer a poblaciones millonarias a precios moderados. También por las dinámicas del mercado internacional: actores como Japón están impulsando activamente la compra del carbón, y las energías renovables, si bien al alza tanto en la India como en China, siguen sin ser capaces de abastecer a tan gigantesca demanda.
¿Y el resto? De ahí que a corto plazo la humanidad siga quemando carbón. Y contaminando más en el camino. Todo ello pese al interés explícito de Europa y Estados Unidos por aminorar la industria. La guerra iniciada por Barack Obama no ha tenido seguimiento por parte de la Administración Trump, pero sus políticas tampoco han logrado impulsar al sector dentro del país. Es deficitario. En Europa, los gobiernos están impulsando otras energías.
En global, las economías europeas han logrado reducir su consumo (pese a las resistencias de la industria alemania o de estados de larga tradición minera como Polonia, que ha albergado una cumbre contra el cambio climático glosando las virtudes del carbón). También EEUU.
El caso chino. En el camino han empujado a China. El gobierno comunista ha optado por liderar la lucha contra el cambio climático. Consciente del alto peaje sanitario que sus ciudadanos estaban pagando en las grandes ciudades (contaminadísimas), desaceleró las inversiones. En 2017 su consumo continuó al alza, pero el informe prevé que comience a caer por a poco. Con demasiada lentitud. Entre tanto, China ha iniciado una inédita (por escala) transición renovable.
Pese a ello, se teme que vuelva a invertir. Ya lo hace en otros países.
No se invierte. Una lectura positiva: ya no se invierte, no al menos a la escala de las décadas anteriores. Los inversores han dejado de observar al carbón como una opción a futuro. Saben que tarde o temprano sufrirá regulaciones. En parte, la industria no es demasiado rentable: casi el 40% de las centrales operan sobre pérdidas. En muchos casos, la solar o la eólica ya ha superado en rentabilidad al carbón.
Para la India o Indonesia, sin embargo, sigue siendo el camino más recto hacia el desarrollo.
Imagen: Julian Stratenschulte/AP