El caos de Londres-Gatwick en cifras: el miércoles por la noche el aeropuerto detecta uno o dos drones y se cierra por completo el flujo de entradas y salidas. Hasta 31.9 horas después, el viernes por la mañana, la actividad aérea no se reanuda y sólo para un número de vuelos limitado. Ocho horas después, el drone regresa y las autoridades vuelven a cerrar el aeropuerto.
After *32* hours of drone activity forced #gatwick to close, I maintain that we'll never know who did this or why.
— Jason Rabinowitz (@AirlineFlyer) 21 de diciembre de 2018
What we do know is that the UKs response to this was fascinatingly inept https://t.co/Oh7sQFbeYW
Estamos hablando del segundo aeropuerto más frecuentado de Gran Bretaña, el segundo aeropuerto del mundo por volumen de pista única en la semana con más actividad de todo el año, y 120.000 pasajeros (y aumentando) que esperaban reunirse con sus familias en Navidad cuyos planes han quedado arruinados.
En ese tiempo la policía ha hecho al menos 50 avistamientos del dron, pero pese a la participación extraordinaria del ejército y también la ayuda de oficiales de aviación, tres días después, los drones siguen sueltos y el número de responsables arrestados es: cero.
Todo, por un juguetito del peso de un paquete de arroz y un precio de entre 400 y 4000 euros. Por el equivalente al fidget spinner del aire.
Imagine getting bullied by a flying fidget spinner
— Cartlon Cole (@_CarltonCole9) 21 de diciembre de 2018
Como era de esperar, el público y las redes sociales que no estaban implicadas en este asunto se lo han tomado a mofa. “Las guerras drone”, decían algunos, mientras la prensa británica ha ido narrando la evolución del suceso que, a medida que se estiraba en el tiempo sin encontrar a los culpables, mientras la utilidad del Estado y del aeropuerto se reducía a mandar mensajes de calma y disculpas, iba haciéndose más absurdo y gracioso.
Según fuentes policiales, "cada vez que creíamos que nos acercábamos al piloto del drone, este desaparecía de nuestros sistemas”. Los sistemas de vigilancia militares no han servido de nada, y las veinte patrullas policiales y otros tantos militares han estado jugando al gato y al ratón, a merced del atacante, en un acto deliberado de boicot navideño del que, de momento, su responsable se ha ido de rositas.
Lloro. pic.twitter.com/PDBo4sUE9f
— Jaime (@DragonLadyU2) 20 de diciembre de 2018
Reino Unido ha dicho que se toma todo esto muy en serio y ha anunciado como medida la prohibición de volar drones a un kilómetro de distancia de los aeropuertos, información que sin duda habrá quitado el sueño al autor o autores de esta fechoría y posibles malhechores futuro.
It is totally unacceptable to fly drones close to airports and anyone flouting the rules can face severe penalties including imprisonment.https://t.co/avAtyxPdQZ#Gatwick #Gatwick_Airport pic.twitter.com/XQqB4W9Kc0
— UK Civil Aviation Authority (@UK_CAA) 20 de diciembre de 2018
Pero a ver, por qué un drone puede colapsar un aeropuerto
La primera es que se han hecho pruebas de colisión con aviones comerciales y, en un mal y poco probable caso pero aun así factible, podrían derribarlos. Lo más normal es que choque contra el cuerpo del avión, incluso que el cuerpo del artefacto de con las turbinas y quede pulverizado. Pasajeros de México y Mozambique ya se han llevado algún susto, y un avión aterrizando en Varsovia casi provoca un accidente importante, pero de momento no hay que lamentar incidentes graves.
Lo que puede ocurrir es que las enormes y resistentes baterías de estos cacharros lleguen a la cámara de combustión, con lo que probablemente se queme el motor y lo haga estallar en mil pedazos.
Y por qué todavía no podemos hacer nada demasiado efectivo para evitarlo
Para derribarlos no se puede disparar con armas convencionales porque estás en mitad de un aeropuerto lleno de civiles y con tu bala perdida puedes matar a alguien. Aunque la industria aún no lo ha desarrollado demasiado y todavía no hay ninguna solución óptima y estándar, ya hay alguna que otra fórmula: norteamericanos y japoneses usan láseres, los franceses dicen que se puede cazar al dron usando otro dron con una red (esperamos que en el aparato ponga en algún lado bien grande ACME) y también se ha intentado entrenar a águilas que derriben a estos pájaros de plástico. Con poco éxito, todo sea dicho.
También hay un sistema más sofisticado, privado y muy costoso, por el cual se promete que mediante radares, detectores de radio frecuencia y cámaras ciertos espacios, como un aeropuerto, podrían mapear y detectar todo posible dron y exigir un bloqueo. Una especie de vallado GPS. La compañía lo vende como un éxito porque, según ellos, las naves no tripuladas se podrían en modo retorno seguro al origen, con lo que se podría evitar cualquier catástrofe y encontrar fácilmente a los culpables.
Pero habría que preguntarse si los agresores serían tan amables de no reprogramar sus aparatos para evitar este tipo de bloqueos digitales.
El futuro del delito con gadget
Los drones, como los patinetes eléctricos o las aspiradoras autónomas, no son más que nuevos juguetes tecnológicos al alcance de buena parte de los bolsillos que están irrumpiendo en nuestro día a día con inesperadas consecuencias que deberán ser reguladas. Al parecer, los pilotos llevan advirtiendo desde 2014 de la presencia de estos aparatos de tanto en cuando en su espacio aéreo, pero en el último año, al menos en Gran Bretaña, su presencia se ha vuelto crítica, con tres accidentes con drones diarios.
No es sólo que su presencia pueda paralizar cientos de vueltos en unas pocas horas. Técnicamente los drones podrían usarse para realizar espionaje, dañar e incluso destruir infraestructuras clave como centrales eléctricas, puentes o edificios.
Aunque los expertos en aviación y seguridad aeroportuaria llevan tiempo advirtiendo de la potencial amenaza asimétrica que pueden causar estos aparatos y de la necesidad de implantar contramedidas, éstas, al no estar del todo desarrolladas o ser demasiado caras, aún no se han instalado en la mayoría de terminales.