Es posible que Donald Trump haya sido el candidato presidencial estadounidense más detestable que recuerdan los medios de comunicación, pero el escándalo que salió el pasado viernes ha sido la gota que ha colmado el vaso. Por si te lo perdiste, The Washington Post filtró unas grabaciones de audio del empresario antes de aparecer en el programa Access Hollywood. En una charla con Billy Bush, Trump contó su encuentro con una mujer, y por sus declaraciones encaja perfectamente en la definición de agresión sexual.
Ha sido la primera ocasión conocida en campaña en la que esta figura ha pedido públicamente disculpas por su comportamiento (aunque luego ha intentado enterrar en el mismo fango a su rival electoral), pero hubo algo grave en su forma de gestionar este suceso. En repetidas ocasiones ha dicho que no entiende que lo que él contó en esa "charla de vestuario" fuese una agresión sexual. Vino a decir que son sólo las cosas que hacen y se cuentan los chicos, que respondieron a su vez miles de cuentas en Twitter con la campaña #NotOkay.
En un contexto en el que las agresiones sexuales siguen estando a la orden del día, sería interesante analizar cómo es posible que los hombres que incurren en estas prácticas no se den cuenta de lo que hacen. Para ello repasamos a continuación cuáles son algunas de la teorías que hay sobre cómo funcionan esos engranajes mentales que conducen a estos individuos a acosar, en todas sus vertientes, a otras personas.
“Porque te conozco”
Frente a la imagen popular de lo que es un agresor sexual o un violador, la mayoría de los asaltantes no son desconocidos encapuchados que esperan a cualquier víctima en un callejón oscuro, sino novios, exnovios, compañeros de trabajo, amigos o familiares que tienen una fijación por una mujer de su entorno y esperan a la ocasión propicia.
Los hombres que incurren en esta fórmula no tienen, además, un perfil fijo. No hay un violador prototípico, y una de las cosas que más se repite entre los familiares de un culpable por violación es “Mi hijo/amigo no es así. No pudo hacerlo”.
“Porque lo que voy a hacerte no tiene consecuencias”
En los estudios más populares sobre las agresiones sexuales en los campus universitarios estadounidenses, los investigadores descubrieron que, al preguntar sobre si cometerían actos clasificados de agresión sexual en caso de no tener repercusiones legales, de un 21 al 35% de los encuestados declaró que sí lo haría.
Como también confirman en este otro estudio de la Universidad de Pennsylvania, los hombres tienden a cometer más actos de violencia sexual en comunidades donde se penaliza en menor medida estos hechos. Haciendo una analogía propia rápida, es posible que a mayor concienciación con estas acciones y más denuncias por parte de las víctimas se crease un mayor miedo a abusar de las mujeres.
“Porque tus acciones me están haciendo sentir amenazado”
Un estudio de 1995 investigó cuáles eran los factores más marcados entre los hombre agresores. Sí encontraron algo muy revelador: aquellos que cometen agresiones tienen a vincular cognitivamente la sexualidad con la dominancia social. Se replicó en un entorno controlado cómo los escenarios que permitían un comportamiento de dominancia de este tipo hacia las mujeres, solía conllevar un carácter sexual. Este mismo estudio encontró varios factores motivacionales que causaban la pulsión de agresión sexual, y entre ellos aparecía continuamente la necesidad de volcar una ira contra mujeres a las que sienten que deben dominar o controlar de alguna forma.
“Porque estás en mi espacio”
Esto, al menos, en alusión al acoso sexual en el trabajo. Este reportaje sobre el tema de 1991 ya explicaba cómo las fuerzas laborales influían en este ámbito. La mujer, que cada vez se incorporaba en mayor grado al mundo del trabajo e iba alcanzando territorios laborales altamente masculinizados, estaba rodeada de hombres que, en algunos casos, podían sentirse violentados. Puede que por recordarles que su rol como proveedor económico del hogar ya no era exclusivo. Tal vez por ver cómo las competencias que siempre había pensado le “pertenecían” no eran únicas para su género. Que las mujeres ya no eran simples asistentes y podían ser médicos o abogadas, por poner dos ejemplos.
Sea por el motivo que fuese, a entornos más altamente masculinizados, más abundantes eran los casos de acoso. El acoso entonces no sirve tanto como mecanismo sexual sino como recordatorio del lugar inferior que esas mujeres acosadas deben ocupar. Sólo el 25% de los abusos sexuales anotados por la psicóloga Louise Fitzgerald conllevaban invitaciones directas a mantener relaciones sexuales.
“Porque me lo pide el grupo”
En varios de los ejemplos citados (y algunos otros), se apunta a que es un problema del concepto de masculinidad. A mayor identificación del sujeto con valores "masculinos", mayor predilección por actuar de forma denigrante contra las mujeres en situaciones en las que se sientan intimidados por ellas. También se han encontrado vínculos con el consumo de pornografía, pero este punto sigue siendo muy discutido.
Lo que sí parece más presente en la perpetuación de la cultura de la violación es la presión del grupo masculino. Si dentro del grupo hay varias personas que hacen gala de actitudes reprobables, éstas se animan entre sí. Se contagian un apoyo moral para seguir pensando o actuando de esa forma. En un estudio que encontraba paralelismos entre las violaciones de grupos de jóvenes actuales y las de los soldados en tiempos de guerra se dice lo siguiente: "Se observa que la violación en grupo puede crear cohesión entre las personas de ciertos grupos sociales y proporcionar beneficios psicológicos a los perpetradores, ya que se incrementa la moral del grupo a través de unos actos que inducen el sentimiento de poder y victoria".
Además, se crean vínculos de compañerismo entre los miembros, con lo que es menos probable que, si alguien quiere criticar el comportamiento de otro, sea muy estricto o incluso vaya a denunciarlo a las instituciones pertinentes.
“Porque lo que he hecho no es una agresión”
Tal y como explican aquí, los que incurren en estas prácticas son expertos en racionalizar su comportamiento. En muchos casos, de forma activa o inconsciente ni siquiera se tiene presente que el acto en sí ha sido una agresión sexual. Como descubrieron en el estudio de CarrKaren y VanDeusen sobre el campus que citamos unos párrafos antes, la mejor manera de encuestar a los jóvenes sobre si habían cometido agresiones sexuales no era utilizando palabras como "violación" o "agresión", sino pidiéndoles que describieran su comportamiento.
Con esta fórmula uno de cada 12 estudiantes reconoció haber cometido actos que encajan en la definición legal de violación, aunque el 84% de éstos no sabía que podía considerarse como tal. Por ejemplo, el 23% de los estudiantes masculinos encuestados admitieron haber emborrachado alguna vez para que una chica tuviese relaciones sexuales con ella.
Las cifras de las agresiones sexuales
Para entender la magnitud del problema, volvamos un momento a ese campus del que hablábamos en el párrafo anterior: para ese mismo trabajo los investigadores preguntaron a más de 5.000 estudiantes femeninas de todos los cursos, y de entre ellas, el 20% afirmó haber vivido un asalto sexual menor o una violación durante la carrera.
Las cifras de violaciones y agresiones sexuales pueden variar enormemente entre países, y esto se debe no sólo porque hablemos de regiones en las que estas prácticas estén extendidas en distintos grados sobre la población, sino porque la misma definición de qué constituye una agresión sexual o qué es dar consentimiento varía ampliamente según los estatutos legales de distintos países. Otro problema añadido sobre este tema, es el carácter de crimen o delito altamente infradenunciado. La mayoría de abusos sexuales pasan por debajo del radar de las instituciones.
Pero en ningún caso hablamos de un problema residual. En un estudio de próxima publicación realizado entre universitarios españoles, en torno al 4,5% había sufrido algún episodio de abuso sexual en la infancia y alrededor del 30% había sufrido algún tipo de agresión sexual después de los 16 años, siendo un 6% los que habían sufrido alguna violación.
En República Checa, un 35% de las personas declararon haber sufrido a lo largo de su vida algún acto de violencia sexual por parte de su pareja o su expareja. En Dinamarca, esa misma experiencia afecta al 28% de la población, en Polonia al 17% y en Alemania al 13%. Otro estudio de Irlanda descubrió que el 40% de las mujeres y el 28% de los hombres había experimentado alguna agresión sexual en su vida, y que el 10% de las mujeres habían sido violadas alguna vez en el pasado. La violencia sexual contra mujeres adultas en Francia se cifra en torno al 11%, en Italia en un 23.7% y en Suecia es un 34% de las mujeres las que han denunciado estos hechos.