Un 31% de los españoles quiere más a su mascota que a otras personas. Una cifra bastante impresionante que rápidamente nos hace pensar en gente que tiene que haber vivido muy malas experiencias con otros humanos. Pero sean personas con carencias afectivas o no, lo cierto es que todos conocemos a alguien de nuestro círculo que ama muchísimo a su perro. Tal vez seamos hasta nosotros mismos.
Pero este amor por la mascota puede llegar hasta tal punto que la persona sufra un traumático proceso de duelo por la pérdida del cuadrúpedo. Incomprensible para los allegados que presenciaban ese daño desde fuera y rotundamente más fuerte que lo que hubiera vivido de perder a un canario o a una tortuga. La pregunta es inevitable: ¿por qué nos importan tanto los perros a los humanos?
El lobo como compañero de trabajo
Tal y como puedes ver en este video, hemos querido profundizar en el tema desde la perspectiva antropológica y psicológica. Como muchos saben, el perro es el mejor amigo del hombre, y la justificación de llevarse este distintivo la tenemos que buscar más de 32.000 años atrás. El hombre neandertal cazaba grandes y violentos mamíferos con el poder de sus herramientas, pero además de lanzas y sílex, encontró en el perro la primera herramienta biológica de combate.
El canis lupus, o lobo gris, acompañaba en las cacerías a los humanos. Éstos mareaban y herían a las bestias, y cuando había que rematarlas nuestros acompañantes les hincaban el diente. Después, nosotros compartiríamos el botín cárnico con estos animales. A nuestros ancestros les venía bien su compañía, y a los lobos les salía rentable relacionarse con unas criaturas que les proveían de alimento día tras día, incluso cuando no había mamuts cerca, gracias a las conservas humanas. Una simbiosis tan perfecta que nos ayudó a ambos a sobrevivir.
Viajamos miles de años en el tiempo. Los fieros mamíferos se fueron amansando a base de generaciones y generaciones de ingeniería genética llevada a cabo por el hombre. Nuestros antepasados, como es lógico, iban premiando a esos lupus que les hacían más caso, que mostraban más salud y, sobre todo, inteligencia a la hora de comunicarse con nosotros. Y así llegamos poco a poco al lobo doméstico. No tan grande, sin esos enormes colmillos, pero lo suficientemente fuerte como para ayudarnos a proteger la finca y el ganado.
El perro como compañero de vida
Tal y como cuentan en este reportaje de The Wall Street Journal, cuando el ser humano se divorcia de las necesidades de la agricultura y la ganadería, es decir, cuando puede dedicarse a sectores secundarios o terciarios de la producción y para ello se muda a la ciudad, el perro se viene con nosotros. Y así, en los últimos 200 años, hemos dejado de ver al perro tanto como objeto pragmático y más como sujeto para el afecto.
Esa selección genética que hemos ejercido durante miles de años lleva a que estos mamíferos sepan responder muy bien a nuestras necesidades. En unos estudios de las universidades de Atlanta y Georgia demostraron que había perros a los que les daba el mismo placer satisfacer a sus amos que comer, lo cual es bastante anómalo en el mundo animal. Por otra parte, una de las características que más hemos desarrollado del perro, aunque ya compartía esta cualidad con su ancestro el lobo, es la fidelidad.
Porque los perros son territoriales, marcan una zona y unas personas y se convierten en el patrón de ese pequeño distrito. Y verles tan volcados con sus dueños nos da al mismo tiempo a nosotros mucho placer. Hasta tal punto que creemos que nos entienden o que, cuando nos faltan, imaginamos sus ladridos y sus pasos como si del fantasma de un humano querido se tratase. Respuestas que las personas no somos capaces de generar sobre otras mascotas, aunque sean los gatos, ya que no tenemos un vínculo tan especial y atávico con ellos. No es de extrañar, pues, que se haya visto que los dueños de perros pueden tener puntuaciones de felicidad mayores que las de personas con otras mascotas o con ninguna en absoluto.
Tal y como decimos en el video, de momento es mejor que no contemos con que nos vayan a dar días libres en el trabajo por la muerte de nuestro perro. Pero sí es hora de que entendamos que nuestra relación con este animal, con esta especie en particular, va mucho más allá del contacto que tenemos con el resto de fauna que nos rodea, y que puede llegar a tener lazos emocionales tan fuertes con nosotros que su pérdida nos pueda suponer un dolor muy grande.