Los osos han acaparado algunos titulares en europa recientemente por culpa de algunos encuentros violentos de personas con estos mamíferos vigorosos.
A finales de julio, un encuentro en los Alpes italianos entre una hembra de oso, Kj2 de 14 años, un hombre y su perro terminó con el hombre hospitalizado. Unas semanas más tarde, Kj2 fue sacrificada por encargo de la administración provincial. Casi al mismo tiempo, en los Pirineos franceses, un oso sorprendió a un rebaño de ovejas haciendo que murieran al caerse por un acantilado.
El creciente número de enfrentamientos con los osos no es algo casual porque al igual que otros grandes depredadores, los osos se están reintroduciendo en toda Europa por lo menos desde principios de los 90 gracias a los programas de vida silvestre financiados por la Unión Europea.
Las comunidades locales, los políticos y algunos medios de comunicación han comenzado a utilizar estos incidentes no solo para eliminar a los responsables, sino también para revisar estos programas que tienen décadas de antigüedad. Hay peticiones para permitir que la gente pueda volver cazar osos, aunque se siga tratando de especies en peligro de extinción en Europa occidental.
Como explico en un reciente artículo sobre la conservación de los osos de los Alpes italianos, publicado en un libro que he coeditado, The Nature State. Rethinking the History of Conservation (Routledge, 2017), el problema aquí es la bioseguridad. El Estado debe poder garantizar la seguridad personal y económica de las comunidades locales a la vez que defiende el derecho de las especies icónicas para recorrer las zonas que una vez fueron sus hábitats.
Se trata de un equilibrio delicado.
¿Cazar o conservar?
Hasta principios del siglo XX, los gobiernos, tanto en Austria como en Italia, defendieron a las comunidades locales, concediendo premios en metálico para cada oso abatido durante la caza. Un sistema en el que las principales víctimas de la convivencia fueron los osos.
Durante el siglo pasado, las zonas disponibles para los osos se redujeron notablemente gracias a los cambios radicales en los paisajes alpinos. La combinación de los cambios en el hábitat con una política de Estado dirigida a la exterminación de las especies demostró ser muy eficaz en la reducción de la presencia de osos en los Alpes. Para finales de la década de 1930, la mayoría de las colonias de osos alpinos se había extinguido, con pequeñas excepciones en Eslovenia y en el noreste de Italia.
A medida que el movimiento de conservación de la especie ganó popularidad a mediados del siglo XX, hubo intentos de preservar las especies restantes, sobre todo en Italia. El régimen fascista declaró la prohibición total de su caza en 1939 y se crearon diversos planes para establecer una reserva natural en los Alpes del Trentino, en el norte de Italia.
Paralelamente, se compensaba a los pastores con un sistema complejo de indemnizaciones para los posibles ataques de osos al ganado ovino y bovino. De este modo, el Estado se hizo cargo de algunos de los riesgos de la convivencia humana con los osos.
Sin embargo, los esfuerzos para preservar la colonia en Trentino fueron inútiles: a finales de los 80, la población residual fue considerada demasiado pequeña para garantizar su reproducción. En su lugar, se introdujeron osos de Eslovenia para asegurar la continuidad de los osos en las montañas del Trentino.
Este tipo de programas de reintroducción hicieron que las comunidades locales perdieran la confianza en el estado al percibir que se posicionaban a favor de las medidas conservacionistas y de los osos.
Osos y xenofobia
Ataques como el de finales de julio y un incidente en 2014, que supuso la muerte del oso Daniza, parece que también han despertado los instintos más básicos de algunos de los políticos. Después de cada se produjera cada encuentro violento con un oso (que, por muy alarmante que sean, son todavía poco frecuentes) hay quien ha adoptado un discurso xenófobo muy parecido al que normalmente se emplea para criticar las políticas migratorias europeas.
Los osos del Trentino se suelen representar como extraños y peligrosos, ajenos al territorio que habitan. Los ciudadanos están llamados a ejercer el control sobre “su tierra”, reclamando su propiedad a los osos que los políticos de los partidos opuestos han ayudado a introducir tras siglos de destrucción deliberada.
Es muy posible que la osa Kj2, que murió después de hacer que un hombre tuviera que ser hospitalizado, fuera peligrosa. Sin embargo, hay quien opina que Kj2 simplemente podría haber actuado en defensa propia al ver al hombre asustado con su perro.
De cualquier manera, se podía haber trasladado al animal a una zona más segura, lo que habría calmado el miedo de la población y habría hecho que hubiera menos confrontaciones en el debate sobre la convivencia con los osos.
Como ya han afirmado numerosos conservacionistas y defensores de los derechos de los animales, disparar a Kj2 por haber exhibido el comportamiento natural de un oso parece una respuesta desproporcionada. Los defensores del oso han pedido un boicot turístico de la región.
La importancia de la convivencia
Los conflictos entre los seres humanos y los osos, o los conflictos entre las comunidades locales y las autoridades estatales por el tema de los osos, es algo que viene de largo en la región italiana de Trentino.
La cohabitación era la situación normal en los Alpes mucho antes de que comenzaran los programas de reintroducción y los pastores llevan buscando maneras de lidiar con los osos desde hace más de un siglo, adaptando sus estrategias para intentar cambiar las normas estatales y la legislación. Los ataques de los osos son solamente la manifestación más reciente de un conflicto entre especies sobre el acceso y uso de los recursos que siempre ha ocurrido en esta región rural.
Sin embargo, a lo largo de los siglos ha disminuido el número de grandes depredadores, pero nuestra tolerancia a los riesgos también. Tras décadas de aparente seguridad, el pastoreo moderno de ovejas ya no es apto para realizarlo próximo a los osos.
No hay manera de poner fin a los conflictos y posibles encuentros con osos, pero es posible reducir su impacto. El establecimiento de normas claras sobre lo que las personas pueden hacer y cómo deben comportarse en zonas frecuentadas por los osos (y definir dichas áreas) sería un buen comienzo. Armarse con palos y dejar que los perros vayan sueltos definitivamente no son buenas ideas.
Se deben redistribuir de forma más justa los costes y los riesgos de convivencia entre todos los actores, desde los turistas y pastores los gobiernos locales y provinciales, así como también a los osos. Porque los Alpes se merecen sus osos y los osos todavía se merecen sus Alpes.
Imagen | Adam Willoughby-Knox/Unsplash
Autor: Wilko Graf von Hardenberg, investigador en el Instituto Max Planck.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.